Un viejo peronista que vio a Mauricio Macri moverse durante y después del triunfo electoral del domingo advirtió otra derrota: «Ya no tenemos la exclusividad en nada. ¡Esto lo hacíamos sólo nosotros!», se enfureció. Se refería al cierre del escrutinio en la provincia de Buenos Aires en la inquieta madrugada del lunes y a la suspensión del juez Eduardo Freiler en la tensa mañana del jueves.

El Gobierno dejó a Cristina Kirchner sin los títulos de los diarios del lunes y aprovechó (y construyó) una ventana de apenas tres horas para conseguir una mayoría que eyectó de los tribunales al juez con peor fama de corrupto. ¿Cometió el Gobierno alguna ilegalidad? Ninguna, aunque con sus formas, hurgó los límites mismos de la legalidad.

La contratación de Alejandro Tullio en el Correo Argentino presagiaba que la administración macrista usaría algunas de las tretas electorales del kirchnerismo. Tullio, un radical que sirvió a las Kirchner como director nacional electoral durante 12 años, es un artesano en la construcción de las piezas necesarias para un buen domingo electoral cuando los números vacilan. Apertura y cierre del escrutinio, información sobre los resultados electorales y la elaboración de la imagen final de las victorias y las derrotas. Un cristinismo atontado se dio cuenta tarde de la travesura y salió a cantar victoria cuando ya sólo lo escuchaban los insomnes y los obsesivos. El resto de la sociedad se fue a dormir con la impresión de que el Gobierno había ganado un empate. El cristinismo no imaginó nunca que un gobierno que no fuera kirchnerista ni peronista haría lo mismo que hacían ellos. Una venganza poética más que el escamoteo de votos que denunció.

Si se mira bien la elección nacional, habrían sido injustos los títulos periodísticos si le hubieran dado el triunfo bonaerense por pocas décimas a Cristina en Buenos Aires. Cambiemos retuvo los cuatro distritos que gobernaba (Capital, Mendoza, Jujuy y Corrientes), sumó dos provincias muy importantes (Córdoba y Entre Ríos) y se impuso en tres donde sólo ganaba el peronismo desde 1983 (San Luis, La Pampa y Neuquén). Tiene ahora al alcance de la mano la victoria en Santa Fe y no es improbable, ni mucho menos, que termine ganando Buenos Aires en octubre. Nadie le robó un voto a nadie. El porcentaje de sufragios bonaerenses escrutados antes del cierre coincide, más o menos, con el porcentaje histórico. Cerrar el escrutinio con apenas 8 décimas de diferencia a favor de los candidatos oficialistas fue el arte de Tullio, fogueado en todas las elecciones kirchneristas. «Cristina tomó de su propia medicina», concluye, no sin cierto deleite, otro peronista.

En la noche del miércoles pasado, Macri y el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti, hablaron por teléfono. Coincidieron en que la sociedad reclama un castigo a la corrupción que la Justicia demora en responder. Ésta es una opinión ampliamente difundida en el máximo tribunal de justicia del país, que lo atribuye a un sistema enrevesado y vetusto. Nadie confirmó si hablaron del caso Freiler, pero es posible que lo hayan hecho. Lorenzetti ya tenía en sus manos dos cartas. Una de la presidenta del Consejo de la Magistratura, Adriana Donato, en la que le pedía que tomara juramento al reemplazante del consejero kirchnerista Ruperto Godoy, el voto que había sido clave para la continuidad de Freiler como juez. Un juez de primera instancia, Enrique Lavié Pico, y la Cámara en lo Contencioso Administrativo coincidieron en que Godoy debía abandonar el cargo de inmediato. Así se lo hicieron saber al Consejo de la Magistratura; es decir, Godoy no podía participar en ninguna reunión más del Consejo. La otra carta era del jefe del bloque de senadores peronistas, Miguel Pichetto, en la que le informaba a Lorenzetti que el reemplazante de Godoy era el senador Mario Pais. Pais tiene fama de legislador laborioso y con amplio conocimiento del derecho. Su posición política, más cercana al kirchnerismo, está en el medio de los dos referentes que expresan a los extremos del bloque: el hipercristinista Marcelo Fuentes y el dialoguista Rodolfo Urtubey. Pais tiene buena relación con Pichetto. Lorenzetti se había propuesto tomar juramento a Pais el jueves a las 9 de la mañana.

