Mucho más que dos destinos personales comenzarán a definirse hoy con el primer paso del proceso eleccionario que terminará el 22 de octubre. Aunque también se resolverá parte de la historia que les queda a Mauricio Macri y Cristina Kirchner, los dos encarnan proyectos y biografías que expresan a sociedades y a prototipos de país muy distintos. Pero conviene detenerse en ellos, porque sus personas representan lo que sobrevivirá o lo que empezará a morir.

Las primarias obligatorias de hoy no resolverán nada, pero serán la mejor medición que se haya hecho en el gobierno de Macri sobre el estado de la opinión pública. Sabemos que Macri provoca la simpatía de los principales líderes extranjeros y de una parte importante del empresariado. Pero, ¿es eso lo que le gusta a la mayoría de la sociedad argentina? ¿O prefiere, acaso, el aislamiento internacional y el populismo vernáculo que, le guste o no a ella, lo encarna Cristina Kirchner?

Las elecciones de hoy no serán, en efecto, determinantes para la relación de fuerzas en el Congreso (eso se definirá en octubre), pero las instancias y las personas que deciden la economía están pendientes de un solo dato: qué papel tendrá Cristina Kirchner en el futuro. Podría ser más importante ese resultado que lo que ocurra en el resto del país. El Gobierno seguramente ganará los comicios nacionales. Cambiemos es la única marca partidaria registrada en 23 distritos; sólo en la Capital lleva otro nombre. Ningún otro resultado, sin embargo, podrá ocultar lo que ocurrirá en la provincia de Buenos Aires. No sólo porque es por lejos el distrito electoral más grande del país, sino también porque ahí jugará Cristina Kirchner con el enorme peso simbólico que su nombre tiene en la política y en la economía.

El país y la economía de Macri son todavía elementos frágiles. Si bien el país está saliendo de una larga recesión y también comienza a resucitar el consumo, el déficit fiscal es enorme (está rozando el 8 por ciento del PBI) y la necesidad de endeudamiento es apremiante. El próximo martes deberá enfrentar vencimientos de Lebac (bonos del Banco Central) por el valor de 30.000 millones de dólares. Aunque la mayoría de los acreedores son tenedores institucionales (organismos estatales o paraestatales), lo cierto es que el Banco Central deberá elevar la oferta de tasas para lograr una masiva renovación.

Es hipócrita el argumento del kirchnerismo de que el Gobierno se está endeudando cuando no lo hacía en tiempos de Cristina. Cristina emitía dinero falso, que era la única alternativa que tenía, para esquivar el déficit descontrolado que ella dejó. Frente a una economía con semejante déficit hay sólo tres caminos: la emisión, el endeudamiento o un durísimo ajuste del gasto público. El camino más eficiente es, sin duda, el saneamiento de las cuentas públicas. El contexto político demora esa decisión: un tercio de la población está en la pobreza, y el oficialismo es la más insignificante minoría parlamentaria que un gobierno haya tenido desde 1983. ¿Cómo hacer un severo ajuste en esas condiciones?

Si reapareciera fortalecida la figura de Cristina, es posible que Macri hasta se vea en condiciones más difíciles para acceder a los mercados financieros internacionales. Cristina como senadora no decidirá nada, y el presidente seguirá siendo Macri. Los lugares institucionales seguirán siendo los mismos; lo que cambiará será la política. Una cosa sería si Macri tuviera la posibilidad de explicar un plan de seis años para reducir el déficit (con la posibilidad de una reelección en 2019) y otra cosa sería si su tiempo de poder se le encogiera nada más que a los próximos dos años. Sólo el regreso de Cristina ya le costó al Banco Central cerca de 2000 millones de dólares para que el precio de la moneda norteamericana se clavara en 18 pesos; ya hubo una devaluación del 12 por ciento. Las muchas inversiones productivas que dijeron que esperarán hasta octubre, ¿qué harán si ganara Cristina? Nada. Esperan, precisamente, saber qué pasará con Cristina. La primera información les llegará con los resultados de hoy.

