El sistema planetario de la política experimentó ayer un reordenamiento sorprendente. Tal vez tan inesperado como el triunfo radical de 1983. Aunque lo asombroso de aquella oportunidad fue la identidad del ganador, Raúl Alfonsín.

En cambio, anoche comenzó a desdibujarse el que parecía invencible. Daniel Scioli. El oficialismo perdió, con Aníbal Fernández como candidato en Buenos Aires, que gobierna Scioli. Ese resultado determina un cambio de expectativas gigantesco para un país que irá por primera vez a un ballottage.

Con otra novedad determinante: la diferencia entre el primero y el segundo fue de poco más de dos puntos porcentuales. Se ha configurado otro planisferio. El significado de esta última novedad comenzó a insinuarse en los discursos de Scioli y Macri. Ambos hicieron una apelación al electorado independiente, al que deben seducir. Ambos dieron el primer paso de una convergencia hacia el centro que corrobora una nueva dinámica en la vida pública. Queda descartada cualquier ensoñación hegemónica y, al contrario, se abre el interrogante sobre la consistencia de la base de poder que deberán construir Scioli y Macri. Si serán alianzas electorales o serán coaliciones de gobierno. Sergio Massa, que pasó el fin de semana dialogando con sus amigos de Pro y de la UCR, dio una pista sobre cuál será su posición: en su discurso elogió el cambio.

Debajo de estos enigmas palpita una cuestión clave: con qué monto de legitimidad emergerá de la segunda vuelta el sucesor de Cristina Kirchner. Es una pregunta relevante, porque ese hombre deberá resolver los inquietantes problemas económicos que ella deja como herencia.

Las grandes incógnitas que planteaba la elección se despejaban anoche a favor de Mauricio Macri. Sobre todo en la provincia de Buenos Aires. El mal desempeño del Frente para la Victoria era parte de lo esperado. Lo asombroso fue el tamaño del fracaso. La peripecia oficialista en la sede central del poder de los Kirchner fue catastrófica. Scioli deberá entregar la banda a Vidal, candidata de la oposición. Y numerosos intendentes cayeron derrotados. El legendario Hugo Curto, por ejemplo, perdió Tres de Febrero frente a Diego Valenzuela. Y Nicolás Ducoté arrebató Pilar a Humberto Zúccaro. En Lanús perdió el secretario de Justicia y dirigente de La Cámpora, Julián Álvarez. Le ganó Néstor Grindetti. Martiniano Molina defenestró a Francisco Gutiérrez en Quilmes, la cuna de Aníbal Fernández. Y Ramiro Tagliaferro, el esposo de Vidal, se impuso sobre Hernán Sabbatella en Morón. Los dos integrantes de la fórmula kirchnerista perdieron en sus cunas.

Pero Cambiemos tuvo noticias mejores que las que esperaba allí donde se sabía que le iba a ir bien. El radical Gerardo Morales ganó Jujuy por una diferencia sorprendente con Eduardo Fellner, el presidente del PJ nacional. Por primera vez desde 1983 el peronismo pierde el timón de la provincia. Aunque el candidato a presidente ganador fue Massa. En Córdoba, donde Macri iba a festejar un 45%, sacó 53. Scioli estuvo a dos puntos de los 20 que le habían prometido. En Mendoza, Macri se puso casi 10 puntos por encima de Scioli, revirtiendo con amplitud el final de las primarias. En Tucumán el oficialismo cosechó los favores de José Alperovich y Juan Manzur: Scioli retrocedió casi 10 puntos respecto de las primarias. Macri sumo 6 y Massa, 4.

Ya desde anoche en el oficialismo comenzó el ajuste de cuentas por el resultado. Cristina Kirchner tardó horas en admitir las novedades. Es comprensible que haya puesto a su partido en una encrucijada muy riesgosa. La economía está estancada, la inflación es del 25%, el déficit fiscal de 8 puntos del producto y el Banco Central afronta una fuga de reservas. Y ésas son las virtudes del Gobierno. Porque en materia institucional hace tiempo que se ha vuelto impresentable. Su último impulso autodestructivo fue la promoción de Aníbal Fernández a la candidatura bonaerense.