En la noche del miércoles (¿antes de la conversación con Macri?), Lorenzetti recibió también la apelación de Godoy a las sentencias que lo echaban del Consejo de la Magistratura. Sólo a las 7.30 del jueves, la mesa de entradas de la Corte constató formalmente el ingreso de la apelación. Lorenzetti pidió luego la opinión de sus secretarios letrados. Éstos le dijeron que el juramento de Pais podía realizarse, pero sólo después de una acordada de la Corte en la que dejara constancia que el juramento no significaba una decisión del tribunal sobre el planteo de fondo de Godoy. La mayoría de los otros jueces del tribunal llegó cerca de las 10 del jueves para asistir a una audiencia pública sobre la enseñanza religiosa en Salta. Lorenzetti les anunció que luego de esa audiencia deberían firmar la acordada y que le tomaría juramento a Pais a las 13. El Consejo de la Magistratura estaba convocado para las 10 de esa mañana de vértigo. Al Gobierno se le abrió una ventana de apenas tres horas para despedir a Freiler; Godoy ya no podía ser consejero y Pais no había asumido. Sin ninguno de los dos, el oficialismo contaba con los forzados dos tercios necesarios para suspender al juez más desprestigiado del país. El senador Pais había adelantado que pediría al Consejo un plazo de 15 días para estudiar los antecedentes del caso Freiler antes de tomar una decisión. El oficialismo cambió el orden del día y el caso Freiler se trató antes que cualquier otro tema. El ministro de Justicia, Germán Garavano, trató de sacarle a Lorenzetti un plazo más largo que tres horas, pero el presidente de la Corte se lo negó. Al representante del Gobierno en el Consejo, Juan Mahíques, le notificaron que sólo contaba con tres horas para liquidar a Freiler. Cumplió. Minutos antes de que Pais jurara ante Lorenzetti, Freiler era ya un juez suspendido.

¿Fue una remoción ilegal? No, pero las formas fueron inesperadamente peronistas. Un juez importante resumió la situación en una frase: «El Gobierno pagó un costo republicano, pero ganó poder». Un senador peronista terminó resignándose: «No nos podemos quejar. Nosotros hubiéramos hecho lo mismo». Por eso, y porque Freiler es claramente indefendible, la protesta del peronismo fue sólo formal. Al final de la semana, Macri les había mandado mensajes al peronismo (está dispuesto a usar el poder hasta explorar los límites) y a los jueces (ninguno con denuncias de corrupción tiene la continuidad asegurada).

Y, sobre todo, se había ganado el respeto del peronismo. No sólo es un presidente que ganó ya dos elecciones nacionales consecutivas; demostró también que no es De la Rúa ni Alfonsín. Es otra cosa. Está dispuesto a afianzar su gobierno sin recatos ni modestia. La República, parece decir, no puede ser defendida cuidando la estabilidad o la impunidad de los corruptos. En ese camino signado por los límites entre la audacia y la legalidad, Macri está limpiando los obstáculos para convertirse en el primer presidente no peronista en casi 90 años, desde Marcelo Torcuato de Alvear, en 1928, en terminar su mandato en tiempo y forma. Algunos peronistas han bajado ya los brazos: «No volveremos al poder hasta 2023 por lo menos», lamentan. El futuro siempre oscila, pero ésa es la sensación que se construye en el peronismo cuando se usa el poder, todo el poder.

Fuente: La Nación