Armando Caro Figueroa, ex ministro de Carlos Menem, reaccionó ante el ataque que le hiciera otro viejo justicialista: Julio Bárbaro. El salteño se defendió con una nota titulada “El desafío de la Argentina es superar el peronismo” publicada por Infobae.

El escrito surgió luego de que Julio Bárbaro escribiera cosas como estas del salteño Caro Figueroa: “Armando Caro Figueroa, ex ministro de Trabajo de Menem, escribió recientemente una columna contra la unidad del movimiento obrero como si él hubiera sido ministro de un gobierno exitoso. Escrito desde un liberalismo casi tan exagerado como inexistente, uno lo lee e imagina que a esta gente le quedó todavía alguna empresa nacional por vender, alguna nueva dependencia del extranjero por instalar. Casi no existen quienes valoricen el tiempo de Menem, apenas algunos que lo definen como menos nefasto que su descendiente directo, el kirchnerismo. No me opongo a que Caro Figueroa opine, tiene la misma agresividad y consecuencia que los discursos de Cristina Kirchner: terminan ayudando al actual Gobierno a transitar sus dificultades, nos recuerdan que mucho del pasado fue peor” (…) Personajes tan retrógrados como Cavallo y Caro Figueroa destruyeron y vendieron todo. Ellos fueron sin duda alguna el punto más grave de nuestra decadencia como sociedad integrada. La miseria que engendraron es visible con sólo recorrer las calles de la ciudad tal como quedó después del bombardeo extranjero al que semejantes personajes nos sometieron”.

Tras el furioso ataque, el salteño parece haber pedido su derecho a réplica y en Infobae escribió una larga nota que a continuación transcribimos.

“Mis opiniones acerca de la reciente reunificación del sindicalismo peronista han merecido una réplica descalificatoria a cargo de mi respetado Julio Bárbaro.

Estoy persuadido de que las descalificaciones basadas en rótulos ideológicos o en trayectorias reales o presuntas no sirven para avanzar en los intercambios de ideas. Por tanto, no me detendré en las que, con cierta acritud, me dedica Julio. Ha pasado para mí el tiempo de situarme en el mundo mirándome el ombligo o creando exclusiones a derecha e izquierda.

En realidad, tenemos dos preocupaciones diferentes, aunque igualmente legítimas. Mientras que Julio reflexiona acerca del «desafío del peronismo» (cómo «rehabilitarse lejos de los agitadores populistas»), mis inquietudes apuntan a imaginar cómo la Argentina puede superar las decadentes versiones del peronismo tal y como se expresan en este segundo milenio.

A mi modo de ver, nuestro país tiene tres grandes desafíos reconducibles al ideario de la Constitución Nacional: construir una democracia republicana y federal; integrarse cultural y económicamente en el mundo; desarrollar sus potencialidades para hacer posible el bienestar general.

Sucede, en mi opinión, que aquellas versiones decadentes del peronismo funcionan como obstáculos a los empeños por resolver positivamente cada desafío. No es casual, por ejemplo, que todos los barones del Conurbano y todos los señores feudales del norte sean o se digan peronistas.

Para ceñirme a los asuntos que han irritado a Julio, diré que el modelo sindical peronista, que funciona con el beneplácito de la patronal, no condice con los enunciados y las garantías de nuestra Constitución. Me refiero a las leyes y a las prácticas que han consolidado monopolios contrarios a la libertad sindical y comportamientos antidemocráticos, centralistas y dinásticos (Federación Argentina de Trabajadores de Renta y Horizontal, por ejemplo).

En el terreno de la historia social, la acción desplegada por los sindicatos con personería gremial merece reflexiones críticas, incluso desde una óptica peronista, como lo intentó en 1954 el propio Juan Domingo Perón en el Congreso de la Productividad. A mi modo de ver, la acción sindical bajo los Gobiernos de Isabel Perón (1974-1976) y Raúl Alfonsín (1983-1989) fue irresponsable, pues el peronismo sindical condujo a los trabajadores a participar en los trágicos y tristes avatares por todos conocidos.

El bagaje intelectual que inspiró a aquella conducción es casi idéntico al que hoy expresa el vértice sindical reconstituido, con el visto bueno o la indiferencia de las versiones estrictamente políticas del peronismo del segundo milenio.

