En un recorrido conmemorativo que arrancó por el 2010 con el bicentenario del 25 de mayo, llegamos al momento culminante de aquel proceso que se cerró en Tucumán en 1816. Altezas, bajezas, alzados y caídos en 200 años de historia. (Daniel Escotorin)

Era la casa de Francisca Bazán, alquilada por el Directorio para que funcionase el Congreso Constituyente. Desde el 24 de marzo de 1.816 hasta el 17 de enero de 1.817 sesionaría en Tucumán para trasladarse a Buenos Aires y funcionar hasta el 11 de febrero de 1.820 y disuelto como consecuencia de la batalla de Cepeda, triunfo federal sobre el centralismo porteño, tras el rechazo a la constitución unitaria de 1.819. En esos acontecimientos están los cimientos de lo que se conoce como Argentina, lo que no fue y debió ser parte de ese nosotros y un orden político que doscientos años después sigue replicando conflictos nunca subsanados.

¿Qué conmemoramos este (y cada) 9 de julio? El dato fáctico, indiscutible, es la declaración de independencia respecto de España y, agregado después en sesión secreta, de toda dominación extranjera. Entre 1.810 y 1.816 quedaron establecidos los actores políticos y sociales que pretendían erigirse en las clases dirigentes de la nueva nación. Ambos iban íntimamente ligados en la relación de construcción del nuevo orden.

Los debates en esos fragosos años giraban en torno a dos ejes: emancipación y organización. O sea, Independencia sí o no, y cual orden político para la nueva nación. Fue precisamente en el Congreso constituyente donde concurren las diversas corrientes políticas, sociedades, logias y regiones a dar una dura disputa sobre estos ejes. La cuestión sobre la emancipación tuvo aditamentos externos: la presión de personajes relevantes en ese momento como el general San Martín, estacionado en Cuyo, en la ciudad de Mendoza organizando la futura campaña liberadora de Chile, quien consideraba imprescindible la independencia para iniciar su campaña. Manuel Belgrano que había formado parte de una misión diplomática a Europa y de regreso informaría al congreso sobre sus tratativas y la nueva realidad europea donde se habían restaurado las monarquías absolutistas, incluida la de Fernando VII que planeaba una enorme ofensiva militar para recuperar sus colonias, y el propio Güemes que apoyaba a San Martín.

Así luego del informe del 6 de julio de Belgrano a los congresales se decidió tomar ese tema el día 9. Hubo unanimidad, luego festejos, fiestas, y el día 25 una sesión secreta para agregarle al acta donde decía “nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli”, el aclarado de “y de toda otra dominación extranjera”. No era ocioso ese detalle en una coyuntura donde las tratativas, negociaciones y posibles acuerdos diplomáticos apuntaban a establecer una monarquía de tipo republicana y para ello se precisaba de candidatos al trono con sangre real: Portugal y Francia miraban expectantes el desarrollo de los hechos.

Altezas, bajezas, alzados y caídos

¿Cuáles grupos y sectores políticos concurren al congreso? La elite porteña (sector comercial) comenzaba a convertirse en el grupo que aventajaba al resto en la conformación como grupo homogéneo, con un proyecto claro, intereses e identidad propia, es decir en transformarse en clase social ¿Cómo se expresaban? Un sector de la Logia Lautaro, entre ellos Carlos María de Alvear enfrentado a San Martín, un centralista, aristocrático, elitista, promonárquico y anglófilo que expresará “los deseos” de los americanos de ser súbditos de la corona inglesa, como también pide perdón por la revolución y protección al rey de España luego de ser destituido del cargo de Director Supremo, su tío Gervasio Antonio de Posadas, y otros como Bernardino Rivadavia, secretario del 1º Triunvirato, Juan Martín de Pueyrredón, entre otros.

La incipiente burguesía porteña desplegaba sus influencias sobre el resto pero con altos costos políticos: se enfrentaba con la Liga de los Pueblos Libres liderada por Artigas (Banda Oriental, el litoral y Córdoba), prefería sacrificar el Alto Perú (Bolivia) e incluso el actual norte argentino (Salta y Jujuy). De estos sectores solo Artigas le presentaba un proyecto concreto: independencia, sistema federal, republicano, un Reglamento de Tierras. Ante semejante desafío la clase dirigente porteña prefirió ofrecer este territorio a los portugueses primero e independizarlo después: mejor negociar con la nobleza que convivir con caudillos.

Dentro del espacio revolucionario existían tendencias centralistas pero que apuntaban a ordenar y dirigir el proyecto evitando más dispersión. Era el caso de la mayoría como Bernardo de Monteagudo, Belgrano o el mismo San Martin. Monteagudo era el presidente de la Sociedad Patriótica y ligado a la Logia de San Martín. En Salta, Martín Güemes, llevaba una conflictiva relación con el poder del Directorio, pero también con las clases acomodadas salteñas y jujeñas, a su vez enfrentado con el gobernador de Tucumán y además llevando todo el peso de la lucha contra un poderoso ejército español con amplia experiencia en la guerras europeas y conducido por generales de renombre. Uno de sus colaboradores y hombre de confianza, José Moldes, había sido propuesto para el cargo de Director Supremo en reemplazo de Alvear pero su nominación fue rechazada por Buenos Aires debido a su acérrimo antiporteñismo e ideales federales.

