Por Alejandro Saravia

La vida siempre nos sorprende. Siempre. 

Leía los otros días que el gobernador Urtubey, junto a otros conmilitones del Movimiento Nacional Justicialista, daba su apoyo al gobernador riojano Sergio Casas en esta nueva aventura por los límites constitucionales al plantear, éste, entre gallos y medianoche, un plebiscito para cohonestar una enmienda reformadora de la Constitución escrita de esa provincia. Se trataría de hacerle decir algo diferente a lo que dice la letra de la Constitución. Algo así como lo que se hizo en nuestra provincia en el año 2003, cuando se convocó a una Convención Constituyente ad hoc para habilitarle un tercer mandato a nuestro sorprendente gobernador.

Como todos saben, ese plebiscito riojano, convocado para mañana domingo, fue atacado por dirigentes de Cambiemos a través de un amparo en el que se pretendía, como medida cautelar, suspender ese acto. 

Como también todos saben, esa medida cautelar fue rechazada por la Corte Suprema de la Nación con el argumento de que se tratan de cuestiones de derecho público provincial que deben ser resueltas por la justicia de cada una de las provincias en que las mismas se planteen. Se resolvió lo señalado por voto dividido en el que, nuevamente, quedó en minoría su presidente, Carlos Rosenkrantz, frente a Rosatti, Lorenzetti —reciente expresidente de ese tribunal y el que de estas maneras se estaría cobrando su vendetta— y Highton.

Los argumentos de Rosenkrantz radican en la violación de los procedimientos constitucionales, puesto que la Constitución de La Rioja establece que ese plebiscito convocado para sostener una enmienda constitucional debe celebrarse en el mismo acto de una elección general y no de una manera separada, y amañada, como pretende hacérselo. Son cuestiones procedimentales que hacen a la sustancia de las democracias constitucionales puesto que, precisamente, esos procedimientos son los que posibilitan canalizar de una manera civilizada la voluntad popular, como con maestría enseñara Norberto Bobbio, y evitar de ese modo enfrentamientos violentos. Un modo de sublimar, digamos, la violencia ínsita en toda sociedad.

Ahora bien, ¿qué es lo sorprendente? Pues, que en Venezuela la imputación de fraude que se le hace a Nicolás Maduro, y que diera ocasión a que el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, se proclamara, en aplicación del artículo 233 de la Constitución de ese país, como presidente encargado, tiene las mismas falencias procedimentales que el plebiscito riojano. En efecto, según lo estipula la Constitución venezolana, las elecciones presidenciales deben hacerse en el mes de diciembre del año que correspondan y sucede que Maduro las convocó, respondiendo a su propia conveniencia, para el mes de mayo pasado. Sí, es otra cuestión procedimental, pero recordemos lo de Bobbio acerca de los procedimientos. Las reglas de juego son reglas procedimentales.

Frente al hecho de Venezuela nuestro gobernador se pronunció en contra de quien hizo la manganeta, manifestando su respaldo y reconocimiento a Gauidó. Por el contrario, en el caso riojano, se pronunció  a favor del que la hizo. 

Incoherencias las llaman algunos. Otros, oportunismo. Son las sorpresas que da la vida.

La situación de Venezuela, ya por fuera de lo que haga o deje de hacer el gobernador Urtubey, tiene una singular gravedad. En efecto, ese país se está convirtiendo en el escenario de diversos vectores que pueden jugar alocadamente si un aprendiz de brujo se siente con capacidad para manejar las circunstancias. Y Maduro, en verdad, es lo más parecido a un aprendiz de brujo que uno pueda imaginar. Si no estuviésemos en medio de una tragedia humanitaria, podríamos pensar que es una pura farsa.

Para complicar aún más el escenario, tenemos a un Trump y, ahora, recientemente, a un Bolsonaro. Mientras tanto, la seguridad de Maduro está en manos de mercenarios rusos, tropas militares privatizadas que cobran por sus servicios, y todo el país manejado ideológicamente por cubanos que hicieron de la emigración de su propia gente el único modo de manejar su país. Lo mismo están haciendo en Venezuela, en el que los emigrados ya suman cuatro millones de personas. En nuestro país ya ascienden a 500 mil.

Es muy serio lo que está pasando y los actores en el escenario internacional dejan mucho que desear, como vimos. Nuestro gobernador ya hizo su aporte.