Macri no se puede quejar, a grandes rasgos al menos, del peronismo parlamentario. En 2016 le dio los votos que necesitaban a las leyes más importantes promovidas por el Gobierno. El único traspié serio que tuvo fue la reforma electoral, que Macri había prometido para las elecciones de este año. El peronismo del Senado se la trabó. ¿Será igual de comedido el peronismo si Cristina ganara en la provincia de Buenos Aires? ¿No preferirán muchos peronistas correr para acercarse a la ex presidenta? ¿En qué laberintos de luchas internas se meterán los peronistas con miras a las presidenciales de 2019, cuando Cristina podría fracasar de antemano según las mediciones de hoy? ¿Elegirán diferenciarse por el énfasis republicano de cada parcela peronista o competirán por quién será más opositor a Macri?

Un caso muy particular es el de Córdoba. Si el gobernador Juan Schiaretti perdiera las elecciones de hoy, Macri podrá consagrar a Córdoba como su distrito propio. Es la provincia que lo hizo presidente y es el distrito donde el Presidente cuenta (y contó siempre) con mayor popularidad. La buena noticia comenzaría a empequeñecerse con la derrota de Schiaretti, el único gobernador peronista que tiene una vieja amistad personal con Macri. Córdoba es el segundo distrito electoral del país, aunque está muy lejos del primero, Buenos Aires. Schiaretti es un anticristinista convencido, que tendría capacidad (y convicción) para fomentar luego un movimiento de renovación en el liderazgo peronista. Una derrota opacaría dramáticamente esa capacidad de Schiaretti. No hay otro dirigente peronista con la consistencia política del gobernador de Córdoba.

¿Habrá vida política para Cristina después de estas elecciones? Si ella ganara, una voz importante se encumbraría en el liderazgo del peronismo hasta ahora acéfalo. Su liderazgo inclinaría al viejo partido de Perón hacia una corriente de centroizquierda populista, durante un tiempo al menos. «El peronismo no es esto», suelen decir los peronistas ortodoxos cuando se refieren al cristinismo. Pero el peronismo es un partido resultadista. El resultado es lo que decide sus ideas. No son sus ideas las que buscan un resultado.

El mayor problema de Cristina está en la Justicia, aunque también habrá que ver si sobrevive cierto ímpetu de los jueces (cierto, solamente) en el caso de que ella ganara. El histórico contador de Cristina está preso. ¿Cuánto podría perjudicarla si el contador Víctor Manzanares hablara ante los jueces? Ha sido procesada tres veces por supuestos hechos de corrupción y deberá asistir como senadora (ya lo sea por la mayoría o por la minoría) a varios juicios orales y públicos por la gestión indecente de los recursos públicos durante sus mandatos. Hasta podría encontrarse con un pedido de la Justicia al Senado para que la desafuere antes de mandarla a la cárcel. Para peor, en las próximas semanas, la Gendarmería concluirá un peritaje definitivo sobre la muerte del fiscal Alberto Nisman, que establecería que fue asesinado.

Una Cristina derrotada, aunque fuere por un punto, deberá enfrentar esos desafíos mucho más graves que una elección. No es la victoria o el fracaso electoral lo que la aguarda; es la libertad o la cárcel. Sería, también, la caída definitiva de un proyecto de país, antiguo económicamente y fracturado socialmente. Macri, a su vez, debe demostrar que su coalición está en condiciones de ganar una elección normal, sin el dramatismo de 2015, cuando se decidía si continuaba un modelo que llevaba ya 12 años de poder. Una derrota de Macri pondría fin abrupto a las ilusiones del republicanismo argentino; colocaría en riesgo su gobernabilidad y la de su mejor creación política, la gobernadora María Eugenia Vidal, y encogería el horizonte de su vida como presidente. Tampoco para él será sólo una victoria o un fracaso electoral; será la gloria o la probable perdición.

Fuente: La Nación