La docencia es históricamente un trabajo feminizado, en particular en los niveles primarios e inicial. En Argentina, según el último censo del sector, realizado por el Ministerio de Educación de la Nación, el 75,7% del personal que trabaja en establecimientos educativos son mujeres.

Casi 8 de cada 10 docentes en Argentina son mujeres. El sector más numeroso de todo el país, superando el personal doméstico y de la salud.

La tendencia hacia la feminización de la tarea docente es uno de los rasgos que caracterizan la conformación de este campo profesional en la actualidad.
La investigadora Graciela Morgade (1997) afirma que la figura de la mujer adquiere relevancia como posible sujeto del programa político pedagógico. Incluso, su figura fue objeto de discusión para los fundadores de la escuela, entre los que encontramos a Domingo Faustino Sarmiento y la invitación que le extendiera a 10 maestras norteamericanas para trabajar en nuestro país, deslumbrado por la organización y el adelanto de la educación en Estados Unidos.

En este sentido, y como se evidenciaría en esta cita de Juan Ferreira extraída del Libro de los Niños (1901), nuestros maestros tendrían la importante labor de vigilar y educar moralmente la infancia. Tarea que, por cierto, demandaba una dedicación y entrega total para lo cual las mujeres se presentaban como las más idóneas en un doble sentido: para el discurso «científico” y el «sentido común” de la época.

Como sostiene la investigadora María Cristina Davini  en su indagación por las tradiciones en la formación de los docentes en Argentina, «la ocupación fue rápidamente definida como femenina” a diferencia de otros países (Canadá, Estados Unidos, Reino Unido). Esta tendencia hacia la feminización de la labor docente puede ser indagada hasta la actualidad y, en particular, en nuestra experiencia en la formación docente y la persistencia del carácter eminentemente femenino.