Los diputados salteños demostraron que la presión de condición social y su arraigo a la cultura patriarcal pudieron más que las miles de mujeres movilizadas en la Legislatura, hartas de que las que no tiene dinero suficiente pierdan la vida en abortos clandestinos. (Mariela Barraza)

Sin ningún tipo de representación parlamentaria, las mujeres salteñas estuvimos ausentes en el  recinto de la Cámara de Diputados de la Nación donde 7 hombres — de diferentes extracciones políticas—, sobre un universo de 7 representantes populares, votaron en contra la legalización del aborto. Con tres de ellos figurando en el ranking con los peores argumentos entre las casi doscientas alocuciones y tres que no abrieron la boca a pesar de sus respectivas plazas multitudinarias, emponchadas de verde bajo cero igual que en el resto del país. Coartadas, fantasmas, desprovistas de voz, impedidas de proferir alaridos y soportando las homilías por alto parlante, las salteñas saltamos a la altura de la circunstancias cuando, nada menos, que la compañera de Cambiemos,  Silvia Lospennato, se inmortalizaba por televisión y lagrimeando performaba que la ley se haga. Como la luz.

Cuando el rimel  chorreó de sus ojos sin animarse a mancharlos, nos llegó hasta el norte  en forma de agua nieve, abrazándonos a nosotras que estamos tan lejos como una bendición verde para nuestros pañuelos. Señores diputados nacionales… ganamos, igual.

La batalla ideológica 

La clave de la cuestión la planteó, a nivel local, una de las referentes del movimiento por las dos vidas, Rosario  Sylvester, cuando explícitamente se quejó de los discursos ideológicos que atravesaban la discusión nacional, resignando la postura eclesiástica que predomina en la ciudad del Señor del Milagro. Efectivamente, es el discurso ideológico una instancia superior y evolucionada del pensamiento y la acción que trasciende a las condiciones culturales y hegemónicas de cada realidad local, nivel este último en el que se emplazan las creencias religiosas del tipo que fuesen. La religión en Salta es un componente insoslayable de la idiosincrasia, se trasmite hasta por la educación formal y es por ende vital  al conjunto de la  sociedad salteña. Como cualquier creencia prescribe la aceptación del dogma, la incuestionabilidad de sus preceptos por más ilógicos que resulten y establece el lugar de lo femenino con especial amenaza sobre la maternidad. En tanto el discurso ideológico se encarna en la horda verde anónima, gestante e imparable  que rebalsa los moldes de las épocas, como lo fueron el  Cordobazo, los hippies o los estudiantes chilenos reprimidos pidiendo por educación pública. No tiene héroes individuales pero registra muchos mártires porque al desparramarse en  legiones y movimientos vivos que se gestan y se van puliendo duran mucho tiempo. Mientras que los patrones hegemónicos moldean la forma de percibir el mundo, la ideología  le cava la fosa. Lo revuelve, lo subvierte,  lo da vueltas y lo reconvierte.

Básicamente son las dos capas, por así decirlo, en las que se dividen las posturas sobre el aborto: una circunscripta a las creencias y reñida con la moral social y otra que la trasciende  y cuyos términos son imperceptibles para el famoso sentido común, con lo cual la discusión situada en una u otra capa  es incomprensible para la cuestión de fe y risible para quienes bregan por la conquista de los derechos de las mujeres. En otros términos, una conversación de sordos: mientras mujeres desconocidas se abrazaban en plazas y bares emocionadas porque estaban haciendo rodar la historia en materia de derechos, eran insultadas de asesinas y perversas; salía la imagen del Cristo crucificado de la Catedral como cuando, dicen, la ciudad era sacudida por los temblores. No es casualidad que la estatua sacada ante la marea verde fuera la del Señor y no la de la Virgen.

Mientras mujeres desconocidas se abrazaban en plazas y bares emocionadas porque estaban haciendo rodar la historia, la imagen del Cristo crucificado de la Catedral salía como cuando, dicen, la ciudad era sacudida por los temblores.

Los 7 enanitos

Hay una afirmación sin emisor que sostiene que analfabeto es quien no tuvo las condiciones para aprender pero bruto es quién teniéndolas no las quiso utilizar. La discusión legislativa nunca se trató del eslogan de las 2 vidas sino de la oposición entre el aborto legal y el aborto clandestino siendo la legalización la única propuesta que defiende por lo menos  la vida  de esa mujer a quien no se puede forzar a ser madre. A la introducción en la vagina de agujas de tejer, perchas, elementos punzantes y pastillas degradadas  se le  opone la asistencia sanitaria en un hospital, a la vida de esa mujer se le pone en frente su propia muerte. Quienes pretenden salvar las dos vidas no pueden explicar  por qué les quita el sueño la carne humana, el niño no nacido, el feto o cría sólo cuando anida en el vientre materno y no cuando sale al exterior y muere, de hambre e inanición, durante el primer año de vida. A esas alturas, la segunda vida no le interesa ni al Estado ni a las oraciones de tantos beatos, sino sólo a los fines de jingle y pañuelo celeste. Seguramente irán al cielo. El tema es que de los siete diputados nacionales por Salta entendió de qué se trataba el debate nacional.

