Hortensia vive en las alturas. Con su mamá crían cabras para producir queso y también para vender la carne. Cada tanto se va hasta Coronel Moldes, el pueblo más cercano, para comerciar sus productos y ahí la contactamos. (Gastón Iñiguez)

Saliendo de Salta, pasando por Coronel Moldes y el dique Cabra Corral, a unos 50 kilómetros sobre la ruta provincial Nº 47 se ve bajar un grupo grande de cabras escoltadas por un par de caschis con pinta de ovejeros, cortan el polvoriento camino a su paso y van todas juntas, apretadas como un grupo de turistas japoneses, sólo se escucha el sonido monocorde de los balidos y los ladridos disonantes de los guardianes. Todos desembocan en un corral rudimentario ubicado en una lomada al costado de la ruta. Bien atrás viene arreando una mujer sola, de contextura baja y mediana edad, de mejillas rozagantes tostadas por el sol, y porta una sonrisa tranquila y cándida mientras dirige los animales con una maestría digna de un director de orquesta que mueve la batuta para coordinar el sonido de los instrumentos.

Fotografía Gastón Iñiguez

Aprovecho para hacer algunas fotos mientras guarda el rebaño y me acerco para charlar, entonces me invita a pasar a su casa. Hortensia vive de manera sencilla en un rancho humilde hecho con troncos y adobe; no tiene televisor y cocina con leña; solo escucha la radio para enterarse de las noticias y tampoco usa celular porque ahí no llega bien la señal, ni hablar de internet. Al momento de las fotos vive sólo con su madre; una señora mayor, de aspecto serio que rondará unos 80 y pico de años y que con las pocas palabras que suelta demuestra que goza de una lucidez admirable. Hortensia y su mamá crían cabras para producir queso y también venden la carne; cada tanto se va hasta Coronel Moldes, el pueblo más cercano, para vender algunos productos.

Fotografía Gastón Iñiguez

No hay hombres en la casa; sus sobrinos se fueron a la ciudad hace años y pasan muy de vez en cuando. Los padres de Hortensia no quisieron abandonar el rancho y ella se quedó para cuidarlos; nunca se casó y tampoco se lamenta de no tener un marido. Ahora están las dos solas y se aferran a ese pedazo de tierra que es lo único que tienen además de las cabras.

Fotografía Gastón Iñiguez

El Dakkar les pasó por en frente en las últimas ediciones pero aparte de eso no ven mucha gente en la zona. Hortensia cuenta que cada tanto reciben visitas de algunos turistas perdidos que pasan preguntando direcciones para llegar a Finca La Cruz, la cual fuera usada por el general Don Martín Miguel de Güemes como cuartel de manera esporádica durante las guerras de la independencia, pero no mucho más. Les convida bollo casero y mate cocido; comparten historias y por ahí les vende algún queso. Ni dirigentes o políticos van por ahí para preguntar cómo andan.

Fotografía Gastón Iñiguez

Basta charlar un rato con Hortensia y su madre para darse cuenta que son mujeres sufridas; curtidas por el campo y la vida dura pero también son mujeres contentas con la existencia que llevan. No añoran los lujos de la modernidad y tampoco envidian la vida en el apretujamiento de las grandes urbes.

Mientras hablamos Hortensia sigue con los quehaceres del día; tira agua para apisonar la tierra porque no soporta que se junte polvo y alimenta un fuego donde hierven dos ollas humeantes. Cuenta cómo es que su familia se asentó en esa zona hace años y se encariñaron con el paisaje, a veces se siente sola y le preocupa estar lejos de un hospital por si les pasa algo pero no quieren mudarse a pesar de la insistencia de los familiares que viven en la ciudad.

Hortensia tiene pocas cosas materiales pero tiene más que cualquiera de nosotros, no necesita un celular último modelo ni un led de 43 pulgadas en el cuarto; no le hacen falta. Sonríe mientras aviva el fuego y suelta algunas lágrimas porque se ve que cada tanto la soledad le aprieta la garganta.

Fotografía Gastón Iñiguez

Lejos de la ciudad y el ruido, en medio de una quebrada de tierra colorada se puede decir que hay una vida diferente que todos queremos tener pero que no sabríamos aprovechar ni qué hacer con ella. Al ver cómo habitan estas dos mujeres uno entiende que está en presencia de un modo de vida que no sobrevivirá por mucho tiempo; ellas son mujeres empoderadas que se apropiaron del espacio y la tierra, trabajándola para que les provea todo lo que necesitan, orgullosas del suelo que pisan y el aire que respiran.