Puertas afuera, la administración de Mauricio Macri tratará de sacar rédito electoral por la impunidad política y penal de Julio De Vido. Fue mayormente el peronismo el que impidió su expulsión de la Cámara de Diputados. Puertas adentro, se hizo más evidente el temor del macrismo por un eventual triunfo de Cristina Kirchner en las elecciones legislativas de octubre. A primera vista, la ex presidenta logró imponer una implacable disciplina entre 90 diputados peronistas, más de un tercio de la Cámara.

Eso sucedió antes de que haya ganado nada y en medio de una avalancha de investigaciones judiciales que la descalifican moralmente. ¿Qué efectos tendría en el peronismo una victoria de Cristina? ¿Qué le sucedería al gobierno de Macri si ella derrotara al Presidente en la decisiva provincia de Buenos Aires?

Las encuestas de hoy no pronostican nada. El Gobierno o Cristina están dos puntos arriba o abajo en todas las mediciones. La única conclusión cierta es que cualquiera de los dos podría ganar por un puñado de votos. Faltan casi tres meses para las elecciones definitivas en un mundo donde sociedades más igualitarias y previsibles han cambiado drásticamente en menos tiempo. Sin embargo, se percibe en el Gobierno una creciente preocupación por las consecuencias que podría tener para la economía una victoria de la ex presidenta. Sectores importantes de la administración llegaron a poner en duda la continuidad del crédito internacional si eso ocurriera. «Podrían cerrarse los mercados financieros», se escuchó decir en el Gobierno. En cambio, si Cristina llegara al Senado perdiendo la provincia no significaría nada. Un peronista describe esa posibilidad con realismo: «El que pierde no tiene presente ni futuro en el peronismo».

Ese presagio sobre el crédito internacional tiene una enorme carga de política e incertidumbre. El déficit real del Estado es superior al 7 por ciento del PBI. Macri imagina un programa de ajuste de las cuentas del Estado con un ritmo siempre gradualista. Ese programa se derrumbaría en el acto si se quedara sin préstamos, que es lo que lo salvó hasta ahora de una política más severa de ajuste. Es cierto, por otro lado, que Cristina es una figura aborrecida por los inversores, sean éstos financieros o productivos. De hecho, muchas inversiones en la economía real (compra de empresas, instalación de compañías multinacionales, ampliación de inversiones ya hechas en el país) decidieron esperar hasta octubre para concretar, o no, el desembarco de sus negocios. Y octubre tiene nombre y apellido. Se llama Cristina Kirchner.

La mayoría de los economistas privados es menos fatalista. «Un triunfo de Cristina será siempre una mala noticia, pero no cerrará totalmente el crédito internacional», asegura uno de ellos. Podrá complicar el acceso a los mercados financieros, pero no cerrar sus puertas. Coinciden, sí, en que la inversión productiva, tanto de origen nacional como extranjera, volverá a postergarse hasta que haya un mensaje claro sobre el destino de la ex presidenta. Algunos economistas sostienen que los inversores saben que ella no podrá volver nunca a la presidencia. Aunque Cristina está más cerca de la cárcel que del poder, lo cierto es que su solo nombre inquieta a cualquiera que quiere poner en el país una parte de su fortuna. Después de su gestión llena de confiscaciones, un default, intervenciones y regulaciones extremas, la Argentina cristinista es un lugar tóxico para las inversiones.

A pesar de todo, el Gobierno se encontrará el día siguiente de esa eventual victoria de su principal enemiga con dos escenarios muy distintos. El manejo de la economía, como hemos visto, será más complicado. Pero algunos oficialistas celebrarán por dos razones. Una: no habrá mejor candidato opositor para Macri en las presidenciales de 2019 que Cristina. Con un porcentaje de entre el 55 y el 58 por ciento de rechazo constante desde que se fue del Gobierno, ella nunca tendrá más del 50 por ciento de los votos necesarios para ganar en segunda vuelta. Está visto, además, que el país político comenzó un período en el que los triunfos en primera vuelta son improbables, tanto para Cristina como para Macri. La segunda razón: un triunfo de ella meterá al peronismo en una larga lucha interna. Esas sensaciones contradictorias entre la economía y la política convivirán en la administración de Macri.