Sojero opa

Atentos a que cada uno habla y dice lo que puede o le sale de acuerdo a su capacidad, condición, preparación, nivel de compromiso, el caso de Alfredo Olmedo es sintomático del tipo de sociedad perimida  e ignorante que nos asiste. Se trata de un hombre rústico, sin vidrios eléctricos ni caja de quinta que pudiendo haber invertido parte de su cuantiosa fortuna en  cultivarse, estudiar o adquirir algún grado de preparación, destinó toda su energía  en el realce económico, lo que no tiene nada de malo sino hasta que se convierte en el protagonista de discusiones  estúpidas como si la pena de muerte debiera hacerse a palos o pedradas.

Muy bien asesorado, ya que quienes lo amaestran son muy conscientes de los términos biológicos de su materia gris, utiliza  refranes,  clichés, prejuicios y  aseveraciones de las prácticas cotidianas para manifestarse públicamente que sumado a su disfraz amarillo  lo convierten  en un personaje de la política.  Es utilizado como mediático, teniendo sus equivalentes faranduleros  en  Zulma Lobato o Guido Suller; como monigote en los medios nacionales para perpetrar sus ideas  sin ser tomado en serio por el peso de sus palabras  ya que sus tópicos resultan cómicos e irracionales.  Olmedo se atribuye el  sentido común mientras que se expresa en lo mínimo de sus conceptos: vayan a laburar, el servicio militar, el culo cerrado y la cabeza también, por lo que no sorprende ni con su cementerio de fetos ni sus campos reales de trabajadores esclavos ni la inmoralidad de su vida personal. Bastará con recordar, en la misma sintonía de lo artificioso de su prédica, que se convirtió al  evangelismo haciendo la “peinadita” en una pelopincho ante las cámaras. Su condición teatral se completa con una suerte de personalidad nada empática ni emocional que lo termina de convertir en un avatar.  Definitivamente no entiende que es la evidencia empírica a la que aluden las demás referencias de especialistas que operan en la realidad  ya que él reduce el contenido retórico a lo estrafalario y sonoro.

Con idénticas posibilidades materiales y oportunidades aunque con similares elecciones intelectuales se encuentran Martín GrandeAndrés Zottos y Miguel Nanni, quienes quedaron sumidos en la política fruto de la suerte, la casualidad o la refulgencia de sus actividades privadas como comerciantes o afines, lo cual quedó de manifiesto al elegir los argumentos  ordinarios que utilizaron para defender sus posturas. No tienen condiciones personales de liderazgo, no son carismáticos y encima dicen zonceras.

Vocingleros

Martín Grande,  periodista de oficio, básico casi inculto, lleva con éxito una empresa radial hace muchos años donde los temas son tratados con la superficialidad que exigen los medios de comunicación masivos: Comentarios domésticos plagados de estereotipos, repeticiones, no en calidad de estrategia sino como falta de un mejor vocabulario, conceptos e ideas,  hacen del conductor un líder de opinión que no se ha esmerado  en profundizar los temas  vulgares más allá de la inmediatez con que se le  presentan y pasan.

Si bien no es exigible formalmente ningún tipo de nivel intelectual ni conocimientos a la clase política, Grande debiera mínimamente, ya sea  en calidad de inquietud periodística, destinar  unos minutos a destripar la historia y  entender los términos de los procesos sociales que lo dejaron sentado en pelotas en la cámara baja nacional; ya sea como una deuda de honor para sus votantes a quienes, olmedianamente —me permito el neologismo— les enseña cómo hacer yogurt casero para superar la crisis.  La primera vez que habla en una sesión, que resultó ser histórica,  lo resuelve con un  try para la vergüenza de la posteridad salteña y se  anota, detrás de Olmedo,  con otro poroto para el ranking de los papelones. Seguramente asesorado por su columnista Walter Chian —que merece el mayor de los respetos por su dedicación y compromiso con las mascotas—, nos comparó con los marsupiales, con un resumen extractado de google, sin ni siquiera el énfasis necesario para resultar gracioso. Grande no valió ni el aplauso ni el abucheo, sólo el sueldo aumentado con medio aguinaldo.

