Medios nacionales se hacen eso de las mujeres salteñas que integran una cooperativa en el pueblo de Vaqueros. Ya fabricaron más de 20 mil piezas. La conmovedora historia de un grupo de mujeres empoderadas.

Un grupo de 30 mujeres, incluida Fernanda (49), armó una cooperativa textil en 2012 que durante todo este tiempo no paró de crecer; no sólo en beneficio de la economía de sus integrantes, sino, y sobre todo, en la expansión intelectual de cada una. Mujeres con trabajos precarios, golpeadas o ninguneadas por sus esposos alcanzaron objetivos inesperados poco antes.

La oportunidad se las dio el Estado, y Marza y sus compañeras fundaron la cooperativa «Diseño de mi Pueblo», un taller que no sólo confecciona ropa y accesorios; también tuvo un rol anónimo pero importante en la visibilización por la legalización del aborto.

Muchos, muchísimos pañuelos verdes que este 8M teñirán la plaza del Congreso en reclamo del aborto legal y seguro, fueron diseñados, cortados y confeccionados por estas emprendedoras en ese pequeño galpón del Polideportivo de Vaqueros.

«Hasta que armamos la cooperativa, acá o trabajábamos en los cultivos de tabaco o limpiábamos casas, todas precarizadas, además de cumplir en nuestros hogares», explica Marza, actual presidenta de la cooperativa.

Amas de casa, madres, abuelas, hijas, de las 30 mujeres iniciales, hoy la mitad de ellas mantiene este trabajo que, con los años, se convirtió en sustento familiar. «Cuando era empleada doméstica tenía que elegir entre comprar una gaseosa o una bombacha. Ahora con la cooperativa todas podemos ahorrar cada tanto y darnos un gustito», sonríe Fernanda.

La idea de confeccionar pañuelos se las trajo en 2016 una abogada que las asesoraba. Al principio, todas se miraron entre sí con temor. Criadas en una sociedad conservadora, con una fuerte presencia de la Iglesia católica, temieron ser condenadas en el pueblo, el mismo donde, cuenta Fernanda, si las mujeres iban a la escuela secundaria se decía que lo hacían «para encontrar macho».

«Pero lo aceptamos porque es trabajo. Y eso nos hizo aprender a quitarnos los prejuicios, a entender que cada uno decide lo que quiere con su cuerpo, cada persona sabe lo que necesita, cada realidad es particular y hay que ponerse en esos zapatos», comenta Fernanda.

Los primeros encargos se los hicieron en 2016 los grupos Socorristas y Católicas por el Derecho a Decidir. Confeccionaron una tanda de 500. Y fue como una bola de nieve. Coincidió con el crecimiento de la demanda social y de la cantidad de mujeres (y también hombres) que se sumaron al reclamo. El año pasado llegaron a sacar del taller 20.000 pañuelos. Y la tela del verde que los identifica se agotó en todo el NOA, así que tuvieron que ir a buscarla a Córdoba.

Pero no todo arrancó bien. «Nos costó encontrar alguien en Salta que aceptara imprimirle el mensaje que lleva el pañuelo», explica Roxana Sarapura, otra integrante de «Diseño de mi pueblo» y sigue:  «Nos decían que no aceptaban el trabajo, que nos fuéramos porque no estaban a favor, hasta que encontramos a uno que no tuvo problemas».

«Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir», es la leyenda impresa sobre el símbolo, que rodea el dibujo de un pañuelo. La idea nació hace unos 15 años entre las integrantes de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.

El uso del color verde se decidió en 2003 tras el consenso entre este grupo y el de Católicas por el Derecho a Decidir. Fue durante los talleres que se realizaron en el Encuentro Nacional de Mujeres y casi por descarte, ya que el violeta representa al feminismo, el naranja es usado por ciertos grupos católicos, el azul por el peronismo, el rojo por las agrupaciones de izquierda y el multicolor por el colectivo LGBT. El uso de pañuelo surgió como una identidad y homenaje a la vez, inspirado y heredado de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.

El aprendizaje de estas mujeres incluyó una nueva perspectiva en relación con el aborto. «Si alguien necesita abortar, es su vida y es su cuerpo. Creemos en el derecho de la mujer. Y depende de tu fe, de tu toma de conciencia», aclara Marza.

