En la misma semana que el país debatió sobre un par de escritos en el Cabildo, dos grafitis en Rosario de la Frontera alertaron a Cuarto Poder del tercer aniversario de la muerte impune de Raquel Canga. (Franco Hessling)

Uno podría ufanarse de grandes conocimientos en efemérides locales, pues esta nota referirá a un hecho ocurrido un 4 de septiembre en Rosario de la Frontera, pero lo cierto es que nada tiene que ver con saberes. Fueron dos paredes pintadas las que arrancaron al cronista de su letargo, en palabras del gran RJW -salvando las enormes distancias-, se trató de la historia golpeando la puerta (la anécdota de “hay un fusilado que vive”). Fueron dos grafitis, uno visto al pasar en un vehículo, imposible de captar en qué lugar en particular, y el segundo en 20 de febrero antes de llegar a Belgrano, en diagonal a la Panificadora Jaramillo, justo donde estacionan las motos de los que van al centro (el equivalente a Belgrano casi Mitre en la capital salteña). Las estampas tienen en común estar hechas con aerosol negro retinto. JUSTICIA POR RAQUEL CANGA.

La primera impresión fue que se trataba de otra víctima de la máxima expresión de violencia machista. El primer recorrido consultando lugareños bastó para constatar otro asunto, un siniestro vial con consecuencia fatal. El jueves 4 de septiembre de 2014, Canga se despidió de sus hijos con rumbo al Complejo Deportivo Municipal, situado en las cercanías a la salida hacia la ruta 9. Montó su bicicleta de baja cilindrada pero recordó que olvidaba algo, apeó y resolvió el asunto con la celeridad de siempre. Ya pedaleando, Raquel seguía repartiendo directrices. Ezequiel, uno de sus hijos, quien heredó la inclinación por la danza, recuerda que cuando llegó a dar clases, estando frente a sus alumnos, recibió el llamado que le avisaba sobre la desgracia. Entrando al Complejo fue alcanzada por el vehículo de Diego Alberto Jaramillo, hijo del matrimonio que montó la panificadora, tal vez el ejemplo local por antonomasia de movilidad social ascendente, muy ascendente susurran algunos/as. La profesora de danza debió ser trasladada de urgencia a Salta Capital, donde horas más tarde, a las 9 de la noche, se emitía un diagnóstico desalentador: muerte cerebral con traumatismos en el hombro y la cadera, el pulmón izquierdo estallado, el derecho perforado, y pérdida de sangre cercana al 50%. El 20% de probabilidades que viviera se fue expirando hasta dejarla definitivamente sin vida, ya en la madrugada del viernes 7 de septiembre.

En Rosario de la Frontera, los ciudadanos consultados por este medio, no menos de una decena, coinciden en ciertos rasgos generales. Todos saben que fue “el hijo de Jaramillo” el que manejaba la camioneta que atropelló a Raquel Canga y que el caso quedó impune. En los matices las versiones se distinguen, algunos/as entienden que lo de Jaramillo fue accidental y que, pese a la “inamovilidad” de la Justicia -no la que pretende J.M. Urtubey para los jueces de Corte, claro está-, el muchacho no merece pena; otras miradas apuntan a un cordón de impunidad garantizado por la genuflexión judicial ante la barricada de billetes de los propietarios de la panificadora.

Inclusive los que consideran que el atropello fue un accidente se resienten ante la ausencia de Raquel, en quien se reconoce una figura nodal en el campo cultural de la ciudad termal. Su carrera como profesora de danzas y su personalidad estridente fueron parte destacada de la mujer que perdió la vida con poco más de cincuenta años. Ezequiel se dedica a igual rubro en México. En materia de danzas, ella fue referencia municipal tanto como familiar.

Los/las rosarinos/as que dialogaron con este medio, algunos en la plaza Independencia, otros en las inmediaciones del Hospital Melchora Figueroa de Cornejo, y unos más en las cercanías del mural en 20 de febrero casi Belgrano, no hicieron referencias a complicidades políticas, ni de funcionarios provinciales ni del intendente, Gustavo Solís. Sobre éste la referencia común de los testimonios es que se mantuvo indiferente ante el caso.

En abril de 2016, Ramón Haddad absolvió a D.A. Jaramillo otorgándole el beneficio de la duda, aunque todos saben que fue quien embistió a Canga, en la imputación por homicidio culposo. Las dudas que le cupieron al juez de Metán despiertan unánimemente suspicacias entre el pueblo del sur provincial. ¿De qué manera se siembra una duda en aquellos que imparten justicia? El sentido común contemporáneo dicta que no hay voluntades que puedan resistirse al billete. Más que una afirmación es una sugerencia, el sentido común no aporta pruebas. No es intención de este cronista ensuciar el buen nombre de Haddad y la Justicia salteña, si acaso lee estas líneas -o si las lee cualquier espíritu incorruptible del Consejo de la Magistratura- se lo invita a dar a conocer sus declaraciones juradas de los últimos años.

La desconfianza en la Justicia provincial no es responsabilidad únicamente de Haddad, es una consecuencia lógica ante la experiencia colectiva acumulada por los miles que padecen o padecieron las genuflexiones de los que debieran ser inmaculados moralmente hablando, los nombremos como “agentes de justicia”. Lo de Canga es un grano de arena en una playa que tiene como uno de sus principales paradores la Comisión de Familiares contra Impunidad.