Cambiemos está lleno de enojos e intrigas. Entre la administración y las elecciones, en el oficialismo sobran razones para haber extraviado la paz.

La salida de la Cancillería de Susana Malcorra y su reemplazo por el diplomático Jorge Faurie posee un significado mas denso que el simple movimiento de piezas en un lugar importante del gabinete. Desnuda otro par de cosas: un mecanismo de Maurico Macri en la toma de decisiones que, al menos en ese terreno, prescinde de sus socios de Cambiemos; una tendencia a convertir la horizontalidad de su administración (el trabajo en equipo) en una verticalidad enmascarada.

Había ocurrido a fin del año pasado con el alejamiento de Alfonso Prat Gay del ministerio de Hacienda y Finanzas. El Presidente encumbró a Nicolás Dujovne aunque dividió la cartera. El eje recayó de facto en Marcos Peña, el jefe de Gabinete, y Mario Quintana, uno de los ministros coordinadores. Ahora se irá Malcorra, de vida política propia, y aterrizará Faurie, de larga trayectoria en la carrera exterior. Pero, seguramente, con menor capacidad de autonomía que aquella mujer. De nuevo habría que echar un vistazo en torno a Peña. En su comarca se desempeña Fulvio Pompeo como Secretario de Asuntos Estratégicos. Fue un tiempo subsecretario en el ministerio de Relaciones Exteriores. Se desempeña además como miembro consultor del Consejo Argentinos para las Relaciones Internacionales (CARI).

La variante conocida el lunes plantea dos interrogantes, uno externo y otro interno. ¿En que podrá consistir la segunda etapa de la apertura al mundo que pregona Macri y Malcorra se esforzó por cumplir?. ¿Cómo compensará el Presidente, en medio de un ciclo electoral clave, las inocultables tensiones que su modo de actuar van produciendo en Cambiemos?. Se trata de la sociedad entre el PRO y la Unión Cívica Radical. El vínculo con la Coalición anda por otro andarivel. Porque depende sólo de Elisa Carrió.

Macri terminó haciendo casi todo el recorrido internacional que se había propuesto para exhibir que la Argentina estaría dispuesta a escribir una historia diferente a la década kirchnerista. El último escalón fue reciente, en China y Japón. Pero ahora despunta la tarea minuciosa para que cada una de las promesas y los acuerdos en las visitas en el extranjero tengan una traducción local. En especial, que algunas inversiones empiecen a llegar. Como no sucedió en los primeros 17 meses de gestión.

Nadie sabe si la Cancillería, en conjunto, está en condiciones de abordar tal desafío. Quizás en esa duda se explique la influencia que con la salida de Malcorra adquirirán Peña y Pompeo. La canciller distribuyó su tiempo en dos cuestiones básicas. Ensayó, con el aval del Presidente, su ascenso a la Secretaria General de la ONU. El intento le consumió diez meses. Pero tuvo poca suerte. Tal vez la meta resultó demasiada ambiciosa para un país inestable como el nuestro. El cargo quedó al final en poder del ex premier de Portugal, Antonio Guterres. Luego se ocupó de poner empeño en la agenda presidencial. No tuvo tiempo para encarar una transformación estructural en la Cancillería, intoxicada de militancia K durante la gestión de Héctor Timerman. Malcorra prefirió manejarse dentro del status quo existente con apenas pinceladas de cambio. Es la herencia que recibirá Faurie. El embajador en Francia conoce muy bien ese paño. Por dos motivos: es hijo puro de la carrera diplomática; ha estado siempre ligado al universo político. El peronismo le resulta, en ese sentido, familiar.

Tal identidad no representa un dato indiferente en Cambiemos. Para la totalidad de los socios. Carrió sabía, como casi todo el planeta del poder, que Malcorra partiría en algún momento. Aunque no que el reemplazante sería Faurie. La diputada, amén del volumen que posee en la alianza oficialista, preside la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara.

