El artista conceptual y sociólogo argentino fue uno de los 8 distinguidos con el Premio a la Trayectoria 2018; en una entrevista en profundidad, el pintor habla de arte y la labor de los artistas en este mundo.

Es multifacético. En cada unas de las cosas que emprendió dejó su impronta. En 1966, junto a Eduardo Costa y Raúl Escari promovió el arte a través del “Primer Manifiesto del Arte y Los Medios”. Fue miembro de la “Generación del Di Tella” (por el Instituto Di Tella); participó de “Experiencias del 68”, una muestra colectiva en el Instituo Di Tella, y de “Tucumán arde”, una acción política comunicacional e investigativa. Diseñó e impulsó tempranos experimentos de redes, como “Proyecto Venus” y “Bola de nieve”. Ganador de la Beca Guggenheim 2002, e impulsor de la revista Ramona (2000-2010), Jacoby compuso cerca de 40 letras para Federico Moura, cantante de Virus, y publicó ocho plaquettes o libros de poesía, cinco de ellos en 2018.


(Entrega del diploma Premio a la Trayectoria 2018, en el Bellas Artes).

-¿Cómo comenzó en el mundo del arte? ¿Cómo supo que quería dedicar su vida al arte?

-Empecé muy temprano a dibujar y pintar. De chico. No es que tuviera una vocación definida. Eso llegó mucho más tarde, luego de ver una muestra de Pablo Suárez, en el ’64. Fue ahí que me dije: “esto es lo que quiero hacer”. Esa fiebre me duró unos años. Dejé en el ’68, ’69, y me puse a hacer investigación social. Es decir, fui investigador social antes de ser sociólogo.

-Dado lo multifacético de su persona, ¿con cuál de todos los Jacoby se siente mejor?

-Como poeta. La poesía es algo muy único, lo más propio, el lenguaje, lo que nos hace humanos. Y está al alcance de cualquiera. Todo el mundo maneja la lengua, aunque no haya estudiado o no se formado en nada, todos hablamos. Una de las primeras artes en la formación de la humanidad es el canto, la poesía, la transmisión oral de la poesía a través del canto.

-¿Qué es lo mejor que puede pasarle a una obra de arte?

-Lo mejor que le puede pasar es producir otra obra de arte. Es decir, en el autor o la persona que ejecuta no es más que hacer una cosa después de la otra. Me refiero a que el mejor destino que puede tener una obra de arte es embarazar a quien la percibe, contempla, o disfruta, de manera que también quiera o pueda hacer otra cosa.

-¿Cuál es el motor que impulsa a un artista a crear?

-¿El motor para hacer algo? Son varios… A veces la vergüenza, otras veces, el hastío, ese estado de nada que necesita ser llenado.

-¿Es posible conocer al artista a través de su obra?

-Es una pregunta que no me gusta. Me parece pregunta psicoanalítica… No sé qué es conocer a una persona; nunca se conoce a una persona. Son mitos. La gente construye mitos alrededor del artista y los periodistas se ahorran el trabajo de pensar contando anécdotas de los mitos de los artistas.

-Fue miembro de la “generación del Di Tella”. ¿Qué recuerda de aquellos años?

-Primero, que la “generación del Di Tella” no existió nunca, también es un invento posterior. No había tal cosa. El Di Tella era una sala de exposiciones; los artistas que podían llegar a hacer algo con eso estaban en cualquier parte. Florida 936; un edificio. ¿Cuántas exposiciones se hicieron en el Di Tella? No muchas. Por eso…

-¿Extraña algo de aquella época?

-No, no extraño nada de nada. No soy nostálgico.

-Aunque para usted se trate de un invento, existe una idea muy presente y generalizada acerca de lo disruptivo de toda una generación de artistas relacionados con el Di Tella.

-Creo que alrededor del ’64 hubo una serie de cambios importantes en el arte argentino y en el arte mundial. Para ser muy genéricos diría que era el salir de la pintura, el salir del cuadro; lo que en aquel momento se llamó “la muerte de la pintura”. Aparecieron en lugar de eso distintos tipos de experiencias en las que el pincel no era lo más importante.

-Este concepto de salir del cuadro remite a cierta idea de libertad. ¿Qué piensa a este respecto?

-Sí, es cierto, aunque siempre un marco tiene que haber, porque sin marco no puede haber observación. Toda mirada está enmarcada. El marco es necesario para poder percibir. Pero está bien decir que era romper el marco y entrar a otro marco. Era ampliarse a cualquier materia que pudiera existir. Es decir, el soporte pasó a ser todo: podía ser un instante de dos personas o de cien, algo que pudiera tener que ver con el movimiento, con la luz, con el pensamiento, con muchas cosas que no eran estrictamente lo que antes se llamaba pintura o escultura.

-¿Qué lo llevó a hacer Diarios del odio?

-Surgió por la vergüenza, decía antes. Mirar los foros de los principales diarios producía una sensación de desesperación y vergüenza humana. Esta sensación se fue volviendo una obsesión, que compartía con Syd Krochmalny, un colaborador de mucho tiempo. A veces nos quedábamos hasta las 3 o 4 de la mañana leyendo esa catarara de defecales. Por una cuestión de salud mental decidimos hacer algo con eso. Entonces vimos que lo mejor que podíamos hacer era enmarcarlo, justamente, porque estaba todo dicho ahí. No admitía una crítica, porque la crítica era obvia. “No, mirá, está muy mal que digas que vas a quemar una villa miseria e incendiar a todos los negros desde chiquitos”. ¿Qué podés agregar a eso? Simplemente, era más interesante mostrarlo. Eso no lo inventamos nosotros, sino que es una de las técnicas contemporáneas más difundidas en el campo de la literatura, la poesía, y también de las artes visuales: tomar un objeto que ya existe y presentarlo. En literatura se llama “escritura no creativa”. Lo que hicimos fue juntar los textos, clasificarlos por temáticas, y elegir una serie de frases. Con eso hicimos unas instalaciones que tuvieron muchísima repercusión y que se fueron replicando. A partir de eso nos invitaron a editar un libro de poesías. Poemas de odio, una de las cosas más tremendas en el mundo contemporáneo. El odio hacia los semejantes, el odio hacia los diferentes.

-¿Cuál es la función social del arte?

-Creo que tiene una gran función social. En general se busca su función social en lo educativo, pedagógico, testimonial. Creo que el arte, si tiene algún sentido, es el hecho de que es la única actividad humana adulta que no tiene por qué explicar una finalidad o una utilidad; el arte es un juego y crea sus propias reglas. Y el juego es algo fundamental en la humanidad. Que exista el juego es una función social importantísima. Eso es lo más importante del arte. Y jugar con reglas que no existían antes. La diferencia entre los juegos de los niños y el arte es que los niños juegan con reglas que preexisten. El arte, en cambio, crea sus propias reglas. Cada artista funda su propia constitución; funda las reglas con las cuales va a jugar. Y esto es, justamente, lo que más se parece a un ejemplo de la libertad.