El triunfo de Bettina Romero reaviva a una familia que en 2015 parecía sólo haberse quedado con cierta influencia dentro del Municipio. La dinastía vuele a ingresar en la discusión de cara a la sucesión de Urtubey en 2019. (Franco Hessling)

Bettina Romero pasó de ser una figura resistida por abolengo y actitud a convertirse en la candidata más votada entre los y las aspirantes a diputados provinciales. Pese a que el romerismo siempre fue una fuerza gravitante en la capital, cabe preguntarse si esta performance no es la renovación de una familia que desde mediados del siglo XX pertenece al selecto grupo de los que deciden los rumbos de la provincia.

La hija del ex gobernador arrasó en la elección general de ayer, en la que duplicó a su inmediata perseguidora, Isabel De Vita del Frente Ciudadano para la Victoria, y despunta como una de las caras nuevas que integrará la discusión política de los próximos años. La muchacha que siempre enfatiza en cuánto se preparó para ejercer una función pública, fue protegida por su padre desde que inició el armisticio con Urtubey.

Después de que en 2015 no moviera el amperímetro electoral y se mostrase fría y descafeinada, los medios oficialistas la fueron acogiendo de mejor manera, a la forma que estaba acostumbrada por los y las editorialistas de El Tribuno, y así fueron amansando a una fiera que no parecía tener dotes para la política. Tozuda y renovada, durante 2017 la campaña la encontró más fresca y dinámica, con mejor manejo del discurso mediático y menos aferrada al recitado de memoria de los informes de Fundara.

Perpetuar el apellido

La composición de la Cámara de Diputados a partir de diciembre traerá una novedad, la reincorporación a la política local de uno de los apellidos que más poder forjó en las últimas décadas, Romero. Será a través de Bettina, hija del ex gobernador y actual senador nacional, Juan Carlos, y nieta del finado Roberto, primer mandatario provincial con el regreso de la democracia en el 83.

Su padre, Juan Carlos, ocupa cargos de manera ininterrumpida desde hace más de veinte años, es cierto, pero hay que decir que desde 2007, cuando Juan Manuel Urtubey ascendió a la gobernación, tuvo más presencia política en Buenos Aires, en honrosas ocasiones, que en la disputa local. Algunos vieron en la victoria de Gustavo Ruberto Sáenz en 2015 un resurgir del romerismo, no se equivocaban del todo, aunque nada más contundente que hacer desembarcar en el ámbito legislativo a una persona que carga con el apellido dinástico. Así es que Bettina Romero, ahora sin dudas, representa el regreso formal de aquella familia a la arena política-pública.

Además del regreso formal, la victoria de Bettina significa algo más, se trata de la renovación generacional de los Romero implicados en política. Juan Carlos está más cerca del retiro definitivo que de las disputas internas y frente a otros sectores, su hijo Esteban adolece de actitud y aptitudes para sucederlo, su sobrino Eduardo (hijo de «Tito» Romero) abandonó la exposición tras un intrascendente paso legislativo, y los hermanos menores entre los vástagos de «don Roberto», Marcelo y Sergio, concentran sus esfuerzos en volver cada vez más decadente al periódico que la familia maneja hace más de medio siglo, El Tribuno.

Bettina, carente de carisma, con actitud dinástica y verba de dirigente apartidaria, será la primera chance seria de que los Romero sigan formando parte importante de la política salteña. En una sorprendente campaña en la que la esbelta mujer más se ocupó de coincidir con el discurso outsider de Adrián Valenzuela que con la tradición a la que pertenece por herencia, se posicionó de tal modo que fue una de las candidatas más votadas, aun teniendo en frente al actual presidente de la Cámara de Diputados, otrora alfil legislativo de Juan Carlos cuando era gobernador, Manuel Santiago «Indio» Godoy.

El resultado viene a confirmar que las familias que tradicionalmente ostentaron el poder político tienen una preeminencia, no sólo por sus recursos económicos, para instalar candidatos impopulares. Hace dos años, Bettina fue a una interna con el radical Miguel Nanni y recibió una derrota fuerte. Además de ser la hija de Juan Carlos y la nieta de “don Roberto”, La joven no supo lidiar con el asedio mediático -pese a la protección de El Tribuno y Radio Salta-, se mostró crispada por las preguntas sobre su familia y fue una de las promotoras de un “cambio” que sonaba tan irrisorio en una hija del poder como sonó, este año, la “renovación” en boca de un exministro del gobernador, Roberto Dib Ashur.

Además de dos años de preparación para evitar aquellas reacciones soberbias que desnudaban una familiaridad oprobiosa con el autoritarismo, en esta campaña Bettina estuvo más serena y con mayor claridad para responder aquellos temas que la incomodan. Los asesores de los Romero aprendieron la lección del catastrófico 2015, cuando se recibieron de perdedores consiguiendo en un solo año caer en una interna para diputados nacionales y ser vapuleados en la puja por la gobernación.

Juan Carlos negoció con el oficialismo provincial en el pacto de las Costas, a principios de 2016, que los armadores de Grand Bourg sean más benevolentes con su hija, al tiempo que consiguió que el macrismo le otorgara un cargo en la cartera nacional de Desarrollo Social. De ese modo, Bettina llegó con más solidez a la campaña de éste año y finalmente conquistó su primer cargo electivo como diputada provincial por la capital. Si aprovecha la situación, puede que su apellido entre en la danza de nombres que aspiren a quedarse con la Casa de Gobierno de Grand Bourg.