El viernes pasado estaba pautada la inauguración de una pista de skate en el barrio Juan Pablo II de zona sur de la capital. El acto municipal no se realizó y, tras una larga espera, las y los pibes hicieron sus propios rituales de puesta en marcha. Cuarto Poder compartió la semana con ellos/as. 

Andrea Mansilla

Es lunes a la noche y el otoño ya empieza a hacerse sentir. Juan, Ramiro y Nahuel están sentados en las escalinatas de lo que va a ser la primera pista de skate de zona sur en Salta Capital. Se enteraron  hace más o menos una semana pero la construcción todavía era muy prematura y la miraban con recelo. Por esos días, los más valientes se acercaron a charlar con los albañiles para poner al servicio de la obra sus conocimientos en el deporte y así, colectivamente, se fue mejorando el skatepark al que al principio los pibes, confiesan, no le tenían fe.

“Hace meses que esperamos esto, un amigo mío del Barrio San Carlos hizo una nota y nos la dieron”, dice Nahuel. Lo cierto es que esta obra está aprobada desde hace dos años en el marco del Presupuesto Participativo, proyecto que tuvo origen en una ordenanza sin reglamentar que se logró durante la anterior gestión del municipio. Este presupuesto se ejecutaba después de una serie de reuniones en las que lxs vecinxs de cada barrio decidían en qué gastar pequeños montos destinados a obras como lomos de burro, señalización de calles, cordón cuneta, entre otras. La pista que se construyó durante dos meses en el barrio de la zona sur, estuvo contemplada dentro de esta partida presupuestaria con un monto de $176.220 en octubre de 2015. Sin embargo, los avatares por los que suelen pasar las inauguraciones, los actos y las fotos cortando la cinta, dilataron esta construcción hasta el mes de marzo de este año.

“El año pasado, aparecieron una especie de zanja y un montículo de tierra que usábamos con la bici y pensamos que en cualquier momento teníamos la pista”, cuenta Ramiro el martes por la tarde, mientras mira la pista sin bajarse de su bici. Casi como la Ciudad de las Artes, la pista de Juan Pablo II parecía una promesa a medias, un expediente cajoneado y ese montículo de tierra que se desvaneció con la fuerza de las ruedas de los pibes no hacía más que dilapidar la esperanza. Pero un día apareció alguien con una cortadora de pasto, después más obreros con un camión lleno de arena y, en menos de dos meses, la pista estuvo casi terminada.

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El miércoles mientras cae la tarde, hay casi veinte chicos y chicas rodeando a unos skaters que suben y bajan, como aprobando, las rampas. Hacia la mitad de la semana, cada vez más adolescentes se acercan a la pista que se encuentra en uno de los dos espacios verdes más grandes del barrio. Uno de ellos constituye un lugar de deportes que cuenta con un canchón de básquet y voley y una cancha de fútbol 11 que los primeros habitantes fueron acondicionando y en la que hoy se juega de manera amateur, se dan clases y se libran torneos. En el otro espacio, una plaza para niñxs, algunas máquinas de deportes y ahora la nueva pista completan el paisaje de un barrio cada vez más grande. 

Con la obra casi terminada, salvo algunos detalles que retocar pero aun rodeada de una malla naranja que parecería indicar una prohibición para usarla, los chicos se sientan en el skatepark a charlar por la noche, después de guardar las tablas con las que estuvieron patinando por la tarde. 

En las últimas décadas, el skate pisó fuerte en Salta como un deporte para chicos y chicas. Hasta hace un mes, estos deportistas contaban con tres pistas en diferentes puntos de la ciudad: la más antigua, en el Delmi, cubre la demanda de la zona centro-oeste de la ciudad, la del Parque Bicentenario en zona norte y la última que fue inaugurada con el Parque de la Familia en Barrio Solidaridad. Con la ejecución de este proyecto, la zona sur cuenta ahora con su propio skatepark, pequeño en dimensiones pero en el que confluyen jóvenes y adolescentes de San Carlos, Santa Ana, El Bosque y barrios aledaños. “Por fin todos los puntos cardinales tienen su pista”, dice Leandro apurado por seguir patinando.

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El jueves al mediodía hay un brillo especial en el cielo, las nubes parecen haber huido dejando que el sol de otoño pegue fuerte sobre el cemento. Como salida de un poema de Maca Diosque o Fer Salas, una chica prueba la pista con su tabla y aprovecha la soledad de la siesta para desplegar sus trucos. En un par de horas, como sucede desde el lunes, la pista se llenará de chicos y chicas que rapean, andan en bici, se reúnen y hacen propia esta construcción que tanto esperaron.

Facundo, Nicolás, Franco y sus amigos, todos de entre 15 y 17 años, llegan más tarde y dibujan con palabras un croquis en el que evidencian un compromiso serio con su barrio: “Nos encantaría una escuela de boxeo acá, en este costado, y que pongan más juegos para lxs chicxs porque los que están ahora ya están rotos”, dice uno. Ahí nomás otro agrega: “No son cosas que cuestan mucha plata, con un par de maderas nosotros podemos construir unas tribunas para la cancha, por ejemplo”. Nahuel se pone serio y acota: “Nos hace falta luz, para que el barrio sea más seguro y sea más fácil ir desde este descampado hacia el otro, así vendrían todos los pibes del Inter y los otros barrios”. Cada persona que se acerca a la pista trae un sueño nuevo, un proyecto sin escribir, con más o menos obras pero todos coinciden en algo: hacer de este un barrio propicio para el deporte y la recreación. 

La expectativa, sin embargo, está puesta en un día muy cercano —que parece no llegar nunca— de una semana larga: el viernes 20, la prometida inauguración oficial del skatepark en la que, suponen, sacarán los restos de esa malla naranja que las patinetas y las bicis ya fueron arrancando con entusiasmo por probar las rampas. Pero desde el lunes nadie aparece y la obra queda como suspendida en el tiempo. Ni obreros, ni arquitectxs, ni siquiera un cartel que despeje la duda sobre un festival, alguna banda, la posibilidad de concluir la etapa de construcción. La espera se hace más larga todavía porque miles de ideas para grafitis están ahí esperando en las manos de estos pibes que no quieren que se “escrache” el cemento con otra cosa que no sean sus propias expresiones, fruto de una lucha por copar los espacios que les corresponden y que siempre parecieran no querer cedérselos. 

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Es viernes y son las 4 de la tarde. En la pista ya están, como todos los días, los pibes con sus tablas. Miran pacientemente a dos obreros que terminan de colocar unos bancos al costado pero que no han dado indicios de una pronta inauguración. Al fin y al cabo no importa: sin acto ni cinta los chicos y las chicas ya inauguraron el skatepark de zona sur.