Antes de que el libro “El Señor de la Corte” fuera retirado de las librerías, el trabajo sufrió una mutilación: el prólogo redactado por la periodista española Carmen De Carlos, corresponsal del diario ABC. Natalia Aguiar lo comparte con los lectores de Cuarto Poder.

Transcribimos a continuación el texto de manera íntegra:

“Pensar en el Poder Judicial de Argentina es tener que pensar mucho y no siempre bien. La sospecha sobre miembros de un cuerpo, sin cuya existencia la democracia resultaría imposible, sobrevuela con insistencia desde hace décadas. Una porción significativa del Código Penal podría adaptarse, como una segunda piel bajo la toga, a jueces que tuvieron que salir por la puerta trasera de sus juzgados. La misma hipótesis podría aplicarse a determinados magistrados que siguen en actividad. El destello que produce el reflejo de la plata provocó -y provoca- ceguera en la ambición de riqueza de esos hombres -y a veces mujeres- que un día eligieron olvidar que representan lo más sagrado de una sociedad: La justicia.

Los medios de comunicación, -con todas sus limitaciones y diversidad de propósitos-, nacieron con la obligada vocación de denuncia de aquellos funcionarios e instituciones que se traicionan a sí mismos y emponzoñan un país. Los periodistas argentinos que conocen de memoria los pasillos de los Tribunales de Comodoro Py y las escalinatas del Palacio de Justicia de la Nación, que es la casa de la Corte Suprema, fueron, en ocasiones históricas, valientes acusadores de aquellos que están más lejos que cerca de la ley. El respaldo de las empresas periodísticas en su trabajo supone una garantía y tranquilidad para ese investigador que tiene los ojos abiertos y el resto de los sentidos, en permanente estado de alerta.

Denunciar el abuso de poder e identificar las diferentes caras de la corrupción no es tarea fácil para nadie. Mucho menos para alguien que, como Natalia Aguiar, no ha tenido a su lado el blindaje de una redacción. Tampoco debió ser sencillo sumergirse en registros mercantiles de Buenos Aires a Salta, con escalas diversas y parada obligada en Rafaela, ciudad de nacimiento del presidente de la Corte Suprema, Ricardo Luis Lorenzetti. El desafío, visto y leído este libro, alcanzó proporciones enormes al rastrear sociedades encadenadas para tratar de localizar al creador de un tablero de piezas diseñado para engordar las alforjas propias a costa de las públicas.

El periodista de investigación -en nuestro caso la periodista- vio multiplicar sus retos al abrirse paso en el camino del presupuesto de la justicia. Hacerlo significó toparse con sorpresas impactantes. La primera, obras públicas asignadas a constructoras que no llegan a colocar los cimientos o cuando lo hacen, se sostienen con la firmeza de un castillo de naipes. El ejemplo forma parte de una larga serie de hallazgos del libro que dan vértigo.

Zambullirse en los charcos del Poder Judicial puede producir ese efecto. También, superar la capacidad de asombro: contratos de sistemas informáticos que colapsan, intento de asalto tecnológico a los procesos electorales o el  destino poco transparente de cientos de millones -o quién sabe si miles- , son algunos casos que vuelca la autora en estas páginas para arrojar luz donde pareciera imponerse la noche o, deliberadamente, el silencio.

“Hacete amigo del juez”, propone José Hernández en el Martín Fierro. Cumplir con la invitación -lo que significa- es, precisamente, lo que no hizo Natalia Aguiar. Periodista y abogada entendió que las causas de los pobres -y Argentina lo es en la justicia- no pueden estar sometidas a acuerdos de pulpería. Natalia pasó una década larga atenta a las palpitaciones de los diferentes miembros de la Corte Suprema, conoce cada rincón del Palacio de Justicia y hasta el color de los ladrillos -los limpios y los otros- de la máxima instancia judicial.

Este libro es la prueba de su tenacidad, de la dignidad de una mujer, de una periodista, que estuvo, parodiando la película de Fred Zinnemann, sola ante el peligro de rescatar la verdad. No tuvo detrás un equipo o una cabecera que la sostuviera. El resultado de su esfuerzo es la disección profesional de Ricardo Lorenzetti, el máximo responsable de esa justicia que Argentina -y el mundo que la conoce- miran con recelo.

La historia del presidente de la Corte de la Nación pudo ser la historia cristalina de una mente brillante. La biografía que narra Natalia Aguiar, pudo ser la del hombre que la mayoría de los argentinos pensó que era, cuando le designó el ex presidente Néstor Kirchner pero, no lo es. El jurista capaz de poner equilibrio, ser el fiel de la balanza incondicional de la justicia, templar con las presiones de otros poderes y evitar las tentaciones identificadas con el color del dinero,  no es el que asoma en la mayoría de las páginas de este libro. En su lugar aparecen términos que ofenderían a una persona de bien: testaferros, fallos tarifados, traición, adjudicaciones a dedo y otras que el lector descubrirá en este informe minuciosamente documentado. También, con justicia, tendrá el lector la versión del protagonista o su derecho a réplica. El broche final  es una entrevista que abruma como empieza y desconcierta como termina.

Este libro, en resumen, es una denuncia sin miedo, con documentos como prueba más que indicios, que los hay y son muchos. Este “El Señor de la Corte. La historia de Ricardo Lorenzetti” está repleto de citas y testimonios con nombre y apellidos. Es un trabajo de investigación y desencanto pero también de esperanza. Sin la colaboración de aquellos que ponen su voz al servicio de la periodista, sin el archivo y la información lograda -parte con ayuda de otros jueces, abogados, políticos y miembros de la judicatura que creen en la justicia-, sospecho que Natalia Aguiar no podría haber llegado tan lejos.

Todas las sociedades, y la argentina no es una excepción, necesitan sentir que la justicia existe. El imperio de la ley es el único ordenamiento imperativo que los ciudadanos entienden imprescindible para sobrevivir con garantías mínimas de seguridad, desarrollo y dignidad. Descubrir el lado oscuro en la cabeza de la justicia y de rebote en buena parte del resto del cuerpo, pese a las apariencias, es positivo. Saber quién es quién permite identificar a los jueces honorables y estos, aunque a veces surja la duda, existen y son muchos. Algunos, figuran en estas páginas”.