El acceso al empleo y a las condiciones laborales sigue siendo desigual para hombres y mujeres.

 La tasa de empleo femenino continua siendo inferior al masculino, aunque la brecha entre ambos se ha ido reducido en algunos países. Todavía sigue siendo una meta la eliminación de las diferencias en remuneración, en la segregación ocupacional y la poca presencia de las mujeres en los puestos de dirección. Pero además, éstas son más vulnerables al desempleo y a la inactividad económica, sobre todo en los niveles educativos bajos y en edades avanzadas.

El paro de larga duración es más frecuente entre mujeres que entre los varones. Las mujeres están más expuestas al riesgo de pobreza por su posición de desventaja en el mercado laboral.
Las mujeres continúan asumiendo principalmente la mayor parte del trabajo doméstico y el cuidado de la familia, limitando sus posibilidades de acceso a puestos de responsabilidad. La conciliación de la vida familiar con la laboral sigue siendo más difícil para las mujeres, encontrándose pocos recursos sociales que puedan mitigar esta dificultad, sobre todo en las familias de bajos ingresos.

Las familias monoparentales permanecen sostenidas por mujeres. Por otra parte, son éstas las que se encargan mayoritariamente del cuidado de los niños, de las personas mayores y de las personas discapacitadas. Todavía persiste en la sociedades la idea de que los principales roles de las mujeres son los de madres y esposas. Las creencias de que las mujeres deben prestar su principal atención a los niños y ocuparse de las tareas del sostenimiento del hogar impiden una redistribución del tiempo equitativa entre hombres y mujeres. Por otra parte, la valoración jerarquizada de las tareas realizadas por mujeres y hombres supone una infravaloración y poco reconocimiento de la contribución de las mujeres a las sociedades.
Las diferencias y desigualdades entre varones y mujeres pueden producir desigualdades en salud. Las mujeres tienen una peor percepción de su salud, tienen más probabilidades de contagiarse en sus relaciones heterosexuales y más probabilidades de sufrir agresiones y lesiones como víctimas de la violencia. Los varones, sin embargo, muestran mayores índices de mortalidad y cánceres asociados al consumo de tabaco y alcohol, y más accidentes de tráfico que les generan graves lesiones. Estas diferencias están en relación con las desigualdades sociales.
Las mujeres alcanzan resultados educativos más exitosos en algunas esferas educativas que los varones (pruebas de selectividad, mayor escolarización universitaria, etc). Pero, sin embargo, sigue habiendo una segregación en los estudios que cursan relacionados con los estereotipos de género y se encuentran con muchas dificultades por cuestiones de género en el desarrollo de su carrera profesional.
En la toma de decisiones y la participación política todavía queda mucho por avanzar. La presencia de las mujeres como primeras ministras, presidentas,diputadas y/o senadoras nacionales, alcaldesas, embajadoras, en altos cargos de la administración pública, en el poder judicial y en otros muchos ámbitos presenta una brecha importante a pesar de los esfuerzos sociales y políticos.
La etnicidad, la clase social, la orientación sexual o religiosa constituyen desigualdades, entre otras, que deben ser tenidas en cuenta en las acciones y políticas sociales, y el género debe ser atravesado de forma horizontal en todas ellas. En ocasiones resulta difícil entender esta interseccionalidad y cuando se plantean acciones o políticas contra la desigualdad o la exclusión social la perspectiva de género queda diluida.
Cuando hablamos de personas o grupos en situación, o proceso, de vulnerabilidad o exclusión social nos referimos a un concepto multidimensional, es decir, hacemos referencia a múltiples factores y dimensiones de la integración de las personas en las sociedades actuales.

La exclusión social se articula en torno a las fronteras de acceso a los espacios privilegiados en los que las personas están dentro o fuera de ellas (Cabrera, 2005). Se trata de los espacios de participación en la vida social y relacional, en la esfera económica y política que se concretan en la falta de oportunidades para muchos colectivos. Hablamos pues de un proceso, no de una situación estática, que tiene un carácter estructural e individual, fruto de las dinámicas de inclusión y exclusión social actuales. Sin embargo, las mujeres no son un grupo minoritario, ni un grupo social o grupo excluido, sino que son la mitad de la sociedad y no es sostenible que en sociedades democráticas la inequidad y desigualdad constituya un elemento estructural.

Carmen Meneses Falcón.
Fuente:http://habitat.aq.upm.es/boletin/n41/acmen.html#fntext-1