Editorial, por Franco Hessling

Desde que Juan Manuel Urtubey pasa más tiempo de trabajo en Buenos Aires que en Salta, la acefalía se ha convertido en un dato político además de un detalle administrativo o de gestión. En Grand Bourg se calientan motores para la carrera que empezará a desarrollarse más abiertamente después de mitad de año, cuando trascienda la fiebre futbolera y empiecen a definirse las candidaturas del riñón oficialista que busquen suceder a Urtubey. En los pasillos de la Casa de Gobierno imperan tres tendencias: los que trabajan con el vicegobernador Miguel Ángel Isa (isismo), los que acompañan al exministro Carlos Teófilo Parodi (parodismo) y los que se nuclearían en un ala todavía indefinida en la que conviven Juan Pablo Rodríguez, también exministro, Javier David, diputado nacional, y Pablo Kosiner, jefe del bloque del peronismo disidente en la Cámara Baja del Congreso (filo-romerismo).

El isismo se presenta más sólido en cuanto a estructura territorial y discurso político que obnubile a bases progresistas. El vicegobernador intenta delimitarse de Urtubey y su transigencia con las políticas de Cambiemos, aunque con mayores resguardos que los de Sergio “Oso” Leavy, quien podría retornar al oficialismo tras su disección del año pasado. Leavy ha sido categórico en afirmar que rechaza cualquier cercanía con el intendente capitalino, a quien vincula directamente con el presidente Mauricio Macri. Ese presuroso distanciamiento ante quien se posiciona como uno de los candidatos con mejores chances, obliga a deducir que el Oso ya tiene algún acuerdo abrochado. Nadie se atrevería a negar categóricamente que en unos meses, o recién el año próximo, se haga pública una fórmula Isa-Leavy o Leavy-Isa. 

El sector que aún no engendra un líder claro, que hemos llamado filo-romerista, es un tanto más oscilante y podría acabar diluido en la tendencia U más fuerte o en las filas del jefe comunal Gustavo Ruberto Sáenz, por lo pronto la principal figura de la oposición. David no tendría vergüenza ideológica que lo inhiba a quedar bajo la conducción de quien lo derrotó electoralmente en 2015, cuando se disputaron la intendencia, se conoce su pasado en el PRO y dentro del romerismo; igual que Rodríguez y Kosiner, quienes también integraron los gobiernos de Juan Carlos Romero y que podrían reinventarse dentro del armado que mediáticamente se muestra opositor al gobernador Urtubey.     

Para el parodismo reservemos un juego de palabras: a esta corriente tanto le cabe “parodismo” como “paroxismo”; siempre referenciándose en el pretendido candidato Parodi, acompañado por los resabios del grupo Esparta. Éstos acotan su cintura política al filo de su rigurosidad técnica y no cultivan una visión que supere demasiado a la de otras facciones tecnocráticas del Grand Bourg, como los leguleyos forjados bajo la protección de Ramiro Simón Padrós, secretario general de la Gobernación. Se dice que Parodi está resuelto a competir por la gobernación, de hecho ya tendría un búnker en el pasaje Mollinedo. Pese a su ambición, su imagen no recolecta simpatías populares y su alejamiento del Grand Bourg le resta influencia directa en los cuadros que él cree leales. Tampoco hay que subestimarlo, conserva injerencia en la administración a la que perteneció por ocho años seguidos, aunque quizá eso sea un espejismo en vez de un oasis. 

Terreno de batalla

La falta de conducción genera que esas líneas internas del oficialismo disputen espacios tan mínimos que terminan tensionando incluso a quienes se muestran menos ávidos de formar parte de la discusión electoral por los cargos ejecutivos que se renovarán el año próximo. Con un gobernador y presidente del PJ (Partido Justicialista) empeñado en participar de la elección presidencial, el oficialismo provincial se desangra en reyertas intestinas que aclimatan con rezongos hasta las más pequeñas estructuras de poder, donde trabajan los que no están pendientes de las campañas.

En el ámbito de la salud se observan de modo diáfano las consecuencias de la ausencia del timonel. Fuentes gubernamentales afirmaron que Roque Mascarello, titular de la cartera de Salud Pública, forma parte del isismo, al igual que Martín Baccaro, presidente del IPSS (Instituto Provincial de la Salud). Éste último le dijo a este semanario: “Yo no hago política partidaria”, se reconoció amigo de Isa pero también aseguró que conserva una buena relación con Parodi. 

