Miguel Ragone recibió el Honoris Causa de la UBA. Se suma a 350 figuras distinguidas con el honor desde 1886 en una lista que incluye a economistas como el bengalí Amartya Kumar Sen, o expresidentes como “Pepe” Mujica. (Daniel Avalos)

El edificio de la Facultad de Medicina en Paraguay 2.155 de Capital Federal es imponente. Las escalinatas de acceso ese jueves 24 de marzo de 2016 están vacías a media mañana y cuatro de sus enormes portones de acceso cerrados. Al frente del edificio, en un sector de la cuidada Plaza  Bernardo Houssay en La Recoleta, se apretujan una 300 personas que aplauden apenados cuando un hombre mayor y un joven de remera negra descubren una placa que reza lo siguiente: “En memoria de los estudiantes de la Universidad de la Buenos Aires desaparecidos y asesinados por el terrorismo de Estado. Por un futuro con pasado”

Muchos rostros de esos estudiantes desaparecidos, decoran el espacio de la memoria en el enorme hall de la Facultad de Medicina. Allí están engarzados a la pared 202 portarretratos que indican el nombre de los estudiantes, docentes y no docentes de esa Facultad que fueron desaparecidos durante la última dictadura. En 84 casos, el nombre y apellido están acompañados por fotografías que por lo general son de jóvenes con expresión decidida y miradas inquietas e inteligentes, propias de quienes se sienten a gusto con la vida. A ellos luego los alcanzó el horror. A ellos y a Miguel Ragone que también se educó entre esas paredes de la institución que cuarenta años después de desatado el horror, lo homenajeó con el título de Dr. Honoris Causa.

Es el sitial que la valía personal y política de Ragone se merecía: ser parte del panteón al que ya accedieron muchas otras personalidades del país y el mundo. De allí que al leer los términos de la Resolución 13.024/16 que el Consejo Superior de la UBA rubricó el pasado 9 de marzo; los presentes estuviéramos seguros de presenciar un acto de entera justicia. La Sala Bernardo Houssey de la Facultad de Medicina de la UBA estuvo a la altura del homenaje: 150 personas entre familiares del exgobernador salteño, funcionarios y periodistas provinciales que llegaron allá por decisión gubernamental, autoridades universitarias nacionales, militantes de la época y una mesa que presidió la ceremonia e incluyó al decano de medicina Sergio Provenzano; el rector de la UBA Alberto Barbieri, el gobernador Juan Manuel Urtubey y el senador Rodolfo Urtubey.

Los dos primeros hicieron uso de la palabra para explicar la naturaleza de la distinción en la UBA. Tras ello, se produjo el momento más emotivo de la mañana: la entrega del diploma que certificaba el homenaje a Clotilde Ragone, hija del ex gobernador. Tras los abrazos sentidos y las fotos de rigor habló Fernando Pequeño, nieto de Ragone, quién emocionó a los presentes al resaltar el rol de su abuela Clotilde Suarez: “Ella con su amor lo sostuvo. Porque el amor siempre sostiene a quienes ocupan un lugar importante y complicado como lo ocupo mi abuelo”.

Tras él, el gobernador Urtubey cerró la ceremonia con un discurso donde resaltó las virtudes éticas y los sueños políticos del exgobernador. Sobre lo primero enfatizó que Ragone representa el “deber ser” de la política; sobre lo segundo que el llamado “médico del pueblo” imaginó una provincia que a cuarenta años de su desaparición aún no se ha concretado. (ver https://cuartopodersalta.com.ar/ragone-es-el-deber-ser-de-la-politica/)

Academia y política 

De los discursos pronunciados, el del decano de la Facultad Sergio Provenzano tuvo la virtud de poner sobre la mesa la conflictiva relación que suele existir entre academia y política. Ocurrió al inicio de su alocución, cuando admitió que no era habitual que alguien sin una gran trayectoria académica recibiera el honor que el jueves recibió Ragone. Sería largo transcribir esas palabras, deberemos contentarnos con explicar el sentido de las mismas: históricamente la academia cree que su legitimidad depende de su sapiencia para mantenerse por fuera del terreno político.

