Por Franco Hessling

Nadie olvida lo confiado que estaba Guillermo Durand Cornejo en 2015, antes de batirse en interna con quien hoy es intendente de la capital provincial. El doble apellido venía de coronarse en los comicios a la legislación nacional, con una gran elección en la ciudad, donde había superado al oficialismo del gobernador, Juan Manuel Urtubey, en aquel 2013 en que se utilizó por primera vez de modo completo el sistema electrónico de votación.

Los urtubeicistas nostálgicos a menudo recuerdan, meciendo la cabeza y con la mirada perdida, que aquella elección le dio “credibilidad a Juan” ya que su candidata quedó rezagada al tercer lugar, detrás de Durand Cornejo y del Partido Obrero. Independientemente de ello, los peronistas disidentes al oficialismo nacional de entonces creían haber encontrado al candidato opositor para disputar la intendencia en 2015.

Por entonces, Durand  Cornejo tenía otra cualidad muy redituable en la política contemporánea: era un outsider, un hombre que había cobrado popularidad por fuera de la misma política y que sólo después de ser una figura pública había decidido dar el salto a las compulsas electorales. Aquél peronismo disidente dialogaba sin tapujos con la ultraderecha, proclive al conservadurismo social y al liberalismo económico. En los primeros meses de 2015, el propio macrismo había elegido a Durand  Cornejo como candidato; Mauricio Macri acompañó en reiteradas ocasiones al referente de Codelco (Comité de Defensa del Consumidor), igual preferencia que la que tuvieron Juan Carlos Romero y Alfredo Olmedo en aquellos meses de campaña antes de la interna con Gustavo Ruberto Sáenz, alicaído después de 2013 y lo que acusó como traición, ya que el Partido Justicialista se había inclinado por acompañar a Evita Isa y no a él, como habría estado pautado. En 2015, viniendo de atrás, Sáenz sacudió las estimaciones de ese sector, que se había volcado casi por completo a favor de Durand  Cornejo, a quien creían cómodo ganador de la interna.

Aún más indeleble y cercana en el tiempo, la caída de Adrián “Chico Malo” Valenzuela el año pasado fue todavía más estrepitosa. Transcurridas las PASO de agosto, tras una victoria aplastante en la que prácticamente había duplicado en votos a Guillermo Durand  Cornejo, el periodista se encaminaba a recuperar el escaño oficialista en la Cámara Alta, que en 2013 había sido arrebatado por Gabriela Cerrano. Después de agosto, Valenzuela aparecía cada vez menos con sus extravagantes remeras y empezaba a probarse algunos sacos y formas más protocolares, propias de los senadores.

Igual que Durand  Cornejo un cuatrienio antes, Valenzuela era un outsider, de allí el eslogan de “renovación” que vociferó durante su campaña. Un rasgo en común más específico los posicionaba, cada uno a su tiempo, en el mismo tipo de outsider: no habían erigido su propia estructura partidaria, como lo hizo Alfredo Olmedo, sino que se montaban en aparatos políticos ya existentes. Con mucho arraigo en los barrios populares y entre las y los trabajadores del volante, voz radial de las mañanas salteñas y reciente ganador indiscutible de las PASO, a mediados de septiembre nadie hubiese apostado a que perdería las elecciones. La remontada de Durand  Cornejo en octubre fue asombrosa y, tomando por sorpresa a propios y extraños, el autodenominado Chico Malo se quedó sin fracs ni delicadezas del mundo político de élite. En favor suyo, pudo seguir usando las remeras estrambóticas, tal vez la conducta por la que se fantasea rebelde.

Estos hechos recientes demuestran cuán seguido se repiten las sorpresas electorales que despistan a cualquier previsor, incluso a los que, a la forma de Politeia y las consultoras y dirigentes de su especie, creen que la política es simplemente un dato estadístico. En Salta, la tendencia a reacomodamientos prematuros en función de ganadores precoces ha venido descolocando las especulaciones de la clase política. Analicemos ahora el caso que nos convoca: Gustavo Ruberto Sáenz.