Scioli buscará atribuir su frustración a esos factores. Pero es posible que si en términos relativos lo de ayer fue un derrota él sea el mariscal más destacado. No pudo gobernar su campaña electoral. Tal vez era inevitable que le impusieran a Carlos Zannini como vice. Pero se desentendió por completo de la selección del candidato a su sucesión. En una nueva exhibición de su falta de talento para seleccionar recursos humanos, la Presidenta digitó a Aníbal Fernández, acusado de tener vinculaciones con el narcotráfico. Será interesante escuchar algún comentario sobre esa decisión en su próxima cadena nacional. Fernández se impuso sobre Julián Domínguez en una elección sospechada de fraudulenta por maniobras del Correo, que él controla. Scioli miró para otro lado. El fenómeno más relevante de ayer fue la ola de repudio contra Fernández, que convirtió a Vidal en la estrella de la hora.

La aceptación de Fernández fue la expresión extrema de la inclinación de Scioli a mimetizarse con el Gobierno. Recitó el manual de Kicillof y se conformó con insinuar alguna disidencia. Llamó a votar una trampa contra quienes lo habían hecho candidato. Dicho de otro modo: a confiar en que él rompería los compromisos asumidos.

Hoy se inicia otra campaña. La segunda vuelta es otra elección. Scioli debe enfrentar varios desafíos. El más amenazante tal vez sea su estado emocional. Como se demostró después de las primarias, le cuesta reaccionar con lucidez ante resultados no previstos. Su malhumor y su ansiedad prometen superar las marcas habituales.

Otro problema será definir su relación con el Gobierno. Ante el riesgo de una derrota la tensión se agudizará. La Presidenta atribuirá los malos resultados a que renegó de la herencia recibida. Y el candidato los imputará a esa herencia. Macri trabaja desde hace días sobre esa fisura, explorando la interna peronista. En su discurso de ayer lo dio a entender: por primera vez dijo que aspira también a atraer votos de Scioli.

El propósito de Macri estará facilitado por los líderes territoriales del oficialismo. Los que ganaron anoche no tendrán el mismo estímulo para hacer proselitismo por el candidato a presidente. De los que perdieron mejor no hablar.

La ruptura de los puentes de Scioli con el electorado independiente no sirvió para convertirlo en el abanderado del aparato oficial. La ortodoxia kirchnerista fue a las urnas «desgarrada», como confesó el sumo sacerdote de Carta Abierta, Horacio González. La señora de Kirchner reclamó votar a su pupilo «más allá de las antipatías». Uno de los motivos de esta desazón es el gabinete que anunció el candidato. Es un equipo de primera B, encapsulado en la provincia de Buenos Aires, incapaz de despertar las simpatías de quienes no comulgan con el kirchnerismo. Tampoco entusiasma a quienes sí comulgan. Sin considerar un error adicional: al cubrir casi todas las carteras, Scioli quedó sin prendas de negociación para conseguir apoyos para el ballottage.

Macri adelantó ayer que conoce cuál es su problema: atraer a los que, por ser Macri, jamás lo votarían. Pero la base desde la que se lanza es más cómoda que la esperada para revertir el resultado. La diferencia con Scioli fue muchísimo más pequeña que lo que se esperaba. Poco más de dos puntos porcentuales.

El marco institucional del escrutinio tuvo el sello del kirchnerismo. Para conocer los datos oficiales hubo que esperar a las primeras horas de hoy. Una manipulación sólo concebible porque el rudimentario sistema electoral de la Argentina pone la administración de los comicios en manos del Poder Ejecutivo. El encargado de esa tarea, el ministro del Interior, Florencio Randazzo, no dio la cara. Lo reemplazaron el de Justicia, Julio Alak, y el director nacional electoral, Alejandro Tullio, que rompieron el silencio cuando ya había comenzado el nuevo día. Un chistoso atribuyó la demora a que la Casa Rosada estaba organizando el fraude contra Scioli. La maldad se pierde después de la alegría. Por suerte los televidentes tuvieron un trato mejor que el que recibieron los militantes del Frente para la Victoria. A ellos se les negó toda información. Carente de monitores, tuvieron que enterarse de lo que pasaba con rumores de boca a oído. Un homenaje a la coherencia del Gobierno que dinamitó el Indec.

Fuente: La Nación