La figura de Ragone no los dejó.  A él resulta imposible excluirlo del territorio político y de la militancia. Y es que el compromiso de Ragone con la salud de los desposeídos se había incidió en 1946 cuando siendo estudiante de la UBA fue convocado por Ramón Carrillo quien, al frente del Ministerio de Salud del primer peronismo, fue el primero en aplicar una política sanitaria nacional en general y volcada a las necesidades de los más vulnerables en particular. Ragone no sólo acompañó a Carrillo hasta 1954, sino que bajo su amparo se recibió de médico en 1949, fue su secretario privado, se convirtió en el primer director del Hospital Neuropsiquiátrico de Salta hasta que el Golpe de Estado de 1955 que derrocó a Perón, lo condenó al aislamiento profesional primero, a la resistencia después y finalmente al juego político abierto al interior del peronismo

Desde entonces la vida de Ragone cambió. Además de ser el hijo de inmigrantes napolitanos que se convirtió en “M´hijo el dotor” de la familia confirmando que la educación pública posibilitaba movilidad social ascendente; se convirtió en el hombre de pueblo que llegaba a la gobernación de una provincia en la que a 40 años de su secuestro y desaparición, lo recuerda con nomenclaturas de calles e instituciones. Lo último, aseguró Provenzano, motivaron mucho a que la resolución que le otorgó el título fuera aprobada en el Consejo Superior de la UBA con las rubricas de personas como Rodolfo Golluscio, Luis Bruno, Nélida Cervone, César Albornoz, Glenn Postolski, Osvaldo Delgado, Juan Elverdin, Federico Schuster; Gustavo Quintana y Marcelo Acereo.

Los considerandos que hacen referencia a la actuación política de Miguel Ragone rememoran “Que en 1973, al anunciarse la convocatoria a elecciones, fue proclamado candidato a gobernador de Salta (…) obteniendo un amplísimo triunfo electoral”; “Que fue gobernador de la provincia (…) entre 1973 y 1974”; “Que en su gestión, continuo priorizando la atención a los sectores más carenciados de la población”; “Que su gobierno fue efectivamente austero, en especial en cuanto a sus propios gastos (…)”; “Que el 11 de marzo de 1976 fue secuestrado en la vía pública, y aún permanece desaparecido”; “Que el 11 de marzo se cumplieron 40 años de la desaparición forzada, el único gobernador democrático desaparecido en esas condiciones, como resultado de la violencia política”.

El terco Miguel

Habría que consignar, no obstante, que el secuestro y la desaparición de Miguel Ragone no obedecieron sólo a que durante su gestión priorizara la atención de los desposeídos o a su austeridad gubernamental; sino a un proyecto político en donde para llegar a la gobernación, protagonizó un hecho inédito aunque finalmente efímero del justicialismo provincial: encabezar un tipo de peronismo que sosteniéndose en una juventud que estaba segura de que la hora del “trasvasamiento generacional” y la “actualización doctrinaria” había llegado, se impuso a una burocracia sindical y sectores oligárquicos que desde 1945 habían copado el manejo del partido.

De allí que el triunfo de Ragone en Salta fue doblemente espectacular: por representar a sectores históricamente subalternos en el justicialismo y porque su 58% de los votos eran producto de las 121.472 voluntades cosechadas que dejaron muy atrás a la fuerza que ocupó el segundo lugar en ese entonces: el Movimiento Popular Salteño que sólo obtuvo 33.925.

La contundencia no fue obstáculo para que 17 meses después, el médico fuera eyectado de su cargo por una intervención dispuesta por el propio justicialismo que ya había sufrido la muerte del peor Perón que conoció la historia política nacional: el que culminó su carrera volcándose a alianzas abiertas con un sindicalismo burocratizado y dejando actuar a los pelotones de la Triple A que organizaba desde el Ministerio de Bienestar Social el nefasto José López Rega.

De allí que la intervención federal a Ragone no haya sido una excepción en aquel proceso. Ya nada quedaba del Perón que reivindicaba como una “juventud maravillosa” a quienes,  armas en mano y copando las calles, posibilitaron su vuelta al país. El Perón de 1973 y 1974 era el que exigía las renuncias de funcionarios asociados a la izquierda y pedía intervenir a las provincias asociadas a la “Tendencia revolucionaria del peronismo”.