El desayuno ingrato, sin embargo, correspondió al radicalismo. Las expectativas eran otras. Sobre todo, a partir que en la primera semana de mayo Peña sostuvo un almuerzo público y sorpresivo con Prat Gay. En ese diálogo abundó el intercambio de miradas sobre la política exterior. Jamás se mencionó alguna oferta. Pero era conocido que Malcorra tenía resuelto alejarse después de las elecciones de octubre. Ocurrió cuatro meses antes. El anticipo constituye todavía un misterio que no lo explican rumores sobre desencuentros entre la canciller y Macri. El tiempo despejará las dudas, como sucedió con Prat Gay, porque el Gobierno tiene un uso civilizado: siempre se ocupa de despedir a sus funcionarios con felicitaciones calurosas. La euforia luego pasa.

La única concesión presidencial con el radicalismo ocurrió en la conducción del Banco Nación. Cuando emigró Carlos Melconián llegó Javier González Fraga. Visto a la distancia, pareció tratarse de una mano tendida a sus socios pero también de una necesidad.

El Gobierno sigue sufriendo con la fragmentación del equipo económico que diseñó Macri. No sufre únicamente por los magros resultados de la reactivación y la baja inflacionaria. También padece un problema de autoridad y potencia de comunicación. González Fraga irrumpe con frecuencia. Esta semana terció el secretario General, Fernando De Andreis, para sincerar que es difícil “encontrarle la vuelta” a la inflación. Ayer apareció María Eugenia Vidal. Reconoció que la inflación no será la que desean pero tendrá el menor registro de los últimos años.

El radicalismo afronta otros dilemas. A la preservación de sus sitios en el Gobierno le añade la perentoriedad de la integración de las listas para las elecciones. La UCR renueva 24 de sus 39 diputados nacionales y 3 de los 9 senadores que posee. Julio Martínez aspira a presentarse por La Rioja. Debe dejar el Ministerio de Defensa. El partido de Hipólito Yrigoyen le teme a otra maniobra relámpago de Macri que, como sucedió en la Cancillería, los deje desairados.

Otro osbtacúlo lo constituye el presente de José Cano. El radical de Tucumán, a cargo de la Unidad Plan Belgrano, acaba de ser imputado por una negociación con Corea del Sur. Su sillón depende de la jefatura de Gabinete. Peña le hizo el favor de visitarlo. Pero el suelo tiembla.

Gerardo Morales resiste en Jujuy la pulseada con Milagro Sala, presa desde enero del 2016. El gobernador radical recibió estos días un respaldo enfático que no encontró entre los macristas. Sergio Massa, también su aliado electoral en 2015, ratificó su posición crítica contra la dirigente piquetera. Morales se enteró que finalmente la Comisión Intermaericana de Derechos Humanos de la OEA (CIDH) visitará esa provincia a mediados de junio. La delegación estuvo deliberando en Buenos Aires hasta el sábado y acopió mucha documentación en favor de Sala. Entre ella, la carta que le envió Francisco, el Papa, suplicando por una rápida y buena solución. Las organizaciones y el kirchnerismo se han encargado del pleito con una tenacidad que no le inyecta el macrismo del gobierno nacional.

Para colmo, a Macri se le habría ocurrido meter mano en el armado de listas en Santa Fe. Allí el radicalismo tiene un pie en cada orilla. Continúa aliado al socialismo en el orden provincial. Irá con el PRO en las legislativas nacionales. Las aguas se confunden para mal. El macrismo le obstaculiza en Rosario el endeudamiento que demanda la intendente, Mónica Fein.

Muchas líneas se entreveran con riesgo de cortocircuito. El radicalismo pretende que el ex alcalde de Santa Fe, Mario Barletta, lidere la nómina para octubre. Acompañado por el diputado del PRO, Luciano Laspina. Pero Macri apunta a Albor Cantard, secretario de Políticas Universitarias. También radical, aunque de otra cepa. Carrió cuenta en la misma provincia con sus propia preferencia. Empuja a Laspina junto a su discípula, Lucila Lehmann.

Entre la administración y las elecciones a Cambiemos le sobran razones para haber extraviado la paz.

Fuente: Clarín