Un empleado público denuncia irregularidades en el manejo de la biblioteca provincial. Nepotismo y extrañas formas de facturación. Las denunciadas podrían quedarse con el cargo que dejó vacante Gregorio Caro Figueroa. (DOM)

Escenas kafkeanas: un empleado público de la Biblioteca Provincial encuentra de pura casualidad ciertas irregularidades en unas facturas sobre un taller de incentivación de lectura por el que el gobierno nacional había enviado 20 mil pesos: facturas a nombres del cantante César Balderrama, esposo de Viviana Vacherand Solá, secretaria y mano derecha del entonces encargado de la Biblioteca.

El encargado, Gregorio Caro Figueroa, no terminaba de hacerse cargo, por cuestiones de salud, así que el control del Complejo de Bibliotecas estaba en manos de Viviana Vacherand y de Paula Bertini, mujer también de confianza de Caro Figueroa. Cuando Figueroa retorna sus actividades burocráticas, de los 20 mil pesos sólo quedan $3.700, que se terminan repartiendo entre las mujeres de confianza del encargado. El empleado público habla de la irregularidad con Figueroa, pero la respuesta que escucha es inesperada: “si denunciás, te voy a echar”.

Esta primera escena tuvo su lugar en 2010. Entonces empieza el calvario del empleado público, calvario que se hace insoportable cuando al año las autoridades de la biblioteca reciben 40 mil pesos y aprovechado una operación de urgencia de Figueroa, las que quedan al frente hacen uso del dinero que debía destinarse a artistas, escritores y animadores de lectura. No es que no hacen nada con el dinero, sino que otra vez se reiteran los casos de nepotismos: los beneficios para César Balderrama y para la tía de Paula Bertini, Georgina Parpagnoli, llaman la atención. Y esta vez la rendición de cuentas queda guardada en caja fuerte.

Las persecuciones contra el empleado público son atroces: llamadas a las tres de la mañana a su casa (llaman, no hablan, cortan), amenazas (“Nunca vas a conseguir trabajo”, le dicen). Y de su oficina empiezan a desaparecer objetos personales. A estas alturas el empleado público está enfermo por los nervios: psicólogos, gastroenterólogos, neurólogos. Un día llega a la biblioteca y encuentra que le han retirado la cerradura a su oficina. Son órdenes, dice el guardia. Otro día, un guardia lo detiene en la puerta y le dice que tiene órdenes de escoltarlo. Al poco tiempo llega lo inverosímil: el guardia, además de escoltarlo hasta la puerta de la oficina, entra y se queda allí al lado, parado.

– Tengo órdenes de quedarme y tomar nota de todo lo que usted haga- le dice el guardia. Y lo dice en serio. Saca una libretita y una bic y anota. El empleado trata de tomárselo en broma.

– Voy a abrir el cajón y sacar una plasticola -le dice.

Abre el cajón y saca plástica, escribe el guardia.

– Ahora escribo unas oraciones -le dice el empleado público.

– ¿Oración es con hache? -indaga el guardia.

El empleado público aguanta. Es inverosímil pero aguanta. Hasta que un día entra a la oficina y no encuentra la computadora. Se la han llevado para revisarla, órdenes del Coordinador, le dice el guardia.

El empleado público se rinde. Se va, no sin antes hacer una denuncia formal. Además de las extrañas formas de facturación, también incluyó en la denuncia otras irregularidades: la desaparición de libros, de máquinas de fotos, de dvd’s y hasta de tasas.

¿Qué sentido tiene escribir esta nota ahora, que el Coordinador de bibliotecas ya está retirado, terminando de tramitar su jubilación? Pues que cuando se fue dejó a las mujeres de su confianza a cargo (ambas estarían con sumarios por la denuncia de este empleado público) y en estos días se concursa el cargo de Coordinador y ellas tienen serias chances de ocupar ese lugar.