Así al momento de la declaración de la independencia confluían republicanos centralistas, monárquicos liberales y republicanos, monárquicos pro incaico (Belgrano), centralistas liberales (unitarios). Pero en definitiva el debate y la disputa era en torno a donde residiría el poder y su distribución: ya federal o centralizado en el puerto. Esto por supuesto no se resolvió ni en 1.816, ni con la Constitución de 1.819 de neto corte centralista, luego de que en 1.817 el Congreso se trasladara otra vez a Buenos Aires. El conflicto se resolvería treinta años después y se consolidaría hacia fines del siglo XIX, cuando ya la oligarquía agro pampeana se convierte en clase dirigente. Desde entonces salvo escasas excepciones y modificaciones propias del sistema capitalista.

200 años no es nada

El debate histórico y por ende político sobre los proyectos en pugna en ese 1.816 no es anacrónico, sino más bien de una actualidad extraordinaria. En efecto, si en 1.853 la Constitución Nacional estableció el sistema republicano, representativo y federal, este último fue el menos aplicado en la conflictiva historia argentina. La hegemonía porteña si no fue reemplazado fue disimulado bajo el manto de un poder central llamado Estado Nacional, así fue con gobiernos conservadores, radicales, peronistas, dictaduras y ahora el actual.

De esta manera el viejo territorio virreinal se desgranó pero también se fragmentó el espacio sudamericano quebrando los proyectos de construir una sola nación: a partir de 1.816 el poder central se desentendió de la Banda Oriental (Uruguay), de Paraguay (autonomizado desde el principio y que pagaría brutalmente esa osadía sesenta años después), el Alto Perú (Bolivia) y de no haber sido por Belgrano y Güemes también Salta y Jujuy. Los otros países recorrieron procesos similares, tal el caso de Chile, Perú, Colombia. No casualmente el acta proclamaba la independencia en nombre de las Provincias Unidas en Sudamérica.

En este 2016 asistimos a una curiosa voltereta de la historia o un retorno que poco tiene de farsa y más de tragedia, contradiciendo la máxima de Marx. La concentración del poder político en un gobierno (partido) que nacido en las entrañas de las clases dominantes de la vieja Capital Federal, logró conservar ese espacio y ampliarlo a la provincia de Buenos Aires y a la país entero. Las manifestaciones y medidas políticas del gobierno marcan que este retorno no es un accidente sino el lento proceso de restauración o recuperación de las otrora oligarquía pampeana que no se priva ni siquiera de expresar su carácter elitista y hasta repitiendo el gesto alvearista, pide perdón a los antiguos “amos”, además de ofrecerse impúdicamente a las potencias centrales.

Pero si algo le faltaba a esta nueva etapa es el otro giro histórico dado en esta nueva etapa. Este 2016 nos ofrece otra paradoja tan propiamente argentina: se cumplen 100 años del primer triunfo electoral de la UCR que a través de la aplicación de la ley electoral Sáenz Peña logró derrotar al partido del Régimen, el PAN, contra los que se habían alzado en 1.890. Era el partido de las minorías, de la oligarquía y denunciado por la corrupción permanente y sistemática, el fraude electoral, la entrega del patrimonio. Nunca más volvió a gobernar este sector por vía democrática sino apelando a los golpes de estado o la traición de otras fuerzas. Cien años después la expresión política de esa clase social vuelve al poder por primera vez ganando una elección, además en forma limpia, pero de la mano de la UCR.

Los sectores populares de aquellos tiempos no pudieron conformar un proyecto propio a pesar de haber sido quienes pusieron su mayor esfuerzo, comenzando por sus propias vidas. Gauchos, indios, negros, mulatos, mestizos fueron los pilares de los ejércitos, milicias, montoneras y partidas que lograron finalmente ese ideal preciado que era la independencia. Para ellos eso significaría la posibilidad de una vida en libertad, digna, de poder contar con su parcela de tierra, su identidad. El acta de del 9 de julio se redactó en español, en quechua y en aimara, eso significaba el valor que algunos representantes les daban a los pueblos originarios. Cuando Belgrano propuso la monarquía incaica, en Buenos Aires la mofa hizo sentir el desprecio arguyendo que no se permitiría un gobierno de “la casta de chocolate”. Artigas fomentaba el reparto de tierras entre los campesinos, Castelli y Moreno impulsaban la igualdad entre las castas sociales, más bien su eliminación. Güemes sufrió el escarnio de sus comprovincianos de la clase decente, no por sus modales, sino por la pretensión del caudillo de satisfacer las necesidades de quienes arriesgaban y daban su vida por esa causa y por la imposición de hacerlos contribuir forzosamente al sostenimiento de las campañas militares. Por eso conspiraron con los españoles para asesinarlo.

Doscientos años después hay deudas. No externas, sino con la sociedad misma, con los que siguen siendo los principales contribuyentes en el esfuerzo y lo principales excluidos en el reparto de los beneficios. Discutir, o sea, disputar, un nuevo poder que democratice las relaciones Nación – provincias; provincias – Buenos Aires. Y sobre todo un pacto social que fortalezca la soberanía popular como mejor reaseguro de una república y la democracia.