El modelo de negociación colectiva —unitario, centrado en el salario y de baja cobertura en relación con el total de asalariados— alimenta la inflación y tolera el autoritarismo patronal. La estrategia de utilizar la (imprescindible) capacidad de presión de los trabajadores para perseguir la inflación pasada se ha revelado cien veces ineficaz: los trabajadores pierden poder adquisitivo, hasta que la espiral explosiona con devaluaciones monetarias, una herramienta que los trabajadores del mundo rechazan y que, en la Argentina, nunca controlaron los sindicatos peronistas, aunque sí sus sigilosos partenaires.

El unitarismo salarial (consecuencia del verticalismo organizacional y de las consignas demagógicas) condujo a la parálisis industrial del norte argentino en beneficio del núcleo pampeano, y forzó migraciones interiores. A su vez, ceñir la negociación colectiva a los salarios niega la participación de los trabajadores en el control de las condiciones de trabajo y cierra los caminos a acuerdos centrados en la productividad, el empleo y la inversión; un exclusivismo que —en un contexto de feriados y jornadas excesivos— impide pactos sobre duración y distribución de la jornada, o sobre modos de conciliar la vida laboral y familiar.

El sistema de obras sociales sindicales atenta contra el bienestar general. Lo entendió así Perón cuando, en 1973, intentó crear el sistema integrado de salud y tropezó con los intereses del vértice sindical. Por lo demás, que las obras sociales estén dirigidas por los mismos que mandan en los sindicatos expresa un enorme déficit democrático y de transparencia. En consecuencia, si queremos mejorar los servicios de salud, deberemos —sin afectar la propiedad obrera de las obras sociales— conectarlas con otros prestadores de salud (comenzando por aquellos sin fines de lucro) y democratizar su gestión.

El pacto implícito entre la Confederación General del Trabajo (CGT) y la patronal —reiterado en recientes declaraciones de la Unión Obrera Metalúrgica y de Techint— que sostiene el nacional industrialismo tiene una cuota de responsabilidad en los problemas estructurales que paralizan nuestra economía (lo expresó el peronista gobernador de Córdoba), frenan el desarrollo del interior empobrecido, y castigan a trabajadores, consumidores e industriales situados en escalones inferiores de la cadena productiva.

Esa versión anacrónica del nacionalismo económico importa una manipulación del ancestral ideario peronista sobre sustitución de importaciones surgido como inexcusable en tiempos de posguerra. Las toneladas de dinero que los contribuyentes y los consumidores han volcado en los regímenes de promoción industrial no han servido para construir un sólido aparato productivo, aunque sí para enriquecer a algunos. Existen, sin duda, excepciones, pero no hacen sino confirmar la regla.

En este sentido, la Argentina y no sólo el peronismo, debe abrir un urgente debate acerca de un modelo productivo que sustituya los excesos del libre mercado y su réplica (los excesos del populismo industrialista). Para avanzar, tendremos que encontrar modos de integrar las políticas agropecuarias, industriales, logísticas, ambientales, de infraestructura, de investigación y desarrollo, de integración regional y de comercio exterior, así como definir cronogramas, metas de integración y medidas compensatorias.

El desarrollo integrado y equitativo de la Argentina encuentra escollos en instituciones y convicciones que ni los partidos políticos ni las organizaciones de intereses tradicionales han sido capaces de revisar.

¿Alguien piensa que podemos abatir la pobreza y el desempleo estructural con la actual ecuación energética, con la precariedad y los costos de nuestra logística, o con las estructuras de comercialización, de impuestos y de financiación? ¿Podemos avanzar con la mochila de un Estado que pone barreras al ingreso de nuevas tecnologías, que anida corrupción, que carece de una Justicia independiente y que nos agobia con una burocracia morosa e intrincada?

Por lo tanto, no se trata sólo de que los peronistas se actualicen (lo que bien vendría), sino de que la Argentina y los argentinos asumamos los nuevos y viejos desafíos con la mente abierta, cordialmente, sin odios.

Es preciso reconocer que las soluciones llegarán a buen fin únicamente con el concurso activo de los trabajadores organizados (democráticamente organizados). La Argentina reclama un nuevo pacto productivo que reemplace al que dio origen y sustento al industrialismo subdesarrollado”.