En un nuevo aniversario del asesinato del Che Guevara en Bolivia, algunos analistas consideran que el libro de Ricardo Rojo “Mi amigo el Che” escrito a meses de la muerte es el mejor sobre el argentino por cuatro razones.

El libro de Ricardo Rojo fue escrito “en caliente”, a escasos siete meses de la muerte del guerrillero argentino en Bolivia, pero no ha perdido vigencia. La primera ventaja de Ricardo Rojo (1923-1996) para escribir este libro fue su peculiar punto de observación. «Me encontraba en la privilegiada situación de ser un puente entre su prehistoria y su historia», explica él mismo.

Ricardo Rojo, abogado y político radical, conoció a Guevara mucho antes de que éste fuese el Che y también lo trató después. A lo largo de los años más intensos de su trayectoria, sus destinos se cruzaron varias veces, permitiendo al autor seguir la evolución del pensamiento de quien, en 1953, cuando lo conoce en La Paz, Bolivia, era todavía un aventurero en busca de su destino, médico, apasionado por la arqueología, interesado por la realidad social latinoamericana, sensible a las injusticias, pero alejado aún de la ideología que luego abrazaría.

Rojo asiste, tiempo después, en México, al entusiasmo de Guevara con los cubanos exiliados y con su jefe, Fidel Castro. Lo visita en Cuba, en 1961, tras el triunfo de la Revolución, para verlo ya en sus funciones de presidente del Banco Central y luego ministro de Industrias.

Será él quien gestione el encuentro con el presidente argentino Arturo Frondizi cuando el Che asiste a la Conferencia en Punta del Este. También actuará como abogado defensor de algunos sobrevivientes de la guerrilla de Jorge Masetti y luego del también argentino Ciro Roberto Bustos, arrestado tras dejar el campamento del Che en Ñancaguazú, por lo que Rojo conoció de primera mano detalles de la situación en que se encontraba su amigo en la selva boliviana.

Queda (casi) todo dicho

Escrito y publicado tan temprano como en 1968, están sin embargo presentes en este libro todos los elementos que preparan el trágico final: la agudización de la Guerra Fría que va cerrando los caminos a Cuba, el sometimiento a la Unión Soviética y sus humillantes condiciones -alineamiento aceptado por Fidel Castro, pero no tan bien tolerado por Guevara-, su convicción creciente de que la sola voluntad de un puñado podía suplir la falta de condiciones objetivas para un proceso revolucionario, el conflicto con Fidel, que permanece larvado, con un raro período de ostracismo del Che -¿para una reflexión autocrítica sobre sus limitaciones burguesas, de esas tan características de los autoritarismos marxistas?-, el patético ensayo de foco guerrillero de Jorge Masetti en el norte argentino, preludio de la aventura del Che en Bolivia, etcétera.

«Mi amigo Guevara tendrá en el futuro mejores escritores ocupándose de su vida, que lo merece», dice Ricardo Rojo en el prólogo de la primera edición, de mayo de 1968. Ciertamente, hemos asistido en los últimos años a una inflación de libros sobre el Che, pero la distancia no necesariamente ha aportado mayor claridad.

En apretada y muy lograda síntesis, y muy bien escrito, el libro de Rojo describe el panorama de cada uno de los países que el Che recorre en su viaje iniciático antes del encuentro con Fidel, toda la Revolución Cubana y los desafíos iniciales del gobierno, los viajes del Che como funcionario cubano, su paso por África y Bolivia (guerrilla, fracaso y muerte).

No es un libro hagiográfico

Aunque Rojo expresa un evidente afecto por Guevara, no pierde la objetividad y transcribe sus debates con él y sus discrepancias, en especial con el voluntarismo de su amigo y su convicción creciente de que la violencia sería el camino para hacer parir a la historia.

«Cuando llegué a Buenos Aires -escribe Rojo a la vuelta de un viaje a Cuba en 1963- fui encarcelado y pasé una larga temporada en el presidio. Los militares argentinos pensaban que venía a organizar una guerrilla y yo volvía de discutir dos meses con Guevara sobre la inoportunidad de hacerla».

