Un informe dio cuanta cómo  gasta la generación de los millennials. El mismo revela que las necesidades, gustos y prioridades se ubican entre lo efímero y lo material aunque sienten algo de culpa al respecto.
Si de gastos se trata, los millennials prefrerimos “invertir” el dinero en cosas que podamos disfrutar al instante, experiencias que nos enriquezcan. Nuestra prioridad es vivir el momento, pasarla bien y tener algo para contarles a nuestros amigos o, más importante aún: algo que recordar cuando estemos tristes o bajoneados. Queremos crear momentos que podamos atesorar por siempre, ya sea en nuestra mente o en algún rincón del ciberespacio, dentro de alguna red social. Preferimos arrepentirnos de las cosas que hacemos que de las que dejamos de hacer. Las redes sociales se seguirán actualizando y Apple lanzará nuevos modelos de su teléfono estrella, pero nosotros nos vamos a acordar siempre de aquél día…

Si nos comparamos con nuestros padres, además de recordar un lugar por el momento que vivieron allí, ellos se acordarán de cuánto costó la comida, si fue caro, barato, o si el precio fue razonable. La mayoría de nosotros, en cambio, en general, recordará cómo nos sentimos en ese momento, pero el monto de la cuenta que pagamos, muy probablemente, lo olvidaremos con facilidad. Somos más sentimentales y más sensibles, de eso, no hay dudas. Priorizamos la felicidad, lo que nos haga sentir en armonía con nosotros y con el mundo que nos rodea. No siempre nos detenemos a pensar cuáles van a ser las consecuencias o a comparar ventajas y desventajas entre distintas opciones. Simplemente optamos por lo que queremos en ese momento, ya que en eso se basa nuestro concepto de la vida: disfrutar y vivir el ahora. El mañana aún no es un hecho: no sabemos si llegará. Quizás estemos equivocados. No lo sabemos. Tampoco nos interesa mucho, al menos por ahora.

Destinos
Aunque no todos cuenten con el dinero necesario, hay algo en lo que coincidimos los millennials: el dinero mejor gastado es el que se destina a viajar.

Esteban tiene 27 años, se recibió de licenciado en economía y ahora está haciendo el postgrado en marketing y comunicación, es gerente de territorio para la Patagonia argentina, y no duda en afirmar: “Mis padres no gastaban en viajes como gastamos ahora los jóvenes, nosotros claramente no tenemos fronteras. Este año me fui a San Francisco y a los tres meses me fui a Europa, también estuve en Brasil y pronto tengo un viaje programado, todo eso en un mismo año, que es capaz lo que mis viejos hicieron en toda su vida”.

Belén tiene 21 años y estudia en la UADE, dice que los millennials gastamos mucho en tecnología, pero no solamente en smartphones o computadoras, sino también en cosas un poco más novedosas como drones y destaca: “Gastamos mucho en viajes. Estamos en esa onda de querer viajar todo el tiempo”. Además remarca: “Obviamente que los millennials ahorramos para hacer viajes. Mis padres eran distintos a mí, por ejemplo, mi mamá con su sueldo iba y se compraba ropa, que no digo que no pase ahora pero no sé si en la misma magnitud. Antes no gastaban tanto y pensaban más en ayudar en la casa y esas cosas y hoy nosotros tenemos la mente enfocada en otra cosa”.

Nos gusta adquirir conocimientos, conocer nuevas culturas, personas y lugares, descubrir y descubrirnos, encontrar y encontrarnos. Viajar nos encanta porque nos da la posibilidad de concretar todo esto y fundamentalmente porque después de realizar el viaje nos quedarán recuerdos, experiencias, nuevos amigos y anécdotas por contar, en pocas palabras: nos quedarán momentos. Y de eso estamos hechos: de momentos.