Miguel Nanni utilizó su condición de abogado para direccionar sus argumentos que nunca tuvieron una concreción ni arrojaron una idea clara, agravado con la excusa de lo avanzado de la hora.  No se trató nunca de un dilema moral como pretendió establecer ya que el derecho positivo  abarca e incluye a todas en detrimento de la moral social que fuera administrada por el culto  católico durante el siglo pasado. Salvo que haya copiado en el final de Filosofía del derecho, Nanni se refugió en un discurso inocuo y sodeado.

Si bien entiende perfectamente el trasfondo del tema,  porque si puede dirimir que el divorcio, el matrimonio igualitario y la paridad de género son hitos sociales de la intervención del radicalismo en la conquista de derechos, no se animó a dar ese paso en favor del género. No por ser diferente esta vez, como se justificó, simplemente no tuvo el valor de sus correligionarios, lo que en el barrio se denomina un cagón.

En cuanto a Andrés Zottos y la suma de sus carencias, a saber, falta de doctrina, de preparación formal, de compromiso social, de lectura ligera y flexibles/ocasionales bases partidarias sumó su experiencia provincial travistiéndola como negativa. Se olvidó, en el elevado tono de voz que exige la simulación peronista de estar enardecido,  que   fue vicegobernador de la Provincia de Salta  durante  8 años, por lo que su  volantazo  argumental apuntando a las fallas en la gestión pública para votar en contra de la legalización del aborto resulta un verdadero oprobio. Habló de la falta de médicos en los hospitales de frontera,  lo cual es realmente cierto, sin que este hombre a lo largo de casi una década pudiera gestionar un anestesista, un pediatra o un oncólogo para la zona de la que proviene. Su intención, sabiéndose  observado ya que se trasmitía la sesión íntegra en cadena nacional, fue la descripción referencial  y pintoresca del norte que tenemos con milimetrada  objetividad  como si nunca hubiera tenido injerencia. El desmadre vino, finalmente, con la cita de Da Vinci, inadecuada y sin pertinencia como leída de un meme, con lo que terminó de colocar el parche a su negativa de representarnos, como parte del colectivo femenino que lo mantiene, involuntariamente, como funcionario público crónico.

La discusión legislativa nunca se trató del eslogan de las 2 vidas sino de la oposición entre el aborto legal y el aborto clandestino.

Los peores

Sin embargo, la trastada vino de quienes están en condiciones óptimas  de dar discusiones ideológicas y políticas, ya que Sergio Leavy, Pablo Kosiner y Javier David  tienen intenciones de gobernarnos aunque lavados de convicciones y overos se camuflaron entre  los verdes y los azules para pasar desapercibidos y votar negativamente. Sus teléfonos celulares circularon en los grupos de wassap de padres de chicos bien, de pretendidos linajes y colegios tradicionales.  La presión social, la mirada inquisitiva de los otros, el machismo recalcitrante de la Loma donde se juega al fútbol los deben haber apabullado, seguramente, y amenazado con la culpa y la serie de mecanismos extorsivos que reserva la sociedad en contra de sus pichones hembras.

Difícil  resulta  desligar estos hombres con actitudes tan miserables del placer terrenal que les provoca su propia grandeza con sus carteles en vía pública o el  sello de agua en las tarjetas oficiales. Hoy son diputados, mañana serán gobernadores y con condiciones materiales envidiables. Capaz no tienen hijas, sobrinas,  hermanas, amantes que puedan vivir el suplicio de un aborto clandestino, no con la penetración de un atado de perejil como las más pobres sino con las características de clandestinidad de los consultorios salteños que realizan esta práctica por 500 dólares, promedio.

Debieron, aunque sea uno sólo de ellos, llevar nuestras voces porque somos miles. Somos sororas de las wichís, de  las criaturas violadas a diario, de las que no comen todos los días, de las que rezan por las dos vidas  y de las empleadas domésticas cuyos patrones nos hacen hijos bastardos, modalidad muy extendida por estos lares. Debieron representarnos, nos lo merecíamos por la cantidad de bajas que tuvimos en tugurios infectos porque no tenemos legislación que nos ampare.

Festejamos con las amigas virtuales y las compañeras ocasionales, heladas y hasta con los mocos verdes, que nos legó la plaza vencedora. Nos mandamos kilómetros de mensajes diciéndonos hermosas y que nos amábamos y nos felicitamos por el día de lucha. Lloramos como sauces y marranos. Comparto, como ejemplo, el mensaje que me enviara  mi amiga Marisa Vázquez en el que me decía impúdicamente y sin restricciones emocionales, en relación a mis propias hijas: “Las parimos libres. Yo esperé la votación  con el pañuelo en un puño, empecé a llorar con el cierre de Silvia Lospennato. Llamé llorando a Vero y lloramos juntas. Nos parieron y parimos”.