Yoana, la viuda de Gerardo Gabriel Tercero muerto por la gendarmería en el puesto 29 de Orán, relata cómo era la vida de esa familia que incluye a una nena de un año. (Silvana Brezina)

“Yo había terminado ya la comida para llevar a la casa de mi hermana. Siempre cocino en el fuego, en mi casa y voy a esperarlo allá. Ahí comemos y después nos venimos a dormir”, cuenta Yoana, la joven viuda de Gerardo Gabriel Tercero, de tan solo 18 años.

Yoana y Tercero, como le decía ella, habían construido una casillita de madera y chapa usada en un nuevo asentamiento de Orán, el Néstor Kirchner. No tenían cocina, heladera, comedor. Tampoco baño ni una letrina. Solo la piecita donde dormían con la pequeña Guadalupe, la hijita de ambos de tan solo un año. Por eso Yoana salía a comprar las cosas para el día, cocinaba en el fuego y ya cerca de las siete de la tarde preparaba a Guadalupe y partían con la ollita a casa de su hermana, del asentamiento vecino Juan Taranto, a esperar a Tercero para cenar.

“Cuando estaba por llevar la comida y preparando a mi hija, justo llega su tía Beti –que era como una madre para él- y me dice que Tercero estaba en el hospital, que estaba grave. Cuando llegamos al hospital yo esperaba encontrarlo, hablarle… Nos habían dicho que estaba grave, no muerto”. “Tenía esperanzas… fui corriendo hacia él. Nunca pensé en no verlo más”, dijo Yoana con su voz quebrada y suspirando para seguir.

Yoana conoció a Tercero hacía tres años. Ella había dejado el colegio para ir a trabajar “porque no alcanzaba en la casa” el dinero para comer. Trabajaba de cosechera en una finca de zapallitos, pero cuando conoció a Tercero él le pidió que no trabaje más, que él la iba a ayudar, “y me hizo que vuelva al colegio para que termine de estudiar”.

Gabriel Tercero también había abandonado La Técnica, la escuela secundaria y de oficios de Orán. Dejó de estudiar porque “se daba cuenta que en la familia faltaban manos para ganar el pan”. Así, consiguió trabajo en el desmonte.

Tercero, antes, iba a trabajar al desmonte, pero cuando conoció a Yoana no quiso ir más. “El desmonte es muy duro, porque lo llevan por 20 o 30 días lejos, vive en el monte todo ese tiempo y después viene unos días de descanso… y así”. Tercero se había enamorado de Yoana y no quería volver al monte a voltear árboles pasando tantos días sin verla. Tenía apenas 17 años. Así que empezó a bagayear, el único trabajo que consiguió acá cerca de la ciudad. “Es muy sacrificado también este trabajo, pero por lo menos volvía todos los días a su casa y nos podíamos ver”, cuenta también enamorada Yoana.

Gabriel y Yoana decidieron vivir juntos, y como muchas familias que se constituyen en Orán, buscaron un asentamiento para empezar su proyecto familiar. La otra opción es vivir en casa de alguno de los padres, pero tanto Yoana como Gabriel tenían ya sin espacio las casillitas de los suyos. Hacinamiento le llaman. Gabriel comenzó a comprar madera y consiguió también algunas chapas algo agujereadas, pero estaba bien, para empezar. La pareja armó una piecita de 3 por 3. Se compraron una cama, un colchón y empezaron su nueva vida. Luego Yoana quedó embarazada y cuando nació Guadalupe tuvo que dejar de estudiar. Iba al “colegio nuevo” de la ciudad. Este año no encontró cupo luego de abandonar un tiempo por su maternidad, pero pensaba seguir el año próximo porque “Tercero me pidió que primero me reciba yo, pensábamos que con un estudio yo iba a poder encontrar un trabajo bueno, no íbamos a tener que volver a las fincas y después yo le ayudaba a él a estudiar. Él también quería tener un título para mejorar”.

Para Gabriel este trabajo, el de bagayero, era pasajero. “Él me decía que yo tenía que ser un ejemplo para su hija, porque como era nena iba a querer ser como su mamá, por eso quería que yo estudie. Y él, como jefe de la casa, me decía que era él el que tenía que trabajar. El bagayeaba para darnos de comer. No era lo que él quería, pero era lo único que había conseguido y había aprendido a hacerlo bien. Este trabajo también es difícil. Se iba temprano a la mañana y volvía tarde a la noche. Cruzaba el monte con 100 kilos en el hombro, volvía cansado, solo le quedaba tiempo para dormir y al otro día a las 8 ya tenía que estar de nuevo en la frontera”. Gabriel sabía que su cuerpo no iba a aguantar por muchos años más, no quería jubilarse de bagayero. Veía lo que les pasa a muchos, que a los 50 años sufren ya los achaques de la actividad.

Con toda su tristeza Yoana conmovió: “Tengo que estar bien por ella” y señaló a su bebé. “Tengo en mi mente todos los días lo que Tercero me decía antes de irse a trabajar. Él me pedía: cuidá bien a mi bebé, no la dejes sola nunca, tenés que mirarla siempre, ver qué hace… cuidamelá” le pedía casi como un ruego. “Nosotros teníamos muchos proyectos. Él era muy bueno, muy solidario. A él le gustaba vestir bien y le gustaba que nosotras nos veamos bien. Guadalupe lo busca, a cada rato dice pá… estaba aprendiendo a decir papá. Cuando él llegaba se ponía a jugar con su bebé, y cuando nos íbamos a dormir, él me abrazaba. Así dormíamos, y así nos despertábamos… hasta que se tenía que ir. Ahora quedamos solas… Si no fuera por mi bebé, yo ya no estaría acá”.-