Conectados
Pero vivimos en un mundo donde más de la mitad y a veces casi todo nuestro tiempo libre lo pasamos sumergidos en las aguas de internet. A menudo incluso somos conscientes de que desde allí tratan de manipularnos, ya sea incentivándonos a comprar cosas que no necesitamos, haciéndonos creer que sin tal o cual objeto no somos nadie… nos envuelven y muchas veces no podemos ver lo que es realmente importante en la vida.

Si bien por un lado nuestra prioridad es disfrutar de los momentos que ésta nos ofrece, a veces quedamos envueltos en la marea de las redes sociales y nos hundimos, sentimos que nos ahogamos y no podemos respirar. Vivimos tratando de imitar todo lo que nos muestran los influencers o famosos a los que seguimos.

Compramos mucho online y por eso estamos pendientes ante cualquier oferta que aparezca en las redes sociales. Queremos calidad a un bajo precio pero esto a veces no es posible. Hacemos hasta lo imposible para que estas dos cualidades se cumplan. Buscamos rebajas y descuentos donde sea. No importa si el descuento es del 50, 30, 10 o 5 por ciento… si podemos ahorrarnos unos pesos, lo haremos. Somos detectives profesionales, posta. ¿Será por haber visto tantas veces “Buscando a Nemo”?

Si bien no todos podemos adquirir lo último en tecnología, la gran mayoría de nosotros está al tanto de los últimos avances. Bastaron minutos para que nos enteremos que el nuevo iPhone ya está disponible, algunos curiosos nos pusimos a investigar cuánto cuesta, en qué colores está disponible, y por supuesto, de cuántos megapíxeles es la cámara o cuántos gigas puede almacenar.

Victoria tiene 22 años y Rocío, 24. La primera es estudiante en la Universidad de San Andrés, viaja seguido, confiesa que se compra ropa todas las semanas y que su futuro económico no la inquieta. Rocío vive en Formosa y trabaja limpiando baños en una estación de servicio para poder ayudar a su familia con “algún peso más”. Sus realidades son diferentes pero hay algo en lo que coinciden: ambas son adictas a las redes sociales y no se separan ni un segundo de su celular. Alrededor de cada una, las cosas son bien distintas, pero, al fin y al cabo, cuando bajan la vista, las dos ven lo mismo: fotos que publican sus amigos en Instagram y Facebook, snaps que mandan y reciben, mensajes que van y vienen vía WhatsApp y por supuesto leen los mismos tweets, ya que son fanáticas y “siguen a muerte” a Justin Bieber. Ambas escuchan “Despacito” en Spotify.

Salidas
Además de todo esto, se afirma que somos la generación que más gasta en comida, y puedo dar fe de ello. Es verdad que en general a la gente de todas las generaciones le gusta salir a comer afuera, al menos de vez en cuando; pero a nosotros, en especial.

Luis es mozo en un restaurante que está de moda y dice que la gente de nuestra generación gasta por lo menos $ 350 o más en un almuerzo o en una cena cualquier día de la semana y que algunas caras se repiten varias veces en el mes. No importa si se trata del desayuno, almuerzo, merienda o cena… nuestra generación los convierte en una ceremonia única.

Se trata casi de un ritual, desde el momento en que nos sentamos a la mesa hasta el momento en que pagamos la cuenta: todo deber ser documentado e informado a través de las redes. Le sacamos fotos a todo y la comida no iba a ser la excepción.

Marcas
También compramos indumentaria, por lo menos dos veces al mes, según las posibilidades de cada uno. En lo que a esto respecta, las marcas son importantes. Al consultarle sobre este tema, Esteban dice: “En la ropa miro mucho las marcas ya que pienso que las marcas nos definen. No tiene tanto que ver con la calidad, para mí tiene que ver con lo que representa socialmente, marketing es percepción. La ropa tiene que ver con el estilo de uno y con lo que uno quiere comunicar con lo no verbal, con la vestimenta. Los precios sí me importan pero no es que busco precios, sino promociones”. También es cierto que nos gusta mostrar la marca, ya sea porque tenerla denote calidad o importancia, porque nuestros amigos la tienen, porque la usa la it girl del momento o simplemente porque eso nos hace sentir más seguros.

