Desde el liberal The Wall Street Journal hasta el bolivariano Eugenio Raúl Zaffaroni señalaron en estos días el supuesto proceso de debilidad política en el que habría entrado Mauricio Macri. ¿Es cierto? ¿O, acaso, hay en esos análisis solo superficialidad y anhelos? Es conveniente detenerse en estas preguntas porque al diario norteamericano lo leen los que financian el gradualismo de Macri. Y Zaffaroni es, aun con sus frases increíblemente destituyentes, un referente infalible para cierta progresía latinoamericana. Un sutil manto de pesimismo se abatió, además, sobre sectores de ese círculo rojo (empresarios e inversionistas, sobre todo) tan agitado por el macrismo.

La primera pregunta que hay que responder es cómo está Macri en las encuestas después de la caída registrada en enero. Dos de las más respetadas agencias de encuestas (una de ellas es Isonomía) coinciden en que aquella caída se detuvo durante el mes de enero y lo que va de febrero. La imagen positiva de la gestión de Macri oscila ahora entre el 49 y el 53 por ciento de los encuestados. Esas cifras, si bien bastante menores que las que tuvo después de las elecciones de octubre pasado, son respetables. Sigue siendo el presidente latinoamericano mejor valorado por su sociedad.

Una novedad interesante es el cambio en la conformación de sus simpatías: Macri cayó mucho más en los sectores altos de la sociedad, en el interior y en la Capital que en los sectores medios y en el conurbano bonaerense. ¿Efecto de los sucesivos aumentos de tarifas a los que no tienen ninguna quita y consumen más?

¿Consecuencia del perenne desorden en el espacio público? ¿Resultado de lo que el círculo rojo llama «ruido político»? No hay razones excluyentes; todas tienen su influencia.

El momento en que comenzó la caída en las encuestas fue el de la reforma previsional, a fines de diciembre. La caída se frenó ahora, pero el Gobierno no se recuperó. La reforma previsional fue una batalla perdida de antemano, cuyas consecuencias cruzan todos los estamentos sociales. Era imposible ganarla. Solo podía gestionarse la dimensión de la derrota. La mala noticia de las encuestas recientes es que siguieron cayendo las expectativas sobre el futuro, ya sean políticas o económicas; esas expectativas fueron el gran respaldo político del Presidente en sus dos años de gobierno. Gran parte de la sociedad admitía que no estaba bien, pero aseguraba que le iría mejor con el gobierno de Macri. Eso ya no sucede. ¿Culpa de la nueva ola de aumentos de tarifas y de servicios en general? ¿La inflación indómita?

La inflación de enero a enero fue del 25%, ocho puntos más que los previstos para 2017. Diciembre fue malo en materia de inflación; enero fue solo menos malo, y febrero será peor. Es evidente que la economía está necesitando no solo de un discurso seductor, sino también de decisiones nuevas. El crecimiento corre el riesgo de desacelerarse, como ya se ve en algunos sectores de la economía. La inversión privada es refractaria, atemorizada por la inflación y por el catastrofismo de algunas arengas opositoras. Ciertas críticas de la oposición tienen razón, pero pierden legitimidad por su carga de rencor y resentimiento. Sea como sea, la recuperación de la esperanza social en un destino menos incierto debería ser la prioridad de la administración de Macri.

Macri tuvo un problema de encuestas y tiene otro problema con la economía, pero ¿significa eso que está débil? Los datos objetivos señalan que tiene ahora más fortaleza que en los últimos dos años. El año pasado comenzó, en marzo, con un acto de la CGT que incluyó hasta grotescas escenas de pugilato. Estaban a las trompadas, pero estaban juntos. El próximo miércoles Hugo Moyano realizará su propia marcha contra Macri. Será, seguramente, un acto multitudinario, pero de una conmovedora soledad política. La CGT, en sus distintas versiones, se alejó de él. Moyano descubrió que no puede pedirles solidaridad a los mismos gremios que presionó para vaciarlos. Los vació. En los 12 años kirchneristas triplicó el número de afiliados del sindicato de Camioneros por el trasvase de afiliados de otros gremios, tan importantes como el de él.