De todos modos, un mensaje importante a la economía la dará el propio peronismo. ¿Será después de octubre el mismo que acató con sumisión la orden de Cristina de defender a De Vido, a pesar de la carga electoralmente negativa que tenía? Lo primero que debe analizarse es si realmente hubo acatamiento a Cristina de parte de los gobernadores. Algunos gobernadores peronistas son hombres jóvenes que acaban de hacerse cargo del poder en sus provincias. Los diputados nacionales no les responden a ellos, sino a sus antecesores. Son los casos del sanjuanino Sergio Uñac, del entrerriano Gustavo Bordet y del chaqueño Domingo Peppo. Los nuevos gobernadores podrían imponer sus propios diputados nacionales en las próximas elecciones. La situación más anunciada es la de Uñac, en San Juan, que triunfó en la confección de las listas tras un largo forcejeo con su antecesor, José Luis Gioja. Lo que hizo el tucumano Juan Manzur tiene más que ver con su historia que con cualqueir otra cosa: fue ministro de Cristina y compañero de gabinete de De Vido durante varios años.

Los casos del formoseño Gildo Insfrán y del pampeano Carlos Verna son muy particulares. Hombres aislados, imprevisibles y personalistas, detestan cualquier cosa que se parezca a un cambio. El cambio, cualquier cambio, podría terminar con ellos. Insfrán es un autoritario de manual que gobierna su pobre provincia desde hace más de dos décadas. Verna es Verna. La fastidió a Cristina como lo fastidia a Macri. Ni el macrismo, ni el peronismo ni el kirchnerismo pueden contar para siempre con ninguno de los dos.

Una corriente de gobernadores peronistas razonables se está reuniendo para hablar del día después de las elecciones de octubre. Se volverán a reunir el próximo jueves. La lideran dos: el cordobés Juan Schiaretti y el salteño Juan Manuel Urtubey. Los diputados de los dos acaban de votar por la expulsión de De Vido. Una clara diferencia con el resto. Hubo un reciente chisporroteo electoral entre Macri y Schiaretti. No hay dramatismo en esa pelea: ellos son amigos desde hace más de 20 años y los dos entienden que una elección es una elección. Nunca podrá borrar viejas amistades.

El peronismo moderado aguarda que Schiaretti haga una buena elección en Córdoba para poder contener a los gobernadores frente a una Cristina eventualmente victoriosa y envalentonada. El problema de Schiaretti es que Córdoba es el distrito más macrista del país. El problema de Macri es que lo necesitará a Schiaretti. Las victorias y las derrotas en tierra cordobesa serán en cualquier caso muy relativas para cualquiera.

Senadores peronistas anticipan que Cristina lideraría en ese cuerpo, aun ganando, un bloque de no más de una docena de senadores. Pocos, aunque les impondrá una política de duro enfrentamiento con Macri. El resto de los senadores peronistas, que responden a los gobernadores, podría insistir en un acuerdo de políticas básicas con Macri. Desde la coparticipación federal hasta el narcotráfico, desde un nuevo régimen tributario hasta el indómito conurbano bonaerense, todo podría ser negociado con gobernadores y senadores de ese peronismo centrista.

En cualquier caso, la relación de fuerzas en el Congreso no cambiará mucho. El peronismo sólo podría perder el quórum propio en el Senado. Minorías más equilibradas se instalarían en Diputados. La mayoría del peronismo con ambición de futuro y de poder tampoco quiere ni necesita a Cristina. Podría ser el aliado perfecto de Macri si Macri aceptara aliados temporales aun cuando lo arropara la victoria.

Fuente: La Nación