En la tercera y última entrega sobre las viudas de la independencia se explora la vida de quien fuera convertida en un mito nacional en Argentina y Bolivia: Juana Azurduy de Padilla, también conocida como “Pachamama”, “Juana de América” o “Amazona de la libertad”. (Raquel Espinosa)

Numerosos fueron los homenajes que recibió Juana Azurduy luego de su fallecimiento, tanto en Argentina como en Bolivia, ya que esta mujer nacida el 12 de julio de 1780 en La Plata, Chuquisaca (hoy, Sucre), en la región de la actual Bolivia, otrora Virreinato del Río de la Plata, combatió a los realistas junto a su esposo Manuel Ascencio Padilla, por la causa revolucionaria. Entre esos homenajes pueden citarse la famosa “cueca” escrita por Félix Luna con música de Ariel Ramírez. Cueca interpretada, entre otras cantantes, por Mercedes Sosa. Su figura asimismo quedó inmortalizada en la película: “Güemes, la tierra en armas”,  de Producciones Cinematográficas Cerrillos, filmada en 1971 con guión de Leopoldo Torre Nilsson, Rodolfo Mórtola y Juan Carlos Dávalos y música de Ariel Ramírez. Fue protagonizada entre otros por Norma Aleandro, Alfredo Alcón, Gabriela Gili y Mercedes Sosa (en el papel de Juana Azurduy).

Sólo por mencionar casos referidos a nuestro país recordamos que llevan su nombre distintas calles de Capital Federal, La Pampa, Chaco, Bahía Blanca, etc., un pasaje en Salta en el Barrio Municipal y otro en la capital de Tucumán. En Chaco, hay una carretera llamada “Juana Azurduy” que nace en la ruta provincial N°: 95, pasa por el impenetrable chaqueño y llega hasta el límite con la provincia de Salta, donde continúa como ruta provincial N°: 52 pero con el mismo nombre de la heroína. En San Salvador de Jujuy, uno de los tres puentes que conecta ambas márgenes del río Xibi-Xibi ha sido bautizado también con  su nombre. Varios establecimientos educativos la honran y no faltan bustos, esculturas y monumentos emplazados en su honor entre los cuales uno de los más destacados es el que se encuentra en el Parque Colón, en Capital Federal, entre la Casa Rosada y la circular Avenida de la Rábida, donde antes se encontraba el monumento a Cristóbal Colón.

Convertida en mito nacional -en Argentina y Bolivia, donde una provincia del Departamento Chuquisaca lleva su nombre- y en personaje literario, Juana Azurduy es protagonista de novelas como la escrita por Estela Bringuer, Juana Azurduy, teniente coronela de las Américas (1976) o El mañana, de Luisa Valenzuela (2010), obras de teatro: Santa Juana de América y Proceso a Juana Azurduy de Andrés Lizárraga y Juana Azurduy (Una revolución inconclusa) de Violeta Herrero. Pacho O´Donell escribió una biografía novelada sobre la heroína y también hay textos líricos que recuerdan sus proezas como el “Himno a Doña Juana Azurduy de Padilla” de Joaquín Gantier Valda y Antonio Auza Paravicini (en español y en quechua) o el “Romance de Juana Azurduy” de Carlos Jesús Maita, del que transcribimos los siguientes versos: En la aridez de la puna/ se enfrentó a los realistas,/ y echó en el polvo a los godos/ a sus plantas, de rodillas./ Su sable labró en el viento/ la historia como una herida.

Cuentos y ensayos se publicaron con el fin de rescatar a esta mujer del olvido o aportar más datos sobre su trayectoria. Sin embargo, en contraste con estos merecidos homenajes, en vida, la mujer de carne y hueso, la esposa y madre y la luchadora inclaudicable, la guerrera de la independencia, no fue tratada con justicia.

Se la conoció como  “Pachamama”, “Guerrillera de la independencia”, “La Heroína de las Republiquetas”, “Juana de América” y “La amazona de la libertad”.

Pese a la documentación existente sobre su persona, los textos históricos y literarios que la recuperan del inmerecido olvido, la memoria de Juana Azurduy es aún hoy, de cierta manera, incómoda y hasta causa de conflictos en el diseño y traza de la arquitectura urbana, como el emplazamiento del monumento antes mencionado que desplazó a la estatua de Cristóbal Colón y donde ahora el actual gobierno decidió construir un helipuerto, un estacionamiento y un parque. El Diario Clarín del 21 de mayo de 2017 da cuenta de estos vaivenes políticos e ideológicos  en el artículo publicado por Miguel Jurado con el título: “Chau monumento a Juana Azurduy, hola Paseo del Bajo”.

La mujer que protagonizó las acciones de Carretas, Pitantora, La Laguna y El Villar sobrevivió a la muerte de cuatro de sus hijos y a la de su compañero de vida. Don Manuel Ascencio Padilla, asesinado por un traidor fue decapitado. Su cabeza cortada, puesta en una pica, fue exhibida en el pueblo de La Laguna, que hoy lleva el nombre del patriota: “Padilla”. Juana recogió la cabeza de Manuel Ascencio y la hizo enterrar en la iglesia de La Laguna. A esas pérdidas irreparables se le sumaron la confiscación de sus bienes. También se le puso precio a su cabeza. Su valentía y su carácter indomable permiten compararla con la guerrillera española Juana Galán, apodada La Galana que combatió contra las tropas de Napoleón y también con Agustina de Aragón quien también participo en las guerras por la independencia de España.

Al desastre del ejército revolucionario en las batallas contra el enemigo realista le sucedió la anarquía entre los jefes guerrilleros. Juana, en el exilio, llegó a Salta para unirse a la lucha de Martín Miguel de Güemes pero a la muerte de éste, la guerrillera boliviana clausuró el panorama de sus hazañas. En esta ciudad vivió hasta que en 1825, libertada su tierra natal, regresó a Chuquisaca.

Belgrano le entregó su espada y Simón Bolívar la visitó en su casa. Según los testimonios de Leoncio Gianello y otros historiadores bolivianos, más tarde los gobernantes de turno le dieron una ayuda económica de cien pesos pero desde 1828 le suspendieron dicha mensualidad. Belzú, el esposo de Juana Manuela Gorriti, hizo que le pasaran una pensión de vejez; los trámites se demoraron años y después de otorgarle la pensión se la volvieron a suspender. En un cuartucho de la casa situada en el barrio de Curipata, sin más compañía que la un sacerdote y el niño Indalecio Sandi, su sobrino, murió el 25 de mayo de 1862. Tenía 82 años. Envuelta en un “pp’ullu” la llevaron unos cuantos indios y vecinos al cementerio. El mayor de plaza, Joaquín Taborga, se negó a que se le rindieran honores militares de acuerdo con el grado que tenía. Contestó que las fuerzas estaban muy ocupadas en los festejos del 25 de mayo y que no había tiempo para otras cosas. Como no escribieron su nombre sobre la pobre cruz de palo que depositaron sobre su tumba nadie pudo dejar una flor sobre ella. Como viuda vivió sola después de la muerte de su esposo, perseguida, desterrada y olvidada. Icono del maltrato real y simbólico.