Durante gran parte del año que pasó, la política vivió expectante de la candidatura de Cristina Kirchner. Suponía que la expresidenta era imbatible. Pero ella perdió frente a Macri y María Eugenia Vidal. Cristina es uno de los dos grandes adversarios de Macri. El otro es Moyano. Un analista de opinión pública suele decir que es imposible perder con Moyano en una disputa ante la sociedad ¿Por qué? Porque Moyano es el dirigente más impopular de la Argentina. Su impopularidad recorre todo los fragmentos del mosaico político e ideológico, incluido el kirchnerismo. Eso no sucede, por ejemplo, con Roberto Baradel, que es popular en las filas del cristinismo.

Es difícil para Moyano, además, explicar que lo separan de Macri profundas convicciones políticas o que es un opositor consecuente de las políticas concretas de su gobierno. Se llevó bien con el actual presidente cuando este era jefe del gobierno capitalino y hace solo un mes lo invitó a la inauguración del sanatorio de su gremio. Macri no fue, pero envió a su ministro de Trabajo, Jorge Triaca. ¿Qué sucedió en un mes para que las cosas cambiaran tanto? ¿Qué decisión política cambió la ideología del Gobierno o modificó las decisiones que ya venía tomando? No pasó nada. Lo único que está ocurriendo es el cerco judicial que se cierra sobre Moyano y la terminal situación de OCA, la mayor preocupación del líder camionero. La principal empresa de correo privado del país no tiene solución ni siquiera en la AFIP, donde parecía que las cosas empezaban a resolverse.

El peronismo está más debilitado desde la derrota de octubre pasado y el sindicalismo está más fragmentado. La necesidad política del peronismo lo obligará a adelantar la campaña presidencial de 2019. Esa campaña se iniciará inmediatamente después del final del próximo mundial de fútbol, el 15 de julio. El peronismo necesita encontrar, si lo encuentra, un método para seleccionar un candidato de unidad. Le será difícil, porque ciertos dirigentes importantes (algunos gobernadores, senadores y diputados) prefieren alejarse de ciertas compañías. Creen, en síntesis, que cualquier proyecto electoral que contemple a Cristina Kirchner estará condenado al fracaso. Muchos de ellos consideran a Macri más cerca de la reelección que de la destitución que pronostican los apresurados. El Gobierno no tiene apuros porque cuenta con un candidato a la presidencia (el propio Macri), pero el ritmo político lo marcan tanto el oficialismo como la oposición. Ya sabemos, por lo demás, que el peronismo en campaña electoral es un animal político muy poco comprensivo.

Al Presidente lo acecha también el fuego amigo. Jaime Durán Barba es un intelectual brillante y un buen consejero en materia electoral, pero es un desastre político cuando abre la boca. Acaba de declarar que una mayoría social quiere la pena de muerte. Colocó ese tema inútil (¿existe, acaso, la más mínima posibilidad de que se instituya la pena de muerte en la Argentina?) justo cuando el Gobierno se proponía simplemente endurecer las leyes que permiten la libertad de los delincuentes. El debate se cerró en el acto cuando apareció la pena de muerte en boca de un asesor presidencial. Durán Barba hizo también una durísima crítica al papa Francisco, al que acusó de «activista político», creyendo tal vez en las versiones sobre la reunión de Alberto Fernández con el Pontífice. El exjefe de Gabinete aseguró que nunca le contó a ningún periodista el contenido de su conversación con el Papa y que se publicaron solo inferencias. ¿Quién le explicará al Vaticano y a la Iglesia que detrás de Durán Barba no está el gobierno de Macri? Nadie. Hay misiones imposibles en política.

¿Era necesario preservar en el cargo al subsecretario general de la Presidencia, Valentín Díaz Gilligan, después que se supiera que administró una cuenta offshore en Andorra y que no la declaró en su momento? Díaz Gilligan dijo que no se trata de una cuenta offshore, pero el Principado de Andorra es (o era hasta hace muy poco) un paraíso fiscal que albergaba el dinero mayoritariamente mal habido. El funcionario debió requerir al menos una licencia hasta que se aclarara su situación. Para una administración a la que le es siempre necesario desmentir la imagen de que gobierna para los ricos, no hay peor novedad que el trasiego de funcionarios con cuentas bancarias offshore. Díaz Gilligan no es el primero ni el único.

Macri no está débil, pero llegará el día en que será juzgado no solo por sus contrincantes. Cristina o Moyano no son opciones para una clara mayoría social. El derecho al error caducará cuando llegue ese día en que la sociedad enfrente al Gobierno con su propio espejo.

Fuente: La Nación