Fue explotada sexualmente seis años. Tuvo el valor para romper las cadenas de una de las peores esclavitudes de esta época. Se enfrentó a lo que ella llama ‘la soledad de la puta’ y en ese viaje subjetivo plagado de adversidades, deconstruyó y reconstruyó su vida. Hoy es escritora, formadora y activista feminista.

Sonia Sánchez nació en la provincia de Chaco (Argentina) y a los 17 años viajó a Buenos Aires para trabajar como empleada doméstica. Su rebeldía ante un sueldo misérrimo la dejó en la calle. Es ella la que habla alto y claro, la que traza este relato de lo que le sucedió después en la plaza Once de la capital argentina y en el sur del país, de cómo sobrevivió y, sobre todo, pone la voz potente para retratar con crudeza lo que no es un trabajo, sino un campo de concentración. De una tortura en el que toda la sociedad es cómplice de su existencia y por ello ha hecho de su dura experiencia un activismo comprometido para intentar abolir la prostitución.

Antes de ser la puta de todos de la plaza Once, fui hija, hermana, estudiante, adolescente, explica. Lo fue hasta que un hombre libremente se topó con ella, cuando hacía meses que vivía en la calle, sin dinero, con frío y miedo. Sonia fue explotada durante seis años, y desde hace muchos más, desde que tuvo la fuerza para mirarse a sí misma, ha decidido luchar para intentar acabar con un problema enquistado, tolerado, en el que los estados -subraya- son los primeros en violar los derechos de las mujeres. Por acción u omisión, gobernantes, senadores, la Iglesia, policías, las agencias internacionales… toda la sociedad es cómplice. Hay una gran industria, subraya, con nuestras vaginas.

Ella habla claro para que todo quede claro. Hay que poner cara a estos hombres prostituyentes. Están en nuestras casas, en los trabajos, son nuestros compañeros, nuestros hermanos. Donde hay un prostíbulo hay complicidad política y policial, llega dinero para el ayuntamiento. Hay complicidad entre estos hombres, el proxeneta y la trata de mujeres. Y miles del mujeres son traficadas cada año desde las zonas pobres. Niñas de 16 años que a los 21 ya son tachadas de viejas. Chicas de 16 años prostituidas 30 veces al día, una gran industria.

Sonia Sánchez tiene hoy 51 años y considera que para luchar contra la prostitución hay que hacer entender a todos que sólo es violencia. Los hombres que van de putas, dice, no compran sexo, sino que practican la violencia. «Dejen de hacerlo y no habrá prostitutas».

Por ello, su activismo feminista se centra en la docencia y la prevención, no sólo de los jóvenes, sino de todos los colectivos. Trabajo en las escuelas, en la universidad, y también con políticos, policías, jueces y juezas para que sepan ver lo que significa la prostitución, que es esclavitud envuelta en silencio, señala.

¿Y cómo pudo ella romper estas cadenas? Sonia conversa por teléfono con este diario porque estos días está en Madrid para participar en las Jornadas Internacionales sobre Prostitución y Trata de Mujeres, y el lunes dará una conferencia en Barcelona invitadas por la Plataforma Catalana pel Dret a No Ser Prostituïdes para debatir las vías para acabar con esta violencia total. Prostituida durante seis años, un día la golpearon brutalmente, llegó la policía, el varón se fue tranquilamente y a ella la detuvieron -en Argentina la prostitución está prohibida y no era la primera vez-. Al regresar a casa lloró y lloró y se vio a ella misma por primera vez en el espejo. Ya no me mentí más, ya no me dije que era una «trabajadora sexual» porque libremente quería, que era libre porque fijaba mis precios y mi vida. No era verdad, no es verdad.

Hizo el camino de salida sola. El tiempo para recuperar su cuerpo y reconocerlo. Acariciarlo, abrazarse y quererse. El proceso para tener voz propia y finalmente salir del lugar de la víctima. No quería sólo transmitir dolor sino interpelar a la sociedad, hacerla reflexionar de por qué al igual que ella millones de mujeres son prostituidas con el consentimiento de todos. Quiere discutir sobre los privilegios del hombre en una sociedad patriarcal y proxeneta, plantear dónde va todo este dinero. Y considera que se deben restituir los derechos económicos, sociales, culturales de todas las mujeres que han pasado por esto.

No hay que hablar de trabajadoras sexuales, dice, porque nadie elige serlo libremente. Ninguna mujer nace para puta es el título de libro que escribió en el 2007, donde condensa sus reflexiones que parten de la experiencia de esta tremenda deconstrucción como persona. El silencio, la soledad y la violencia, como las de aquel día que en una whiskería de Río Gallegos, que la encerraron sola con 25 hombres, y sin saber lo que iba a pasar nadie le dijo ­nada.

Lo resume otra vez bien claro: no llega el dinero de los organismos internacionales para restituir los derechos de estas mujeres, «sino para sostenernos como putas».

Fuente: http://www.lavanguardia.com/