Agustina tiene 21 años y vive en Tandil. Asegura que hoy en día su prioridad es gastar en ropa y tener las últimas tendencias. “No siempre miro las marcas, depende del producto. No soy muy marquera. Sí miro la calidad, para que me dure y los precios. Soy de comparar bastante para ver qué me conviene. Ahorro para ser un poco más independiente y no pedirle tanta plata a mis papás. Igual soy bastante mala ahorrando. Mis padres no gastaban tanto en fiestas y en ropa sino que trabajaban mucho y se esforzaban. Ahorraban para poder comprarse cosas, por ejemplo mi papá ahorraba para comprarse una moto que era su sueño, y no como yo, que si tengo algo de dinero lo gasto en salidas, fiestas o ropa. Acá en Tandil, cuando salimos a la noche, como mucho gastamos $ 200”.

Melisa tiene 20 años y también vive en Tandil. Estudia y da clases de música. Gasta su sueldo en ropa, fotocopias para la facultad y salidas con amigos. A la hora de comprar, trata de hacer un balance entre calidad y precio y afirma: “No compro algo súper caro solo porque sea de marca”. Últimamente estuvo ahorrando para comprarse un piano eléctrico. Dice que generalmente no ahorra para cosas específicas sino para usar cuando necesite ya que no tiene muchos gastos, porque vive con sus padres. Al referirse a ellos aclara: “La situación de mis padres a mi edad era muy distinta, ahorraban para su casamiento y vida juntos. Supongo que no gastaban tanto en ropa y salidas”.

Formación
Aunque en general es poco lo que ahorramos, y una buena parte del dinero que nos dan o del que ganamos trabajando, lo destinamos a salidas, ropa y tecnología, también invertimos en nuestra formación. La gran mayoría de los que ya trabajan, se pagan sus estudios y en esto en general coincidimos, independientemente de la clase social a la que pertenezcamos o el lugar donde vivamos.

Fausto, de 24 años, que cursa la carrera de actuario en la UBA y trabaja en una constructora en Caseros, asegura no gastar mucho. Aunque dice que: “En una buena salida, si sumo lo que gasto en taxi, alcohol para la previa y la entrada al boliche, soy capaz de gastar $ 1000, fácil”. Además de las salidas con amigos, debe cargar la Sube, comprar apuntes para la facultad y muy cada tanto, ropa. Ahorra para poder comprarse su primer auto pero confiesa que: “Cada tanto salen buenos viajes y el dinero se termina gastando”. Con respecto a sus padres, cuenta que ellos tenían otra realidad muy distinta a la suya. A su edad, sus padres ya tenían su propia casa y auto. “Eso era porque mi viejo vivía un muy buen momento económico gracias a mi abuelo, yo no tengo esas posibilidades ya que poder comprar un auto para mí es difícil y comprar una casa, ni hablar”.

Ignacio, de 22 años, estudia administración de empresas en la UADE y confiesa que gasta mucho dinero pero que no siempre lo invierte de la mejor manera. “Así como gasto en muchas cosas que son útiles, también puedo llegar a hacerlo en cosas que no lo son”. Cuenta que invierte en su educación universitaria, salidas nocturnas a restaurantes y boliches, actividades deportivas, indumentaria, tecnología, viajes y todo aquello que esté “de moda”. Cuando sale a la noche con amigos, dice que en promedio gasta $ 700, pero reconoce que hay veces en las que gasta más y otras, menos. Si hablamos de sus padres, Ignacio cuenta: “Ellos pensaban mucho más en el futuro que nosotros, elegían ahorrar para tener una buena vida. En cambio, los millennials vivimos plenamente el ahora, gastamos todo hoy y no pensamos cómo haremos para solventarnos en el futuro”.