En efecto, entre el 2 de febrero y el 10 de abril de 1963, en el marco de un creciente aislamiento de Cuba, Rojo es convocado por Guevara que lo interroga largamente sobre la situación argentina. De algunas de esas charlas, participa también otro argentino, Jorge Masetti, que ya evaluaba con el Che «la factibilidad de implantar un foco guerrillero en territorio argentino, a partir de un campamento original establecido en suelo de Bolivia».

«Las condiciones objetivas para la lucha empiezan a presentarse en Argentina», le dice el Che, que piensa, por ejemplo, que sería una buena idea que Perón se mudase de España a Cuba. Rojo no comparte estas apreciaciones y se lo hace saber.

Pese a esta opinión desfavorable que les da Rojo, esencialmente por la complejidad de la sociedad argentina, la ausencia de un campesinado amplio y otros factores, ya en junio de ese año Masetti pone en práctica sus planes metiéndose en una verdadera ratonera militar y política. Su triste final es un anticipo de lo que le espera a Guevara en Bolivia que evidentemente, dice Rojo, no sacó las conclusiones correctas de ese fracaso.

Aquel año 63, Guevara lo despide diciéndole: «Sólo la guerra revolucionaria cambiará las cosas».

El marco geopolítico

Curiosamente, el paso del tiempo ha hecho olvidar el elemento central del contexto de esas décadas, que es la Guerra Fría, y el hecho de que Cuba, lejos de liberarse, pasó de una dominación a otra.

«El hecho sorprendente -escribe Rojo- fue que en Cuba los industrializadores recibieron de la Unión Soviética la misma recomendación que la Argentina y el Brasil habían recibido de los Estados Unidos, en su oportunidad: que los países agrícolas deben renunciar por razones económicas a industrializarse y que les conviene aprovechar la excelente producción manufacturera de las naciones industriales»

«A fines de 1964, Castro admite encasillar a Cuba en la gran división del trabajo del mundo socialista», agrega Rojo.

El Che creyó poder modificar esa disyuntiva de hierro exportando mecánicamente el método que en Cuba había tenido éxito por motivos que no podían repetirse automáticamente en otras latitudes. Por ejemplo, señala Rojo, en Bolivia el Che no tuvo una «frontera de apoyo», necesaria a este tipo de procesos, «que en el caso de la guerra popular china fue la frontera soviética, en el de Vietnam la de China y enla de Cuba la de Estados Unidos y Costa Rica», recordando así de paso que la Revolución Cubana fue posible, entre otras cosas, por el respaldo de Estados Unidos, otro dato demasiado frecuentemente olvidado.

En definitiva, a través de la vida del Che, el libro de Rojo reconstruye una época y sus desafíos geopolíticos. La ignorancia de ese marco, su olvido involuntario o deliberado, habilita a que con toda impunidad homenajeen hoy al Che los mismos que contribuyeron a su caída en el pasado.

Epílogo

A modo de epílogo, Ricardo Rojo, que había sido uno de los artífices del acercamiento de Arturo Frondizi a Perón en 1957, incluye en su libro una carta que le envía Juan Domingo Perón luego de leer el libro. «Sin cuanto usted nos informa de su paso por el Congo y muchas otras circunstancias, no sería fácil comprender que un hombre ya fogueado y experimentado en la guerra de guerrillas se haya encontrado en Bolivia en una situación tan precaria de medios y preparación. (…) La empresa de Ernesto Guevara era, a la vez que temeraria, casi suicida». De todos modos, Perón destaca «su extraordinario valor personal y la firme decisión de vencer que le animaba, como hombre de una causa».

El libro contiene también el dato curioso de que, durante el violento golpe de Estado que derrocó al gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala, fue gracias a la intervención del embajador de Perón en ese país, Nicasio Sánchez Toranzo, que Ernesto Guevara se salvó de ser arrestado y pudo salir con un salvoconducto hacia México. «He sido avisado de que hay un argentino en la lista de agitadores que serán ejecutados, y el argentino es usted», le dijo el diplomático a Guevara.

Pero eso pertenece a lo anecdótico. Lo esencial es que nada se les aporta a las generaciones presentes y futuras con la sacralización de la figura de Guevara y el libro de Ricardo Rojo evita eso a través de la minuciosa reconstrucción de los hechos y de su contexto, con una mirada cercana al personaje, que habla a través de los recuerdos de su amigo y del que surge finalmente una imagen muy humana, ajena al mito.

Fuente: Infobae