Posicionado

El 2015 fue indudablemente su año, no hubo salteño que ostentara más fortuna que Gustavo Ruberto. Pasó de un casi ostracismo al que había sido condenado luego de salir del PJ en 2013 a ganar una interna en la que pocos creían que tenía chances. De hecho, una vez que conquistó esa interna muchos supieron que se había convertido en intendente, enfrente tenía a un candidato con techo electoral evidente, Javier David, quien ni con el aparato oficialista pudo hacerle sombra al cantautor de botas de carpincho. Con ese carisma artístico como bandera, Sergio Massa lo eligió como candidato a vicepresidente en los meses siguientes, lo que aprovechó para entramar contactos nacionales pensando en su futura gestión como intendente (había sido electo pero todavía no había asumido).

Desde entonces y a sabiendas que en 2019 habrá un/a nuevo/a gobernador/a, las miradas se han posado en Sáenz. Su primer examen de fuego se dio el año pasado, cuando se alineó definitivamente con Cambiemos, separándose de cualesquiera resabios de peronismo disidente o massismo que le quedaran. El jefe comunal se puso al hombro la campaña de Cambiemos País, denominación del frente que se conformó bajo su égida. Su participación se notó particularmente después de las primarias, cuando presenció activamente, en sets televisivos, entrevistas radiales, apariciones gráficas, actos y caminatas barriales, la campaña electoral. Similar a lo que ocurriera con María Eugenia Vidal en Buenos Aires, el intendente no fue candidato pero lo pareció. Todas las facciones del frente, algunos en franca batalla interna como Martín Grande y el romerismo, reconocieron el liderazgo del exsenador provincial.

Los integrantes de Cambiemos País, adonde hay rejuntes de toda raigambre siempre que obedezcan al mandato ideológico de aporofobia, se relamen con la posibilidad certera de que Gustavo Ruberto Sáenz sea el próximo gobernador. El propio intendente ya ensaya actitudes de transición con Juan Manuel Urtubey, que, por su parte, sede a cualquiera que asuma un único compromiso: apoyarlo, pública o solapadamente, en su patriada por convertirse en presidente.

Paralelamente, algunos exurtubeicistas y/o integrantes del PJ ya migraron a las filas del intendente, como el diputado José “Cata” Rodríguez, los jefes comunales Ignacio Jarsún y Manuel Cornejo, y los derrotados electorales Emanuel “Bicidiputado” Sierra, Frida Fonseca y Gastón Galíndez. Sin mencionar que sectores del urtubeicismo (Juan Pablo Rodríguez, Javier David y Pablo Kosiner) podrían negociar con Sáenz acompañarlo en su candidatura, otra vez, sea pública o sea solapadamente. Ninguno de esos tres ha realizado declaraciones negando rotundamente una futura cercanía con el intendente, hasta podría decirse que han sido especialmente cautelosos en mantener esa puerta abierta.

A estas alturas, el único que en vez de fisgonear con el jefe comunal ha tomado distancia es Sergio “Oso” Leavy, quien podría estar haciendo una maniobra excesivamente audaz o, al contrario, haber dado en la tecla primero que nadie. No obstante, sus oscilaciones políticas, por ejemplo con sus declaraciones en contra de la legalización del aborto, desdibujan sus esfuerzos discursivos por distanciarse.

Si el intendente abrocha algunos acuerdos con el sector al que se opuso en 2015 y 2017, al tiempo que contiene la tropa propia, todo indicaría que es el hombre con mejores chances de suceder a Urtubey en el Grand Bourg. Podría suceder también que la precipitación de los laureles, como ha venido sucediendo, desmorone su figura antes del tiempo preciso. Como reza una vieja fórmula política que los peronistas gustan atribuirle al general: “No sólo hay que tener razón, también hay que saber cuándo tenerla”.