María, de 20 años, estudia en la facultad de Bellas Artes de la UBA. Cuenta que gasta mucho en libros y comida aunque su mayor inversión la hace en sus estudios. Dice que si bien siempre trata de buscar y comprar lo más barato posible, no tiene capacidad de ahorro. “Cuando trabajaba ahorraba muy poco y ahora que no trabajo, definitivamente no ahorro. Es algo que tengo que aprender a hacer. Por lo general logro conciliar calidad y buenos precios”.

Nicolás tiene 23 años, vive en Salta y trabaja en un taller mecánico, dice que se da los gustos: se compra ropa, sale con amigos. Afirma: “Siempre se gasta. Trato de vivir la vida. Al comprar tengo muy en cuenta los precios y la calidad, pero acá en Salta la gente no se compra cosas de tan alta calidad, digamos, nivel medio. No ahorro, aunque me gustaría. Todavía no tengo pensado bien en qué ahorrar. Por ahora solamente me doy los gustos, compro lo que necesito y quiero en el día a día. Si bien en mi familia no tenemos muchos recursos económicos, cuando salgo con mis amigos, gastamos $ 700 cada uno”. Al compararse con su padres, Nicolás dice: “Mis padres a mi edad en lo único que gastaban era en ropa para mis hermanos porque ellos fueron papás de muy chicos, tenían 17 años y 20 años. Ellos se preocupaban de mis hermanos y en construir nuestra casa”. Respecto de sí mismo, en cambio, cuenta que su prioridad por ahora es trabajar y tiene pensado estudiar más adelante: se inscribirá para cursar el profesorado en educación física. Pero a su vez recuerda que aún le quedan materias pendientes del secundario… Luego concluye diciendo: “Por ahora estoy tranquilo, relajado”, como si el tiempo estuviera detenido.

Claudio tiene 24 años, vive en Ushuaia, no trabaja, pero estudia. Confiesa que lo mantienen sus padres. Dice que gasta en gasoil, regalos, comida y ropa, y aclara que todos esos ítems ocupan el mismo lugar. A la hora de comprar en lo que más se fija es en la calidad y el precio. No ahorra. En cuanto a las salidas dice: “No soy de salir mucho pero cuando lo hago, no gasto menos de $ 500”. Por otra parte, cuenta que sus padres tuvieron una vida distinta a la suya, con restricciones en los gastos, ya que no tenían muchos recursos económicos. De eso no le quedan dudas: “En cuanto a lo económico, yo tengo una vida mucho mejor que la que mis padres tenían a mi edad. No encuentro ninguna semejanza”.

Aunque parezca contradictorio, lo cierto es que si bien los que pertenecemos a la generación millennial gastamos, y mucho, en realidad no nos gusta hacerlo. En parte, esto se debe a que nos sentimos culpables ya que -aunque no siempre- muchas veces, el dinero que usamos proviene de nuestros padres. Nos encontramos en la disyuntiva entre lo que se debe hacer y lo que hacemos. Sabemos que no es correcto gastar tanto dinero en salidas, comidas, indumentaria y tecnología e igualmente lo hacemos. Luego de haberlo hecho, nos justificamos y tratamos de auto convencernos de que hicimos una buena compra o que el dinero fue bien invertido.

Hay veces que nos conformamos con muy poco y hay otras que somos muy exigentes, no sólo con las cosas que compramos sino también con las personas. Creemos que nos las sabemos todas y aunque puede haber muchas cosas en las que la tengamos muy clara, hay otras en las que no es así. Seguramente nos queda mucho por aprender, aunque no siempre lo reconozcamos. No podemos negar que somos una generación rara, que está llena de contradicciones. Como diría alguna de nuestras abuelas: tenemos más vueltas que la oreja. Pero aquí estamos, en este mundo y en estos tiempos, disfrutando, pero también sobreviviendo lo mejor que podemos.

Fuente: El Cronista Comercial