En el ala opuesta, como alfiles del contador que coordinó las finanzas provinciales durante los dos primeros mandatos de Urtubey, se encuentran Mario Salim, secretario de Gestión Administrativa del ministerio de Mascarello, y Fernando Alesanco, director ejecutivo del IPSS y hermano del extitular del IPV (Instituto Provincial de la Vivienda). El primero también integra el directorio del IPSS, adonde juntos operarían para arrimar agua al dique de Parodi. 

El desgaste en la cúpula del ministerio llegó a un punto espinoso hace un par de semanas, cuando el secretario de Servicios de Salud, Francisco Marinaro Rodó, estuvo a poco de presentar su renuncia. Fiel exclusivamente al gobernador, estaría incómodo con la situación de intereses puramente electorales y acomodamientos faccionales que dominan por estos días al Grand Bourg en general y a Salud Pública en particular. El desgaste de terciar entre unos y otros, siempre como honrado sabueso de Urtubey, habría hartado a Marinaro Rodó; antes de que se consumara la dimisión fue persuadido de que cambiara su posición por una licencia para despejarse y volver con renovadas energías al trabajo, cuestión que se concretó esta semana. 

A Marinaro Rodó podrán cuestionársele sus formas poco protocolares y su lealtad indeclinable a un proyecto político que desde 2007 a esta parte no hizo más que sostener (puntos porcentuales más o puntos porcentuales menos) la pobreza estructural de la provincia. Lo que no puede objetársele es que lleva a la práctica esa convicción, aun quienes le guardan escaso afecto reconocen su tesón para encarar las labores cotidianas de la función pública. Viandante y con locuacidad mezcla de campechana y citadina, cuenta con llegada a los lugares más recónditos y a los ciudadanos/as más olvidados/as de Salta. La metáfora del bombero le sienta bien, así como se lo vio embarrado en las evacuaciones a los inundados de este año en el Chaco salteño, se lo observó activo en su anterior desempeño como secretario de Defensa Civil y Emergencias. Funge de neutralizador de “incendios”.         

La suspensión de su idea de renunciar tal vez haya sido causada por una reacción rápida de cualquiera de las líneas del Grand Bourg, o quizá de varias de ellas, o tal vez por exclusiva intervención del mismísimo gobernador, atento a no perder a uno de los conversos que mayor lealtad le ha demostrado (si bien fue funcionario de Romero también en tiempos de Mascarello, Marinaro Rodó responde a Urtubey desde la campaña a la gobernación de 2007). 

Cabe también la posibilidad de que él mismo haya atemperado sus ánimos porque prefiere seguir desempeñándose como secretario del Gobierno antes que como operador de la campaña de Urtubey en algún otro lugar del país, la opción que le quedaba para seguir cercano al gobernador si hubiese abandonado su cargo. No sería extraño que Marinaro Rodó hubiese decidido quedarse tras acordar alguna candidatura para el año que viene. El paso del tiempo arrimará mejores conclusiones.

De lo que caben pocas dudas es que las disputas adentro del Grand Bourg están al rojo vivo. Cuesta creer que Urtubey no esté al tanto de la situación; sería más lógico creer que está optando por dejar que se desenvuelvan las tendencias para luego evaluar de qué modo actuará pensando en garantizar una elección contundente en la provincia cuando su rostro vuelva a aparecer en una boleta, esta vez para disputar el máximo cargo de la democracia nacional. La intención de que todos trabajen para él, aunque estén peleados entre sí, hace ostensible algo que ya se había dejado entrever en la contienda electoral del año pasado: a Urtubey sólo le interesan sus ambiciones personales, no salvar al PJ, tampoco mantener viva la tradición peronista y ni siquiera elegir a su sucesor/a. Comprendió que para blindarse de tranquilidad una vez fuera del poder provincial sólo debe proteger a sus cortesanos del máximo tribunal, a quienes busca volver vitalicios en sus cargos, y no necesariamente granjearse la simpatía de ningún/a próximo/a gobernador/a.