Un trabajo analiza la situación de pobreza a partir de relatos cotidianos de mujeres y hombres de Iruya. El lugar declarado monumento histórico es uno de los departamentos con mayores índices de Necesidades Básicas Insatisfechas. (Andrea Sztychmasjter)

El 18 de febrero de 1995 la localidad de Iruya fue declarada Lugar Histórico Nacional por Decreto 370 del Poder Ejecutivo de la Nación. Iluminados por velas y lámparas a kerosene, recién en 2008 el gobierno inauguraba dos sistemas de miniredes de energía eléctrica que dotan del servicio a lejanos poblados del departamento. A principios del año pasado, el gobierno anunciaba que el pueblo tendría luz LED en las calles a través de un convenio del Fondo Federal Solidario.

Iruya, este pueblo “colgado de las montañas” como muchas veces es nombrado, es el escenario a través del cual dos profesionales de Córdoba y Buenos Aires, Mariana Quiroga Mendiola y María Cora Paulizzi, Licenciada en Recursos Naturales y en Filosofía respetivamente, han puesto sus ojos investigativos para analizar “La cuestión de la pobreza: relatos cotidianos en las comunidades andinas de los valles intermontanos de Salta”.

Según sus autoras, en función de reflexionar sobre la vivencia cotidiana de la “pobreza” por parte de campesinos e indígenas que habitan en el mundo andino de la Cordillera Oriental de Iruya, han analizado que la naturalización de pobreza por parte de los habitantes “deviene de una estrategia discursiva atravesada por la gubernamentalidad neoliberal-neocolonial hegemónica, materializada en discursos varios de Desarrollo Humano, Desarrollo Social, Desarrollo Rural, Etnodesarrollo”.

Más específicamente para las profesionales, en nuestro país existe un conjunto de factores y relaciones históricas y estructurales, que configuran esta situación de “pobreza”: despojo de los medios de producción y subsistencia, discriminación étnica y de clases, dependencia, paternalismos y clientelismos, aislamiento geográfico y deterioro del entorno ecológico.

Las investigadoras han centrado su trabajo en Finca El Potrero donde sus habitantes han obtenido las tierras en forma comunitaria a fines del siglo pasado. Esta Finca señalan, consta de 20.000 h y está compuesta por cinco comunidades y varios parajes pequeños. En su concepción historiográfica, el trabajo describe que en épocas de la colonia “Iruya fue entregada, en fecha desconocida, a Don B. Madrigal”. Más tarde, a inicios del siglo XX la mayor parte de estas tierras habían sido arrendadas o compradas por el ingenio azucarero San Martín del Tabacal de las tierras bajas.

Según datos del INDEC, el trabajo señala que el departamento de Iruya presenta uno de los índices de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) más elevados de la provincia (49,7% de la población y 49,3% de los hogares). Mientras que otros de los importantes datos reflejados señala que el 100% de la población del departamento es considerada población rural y al menos un tercio de la población mayor a 15 años, analfabeta o sin estudios.

Según describen “En Iruya sólo el 14% de los niños, ‘comen lo que deberían comer’, es decir, un balance adecuado de grupos de alimentos”.

Las mujeres de la comunidad

El trabajo en cuestión describe que la principal actividad productiva en todo el municipio, se basa en agricultura de subsistencia, cuyos cultivos principales son papa andina, maíz y alfalfa. Se desarrolla además ganadería a pequeña escala de ovejas y cabras.

Sobre esta área productiva, las autoras se han preguntado cómo perciben su actividad cotidiana las mujeres en la comunidad. “Lo más pesado que les toca hacer”, es el trabajo en el surco, describen las mujeres a partir de relatos recolectados: “En la comunidad se aprecia mucho la realización de trabajo artesanal, especialmente el hilado en los tornos hidráulicos en el río, momento en que las mujeres dicen poder encontrarse consigo mismas, ‘sentadas y tranquilas’”.

Las autoras señalan también los problemas de salud a los que las mujeres de Iruya se encuentran propensas, entre ellos se nombra al reuma a causa de las condiciones ambientales. “Las malas condiciones de trabajo y la precariedad en el ambiente doméstico traen problemas para su salud y bienestar. Al hablar del momento cotidiano de cocinar en el fogón, dicen las mujeres: ‘el humo hace doler los ojos…’; ‘ya estamos acostumbradas a cocinar así’ [en cuclillas]; ‘el humo hace doler la garganta y un poco el pecho’; ‘…cocinar con bosta seca hace mucho humo, salimos mareadas de la cocina’”, especifica el trabajo.

Las autoras reflejan otro aspecto importante respecto a la invisibilización del trabajo femenino que tantas veces se evidencia en las comunidades rurales: “‘el trabajo de los hombres aparece, el trabajo de nosotras no aparece nunca. Hay que lavar y al otro día todo está sucio de nuevo…’.” señalan mujeres de un taller en San Isidro.

“Esta invisibilidad de la labor femenina responde por un lado a cuestiones culturales y, por otro lado, pone en evidencia la supuesta ‘vulnerabilidad’ de las mujeres, como un grupo minoritario, en el entramado de las prácticas políticas hegemónicas de intervención”, describen las investigadoras.

Otro aspecto importante del trabajo se relaciona con la población joven: “esta comunidad es muy triste, no hay jóvenes…”, señala un relato citado. Las autoras informan que “la educación formal -polimodal y terciaria- suele implicar el alejamiento de los jóvenes de las comunidades y esto genera malestar entre los que se quedan”. “’Que los chicos sigan estudios, pero en la misma zona. Que no se vayan lejos, que haya secundario acá”. “Que tenga una profesión, que estudien y vuelvan. Que sepan valorar la cultura de este lugar”, imprimen como pedidos urgentes los relatos citados.

Las autoras señalan que esta situación de pobreza, en la cual se sustenta el sentimiento de “no poder”  se hace explícito en la voz otra mujer: ‘… siempre fracasan nuestros hijos en el colegio y en la Universidad ¿será que no nos da la cabeza a nosotros?…’”

Como posible respuesta las profesionales describen las contradicciones en “las lógicas del Gobierno dirigidas a los pobres, ya que por un lado en sus entramados discursivos proclaman el empoderamiento y la autogestión como modos de fortalecer y visibilizar las capacidades de los pobres, es decir, sus potencialidades. Pero a su vez sus silencios, dolores, percepciones muchas veces invisibilizadas permiten resistir a las disposiciones hegemónicas, que los necesitan de un cierto modo, para sostener la lógica mercantil, productiva, des-regulada y comunal de Gobierno”.

El otro lado de la Iruya turística

Iruya y sus maravillosos paisajes han sido aprovechados por el gobierno salteño para ubicarla como punto turístico. Las autoras señalan sin embargo que “es un enclave turístico difundido profusamente por el Gobierno de Salta”. Ya que especifican esto es visualizado por un lado como una oportunidad pero también como una amenaza por los iruyanos.

“Numerosos jóvenes se agolpan todos los días en la Secretaría de Turismo de la Municipalidad, en horarios prefijados, con el fin de anotarse como guías turísticos para el día siguiente”. Señalan que este proceso puede ser considerado como “mercantilización” de la cultura propia del pueblo de Iruya, así como del espacio y el propio paisaje.