Todas ellas, son ejemplo vivo de ese cambio de paradigma. La cooperativa nació de la necesidad. En 2012, unas 120 familias de Vaqueros tomaron terrenos para reclamar por tierra y techo. Infantería provincial reprimió a los hombres durante las protestas y las mujeres quedaron a la vanguardia y en custodio. También fueron castigadas por las fuerzas de seguridad y tuvieron que ceder.

Durante las negociaciones con el Estado provincial, se dieron cuenta de que con los ingresos familiares no iban a poder pagar las viviendas. El gobierno nacional de Cristina Kirchner les propuso aquel año formar cooperativas.

Se generaron cuatro: dos de construcción, una marroquinera y la textil de ellas, que al cabo de unos años es la única sobreviviente. «No entendíamos el significado ni el sentido ni cómo se hace una cooperativa. Solo teníamos la necesidad y las ganas. Yo era empleada doméstica, como la mayoría de mis compañeras», relata Marza, quien en aquel momento convocó a su amiga Roxana, que también era empleada de limpieza en una casa de familia, y se conocían de bailar folclore en el pueblo.

Ninguna sabía demasiado de costura. Pero se unieron. «Y empezamos a conocer la realidad del vecino: vimos abusos de niños, violencia de género. Cuando nos organizamos salieron esas cosas. Las mujeres empezamos a unirnos. En nuestro pueblo cada vez que se organizaba algo se destruía. Pero dijimos que cueste lo que cueste o pase lo que pase íbamos a seguir juntas», cuenta Fernanda, madre de tres hijos y abuela de siete nietos, y agrega: «La cooperativa le dio lugar a la mujer a independizarse laboralmente y de la violencia y opresión del hombre«.

No fue fácil. Durante las capacitaciones, hubo maridos que golpeaban a sus mujeres «porque querían aprender» y no traían dinero. Su primer trabajo se los pidió el Parque Nacional Del Rey, en Salta. Hicieron unos llaveros.

Durante un año no cobraron un peso pero persistieron, convencidas y empoderadas. «Algunos maridos no aceptaban, sus mujeres estaban subordinadas, y más al comienzo que no ganábamos: decían que iban a perder el tiempo. Había que tener paciencia y perseverancia», dice Roxana, actualmente, además de costurera, tesorera de la cooperativa.

Las empezaron a conocer por pequeños trabajos y luego se acercaron diseñadoras salteñas, algunas reconocidas en todo el país, como Santos Liendro, y empezaron a trabajar juntas. Más tarde, fundaron su propia marca «De mi pué», cuyos productos venden no solo en Vaqueros. Las mujeres explican la razón del nombre de la marca, originado en el título de la cooperativa, pero con un doble sentido contundente: «La gente empezó a hablar mal de nosotras porque nos empezamos a juntar para salir a bailar o ir de viaje. ¿De quién hablaban? De mí, pué», dice Sarapura.

«Crecimos y aprendimos mucho en tan poco tiempo», agrega todavía sorprendida Marza. El año pasado comenzaron su propia campaña por los derechos de la mujer, motivadas y doloridas por casos de femicidios ocurridos en Vaqueros: Gimena fue asesinada con 40 puñaladas y a Daniela la partieron en dos y la tiraron al río.

Por eso en marzo de 2017 cortaron la ruta que une Vaqueros con Salta capital y armaron un desfile con sus propias prendas. «Decidimos como costureras salir a desfilar y mostrar que no somos cuerpos perfectos. Somos gordas, flacas, tenemos flaccidez, somos petisas, canosas, y caminamos por la pasarela con transparencias que llevaban leyendas que decían ‘no me mates’ o ‘amor malo’«, explica Fernanda, quien mientras crecía la cooperativa decidió terminar la secundaria y ahora lleva tres años cursando la carrera de Economía Social.

(Fotos Agustín Ochoa)

(Fotos Agustín Ochoa)

Cuenta la presidenta de la cooperativa que muchas de las mujeres casadas que antes sufrían violencia intrafamiliar pudieron modificar el escenario del hogar. «Han logrado poner un freno a los malos tratos y decirles a los hombres, ‘pará, y andá poniendo el puchero que ya llego, que yo también traigo'».

Marza sabe que ellas representan «la ruptura del prototipo de mujer perfecta», según sus propias palabras. Por eso explica que hacen ropa para mujeres como ellas. «No somos 90 60 90, la hermosura no la llevamos porque somos rubias o altas o tenemos piernas largas», aclara Marza.

Y dispara palabras que transmiten su fuerza: «La belleza la llevamos porque somos luchadoras».