La muerte del viejo líder sólo sirvió para que el Estado quedara a merced de justicialistas que identificaban comunismo con todo lo que poseía aroma a progresismo. Ragone era cosa juzgada para ellos y a Olivio Ríos corresponderá tensar las contradicciones al máximo para facilitar la intervención partidaria. Acá una digresión se impone. Será para corregir el calificativo de “compañero” que el decano Provenzano atribuyo a Olivio Ríos. Se trataba, en realidad, de un dirigente telefónico elegido como compañero de fórmula de Ragone cuando este se impuso en las internas de 1972 al peronismo ortodoxo. Fue el hombre que ni bien Ragone asumió la gobernación hizo todo para entorpecer la gestión y la autoridad del médico en medio de una época tumultuosa: copó la Casa de Gobierno mientras Ragone estaba en Buenos Aires; impulsó a varios sindicatos a declarar “persona no grata” al gobernador; apañó huelgas que exigían la renuncia del primer mandatario; y finalmente apoyó la intervención que destituyó a Ragone del gobierno en nombre de la disciplina partidaria (El Intransigente: 23/11/74).

En Mitre 23 desembarcó en noviembre de 1974 José Mosquera. Un cordobés que había cumplido funciones similares en su provincia cuando, con la misma lógica, Perón la intervino para deshacerse del gobernador y el vicegobernador también relacionados con la “tendencia”. Mosquera venía a disciplinar y tras condenar al ostracismo político al propio Ragone, desataba un proceso que los medios titularían con letras catástrofe: “operativos antisubversivos” diversos en Capital, Orán, Güemes o Tartagal.

Al frente de los mismos figuraba siempre un nombre: Joaquín Guil, el hombre que hoy cumple condena por el secuestro y la desaparición de quien el jueves al mediodía fue distinguido con el “Honoris Causa” por la UBA. Un Guil que haciendo de la tortura un arte perverso, estaba al servicios de quienes no toleraban que el Terco Miguel buscara reagrupar fuerzas al interior del peronismo para recuperar la conducción de la fuerza. El final de la historia la conocemos, aun cuando su cuerpo como el de otros 30.000 desparecidos nunca haya aparecido.

Mucho por celebrar

Son varios los motivos paras celebrar la distinción post mortem. Acá repararemos en dos. La primera tiene que ver con el prestigio de la universidad que otorgó el reconocimiento. Y es que a pesar de las polémicas en torno a la excelencia educativa del país, la UBA se ubica entre las mejores del mundo según el análisis recientemente publicado por la firma británica QS (Quacquarelli Symonds). El método de la firma es sencilla: a partir de un monitoreo de 3400 instituciones por campos disciplinarios genera un ranking de 971 en el que sólo 200 son consideradas de elite. La UBA se encuentra en esa tanda en el puesto 124 que la convierte en la mejor conceptuada de Latinoamérica.

El segundo de los motivos no es menos importante: tal reconocimiento a quien fuera el único de los gobernadores desaparecidos por la dictadura en el corazón político y administrativo del país, fisura la mirada metropolitana de la historia nacional. Un tipo de mirada que concibiendo como central a hechos y figuras producidas o surgidas en un espacio determinado, mezquina sitiales a los procesos y las personalidades que forman parte del interior nacional. Martín Miguel de Güemes es un ejemplo clásico de esa situación. Miguel Ragone también lo es en lo que a historia reciente se refiere.

Lo último puede confirmarse con un ejercicio simple. Los tres tomos editados entre 1998 y 1999 -“La Voluntad” de Eduardo Anguita y Martín Caparros- que iniciaron el interés de la historiografía por reconstruir la militancia revolucionaria durante los 60 y 70, reúnen un total de 1913 páginas que sólo mencionan dos veces a Miguel Ragone; en la página 136 del Tomo 1 y en la página 43 del Tomo II. En ambos casos para recordar lo mismo: que junto a Oscar Bidegain en Buenos Aires, Obregan Cano en Córdoba, Martínez Baca en Mendoza y Jorge Cepernic en Santa Cruz; Ragone era de los candidatos a gobernador en 1973 que recibían el apoyo de la tendencia revolucionaria del peronismo.