Estuvimos la semana pasada cubriendo el regreso de Calmaniño a los escenarios salteños tras un par de años de ausencia. El evento organizado por las Malditas Lisiadas tuvo también a otras dos bandas: Rock Madness y Madre T-Rezo. Una noche fría calentada con birra, mucho baile y chuño en el baño. (R.E.)

Estaban por comenzar los días más fríos en lo que va del año y al lado del canal de calle Corrientes algunos iban calentando el cuerpo con un petaca de espíritu. Llegamos pasadas las cero horas del domingo a la intersección con Pellegrini, donde está la estructura cuasitriangular de cristal que antes era una concesionaria de autos y ahora ha devenido en bar de rock con patio cervecero adjunto en el que, pesar de no ser una noche digna de cebada fermentada, hay gente haciendo la previa de al recital organizado por las Malditas Lisiadas, un equipo de Roller Derby, ese deporte sobre patines relativamente novedoso por estos lares pero que ya tiene un historial largo en otras latitudes como yanquilandia y fue impulsado al resto del globo por la maquinaria de Hollywood en una película protagonizada por Drew Barrymore, Ellen Page y la chica que hace de doble en un par de Tarantino.

La Fábrica de Música se ha convertido con el tiempo en uno de los pocos lugares que todavía aguanta en el circuito local. Eso no significa nada, salvo un dato triste. El resto de los bares que salieron de la zona balcarcera han ido perdiendo esa onda de tener bandas en vivo, generando que ahora queden dos o tres lugares en los que se pueda escuchar algo más que covers en una noche de fin de semana; aunque ésta no sea precisamente la excepción porque a eso de 1:30 larga la primera banda de la jornada: Rock Madness -Virginia Sarain (voz), Candela Yanello (voz), Josefina Cruz (bajo), Diego Toledo (guitarra) y Adolfo Suárez (batería)-,  los que estaban afuera tomando birra no se preocupan demasiado por entrar. En el interior parece que hace calor porque la gente que sale a fumar está un tanto desabrigada para estas alturas del termómetro.

Con una vista privilegiada del semáforo antes del puede se escucha bastante bien, las paredes de cristal cubiertas con una hilera de posters gigantes de viejos recitales en la antigua Fábrica no impiden que desde afuera se escuche un repaso por el rock más conocido, desde Hendrix hasta The Who, pasando por varios matices en una hora que tal vez servía de calentamiento para lo que se venía. Dos bandas que si bien no hacen covers, tampoco exploran el sonido más allá de lo ya mil veces manoseado, fusionado y quemado en los últimos diez o quince años.

Un poco antes de las tres el patio cervecero se iba vaciando, los que estaban afuera calentando motores al parecer todavía no los tenían muy calientes porque cuando larga Madre T-Rezo -Facundo Castaño (voz), Ricardo Mercader (batería), Javier Pastrana (guitarra) y Pablo de las Mercedes Montañés (bajo)- el vocalista agita a la gente que recién ingresaba para que se acercara más al escenario, a la zona dispuesta para el pogo que estaba casi vacía y rodeada por mesas. No hay mucha respuesta del público salvo algunos que le hacían el aguante a la banda porque les pegaba mucho el NüMetal o porque ya les había pegado el fernet que vendían en la barra, además aprovisionada con vino, birra, gancia y hasta champán.

Tras el anuncio de los temas nuevos hasta ahora nunca escuchados por el público fiel de Madre, largan con el combo que tiene mucha fuerza pero decae tras los primeros minutos, no tanto por la energía de la banda sino por la saturación del mismo sonido. Uno tras otro los temas no se diferencian demasiado. A la banda no le faltan pilas, de eso no cabe duda, pero el público, salvo unos cuantos que se arriman al pogo, parece estar esperando el plato fuerte de la noche y sólo se levanta al final de la presentación de Madre, cuando invitan a Matías, cantante de Parhelio a que acompañe con las voces en un cover de Pantera que cierra una presentación corta y al palo. Sin más que acotar salvo que a esas alturas el baño de hombre, consistente en dos mingitorios, tenía uno de ellos tapado con lo que parecía un guiso de lentejas a medio digerir mezclado con algo de vino y fernet, tal vez birra y meo. Una encrucijada para cualquiera con la vejiga a punto de reventar. Mear o no mear, ese era la cuestión.

Pasadas las 4 de la mañana sube al escenario Calmaniño -Gnomo Sagar (voz), Hernán Arévalos Coronel (guitarra), Daniel Morales (guitarra), Martín Retambay (bajo) y María Estefanía Torres (batería)-, los trapos que antes estaban colgados en las rejas que circundan al patio cervecero ahora están adelante. “Después de dos putos años”, recuerda el vocalista con emoción y agradece a la gente que los sigue de Rosario de Lerma mientras habla de una anécdota que implicaba una fractura expuesta, y largan con el set preparado para la noche.

La música de Calmaniño tiene algunos elementos que predisponen al baile: el sonido gira en torno al ska con cortes bien punk y resguardos del reggae. El cambio intermitente de estilos en medio de las canciones no deja pie al descanso y el público se prende al pogo loco mezclado con movimientos suaves y bamboleantes que suben de la cintura por el torso hasta terminar en un leve golpe de cabeza. Las letras también circulan por un par de tópicos que hasta pueden sonar a cliché dentro del género: protesta, antisistema, pueblos originarios oprimidos y todo matizado con una dosis de mito urbano de terror, duendes, aparecidos, circunstancias fantasmales y algo de desenfreno.

Tal vez lo más llamativo de la banda sea la puesta en escena y el histrionismo que es parte de la movida a la que suma el maquillaje gore y el vestuario: todos casi trajeados para una ocasión especial. Caras y gestos de risas macabras, miradas al público que responde bailando, cayendo, saltando y agitando los vasos de birra que bañan a más de uno. Al fondo un compadre tiene una fiesta particular y baila con un envase en la mano agitado como fusil revolucionario con espuma en el pico. El descontrol ha llegado y no va a parar por una hora y más en un repaso por casi todos los discos de la banda.

A eso de las cinco de la matina termina la pachanga y el mingitorio está casi libre de guiso. Es hora de emprender la retirada no sin antes preguntar al primero que pasa qué le ha parecido la noche: “una masa, loco, vamos a hacer un pool al Kaetano”, es la respuesta. No quedaba otra que seguir buscando rocanrol.