Ayer se publicó el primer informe estadístico con perspectiva sociodemográfica sobre la población trans de la ciudad de Salta. Más de la mitad ya se cambió el DNI y se detecta mucha preocupación por la falta de acceso al trabajo. (Franco Hessling)

Más de la mitad de la población trans de Salta ha realizado el cambio de identidad, posibilidad surgida mediante la sanción de la Ley de Identidad de Género, parte del paquete de medidas que tomó el kirchnerato en favor de la inclusión de las minorías. Si bien en los primeros tiempos desde que se implementó esa norma no hubo muchas solicitudes, de un tiempo a esta parte el ejercicio del derecho a la identidad autopercibida se fortaleció.

El dato se desprende de un informe cuantitativo realizado por la organización Mujeres Trans Argentina cuyas principales referentes locales son Victoria Liendro y Pía Ceballos. El informe buscó indagar en el contexto sociodemográfico de la población trans de la ciudad de Salta. Los dispositivos de recolección de datos se completaron en espacios de uso público pero también en reuniones privadas organizadas por referentes del colectivo que se hicieron cargo del trabajo de campo.

El 52% de las/los encuetadas/os asegura que optó por el cambio de identidad, plasmado en el documento nacional (DNI). Tradicionalmente, una de las formas de discriminación institucionales tenía que ver justamente con la diferencia entre la autopercepción identitaria y la personería legal con la que cada particular debía afrontar sus diligencias. En los hospitales, las cárceles y las instituciones educativas, verbigracia, los o las trans se veían obligados/as a soportar ser llamados por su nombre oficial diferente de su condición real.

Piénsese que el proceso de autopercepción, mayormente, se da en edades en las que aún se transcurren ciclos escolares o de formación superior. El 56% admite que se reconoció trans antes de los quince años, momento crítico en el desarrollo psicológico de las subjetividades y en medio de la educación de nivel secundario. Otro 35% identifica entre los 15 y los 20 años la etapa en la que se reconoció con una identidad de género diferente a la de su cuerpo biológico. Y un 7% asegura que lo que hizo entre los 21 y los 30 años.

Es decir, el 91% de las personas trans definió su identidad de género hasta los 20 años, mientras que si se amplía el umbral hasta los 30 años, el 98% de quienes contestaron entran en ese corte etario. Tomando en cuenta, a modo de comparación, la estructura de vida tradicional, en esos años normalmente se atraviesa escalones de la educación formal -eso dicta el ideal alfabetizador-, todo lo cual se realiza en instituciones en las que vale más el DNI que el ser humano que se apersona, por lo tanto, en las que un hombre biológico era tratado como tal pese a que se sienta y perciba como  mujer.

El cambio de género a nivel legal, entonces, representa una posibilidad inmensa para sortear este tipo de discriminaciones institucionales que muchas veces terminaban funcionando como un escollo para tomar la decisión de estudiar o capacitarse como cualquier otro u otra joven. La prueba de ello se vislumbrará recién dentro de algunas décadas, cuando haya una nueva generación de personas trans que no se desanimen de formarse y ejercer trabajos tradicionales, porque pierdan el miedo a estas formas de segregación.

Educación

Del total de encuestados, poco más del 10% declara que terminó la primaria y luego abandonó los estudios o que directamente no llegó a completar ese nivel. Ese dato contribuye a reflexionar en torno a la procedencia social de las personas trans -que nada tiene que ver con su identidad de género-. Lo trans, según ciertos estudios sociológicos (de Herbert Marcuse, por ejemplo), anida en las clases sociales marginales a diferencia de la homosexualidad que no altera los rasgos físicos de su biología, propia de las sectores acaudalados o con buena posición genealógica. La deserción antes de iniciar la educación media obedece más a variables económicas de las familias de origen que a formas de violencia o discriminación ante la identidad de género.

Recuperando el sendero analítico que se venía elaborando, basta con vincular la discriminación institucional sufrida por las personas trans con la deserción en el secundario para sedimentar lo dicho hasta aquí. El 39% de los/las encuestados/as se posiciona entre los que dejaron sus estudios secundarios tras haberlos empezado, mientras que el 25% consiguió finiquitarlos aunque sin proseguir con su formación de grado, sea universitaria o terciaria.

El 16% tuvo un paso por la educación superior aunque sin conseguir sellarlo con una titulación, mientras que un módico 6% obtuvo el corolario. Como se ve, cuanto más se va creciendo en edad y por lo tanto en claridad al respecto de la identidad de género, se va dificultando más el derrotero educativo. Queda por analizarse qué otras causas influyen en que así sea, además de la ya abordada discriminación institucional previa a la Ley de Identidad de Género.

Situación laboral

Sobre las 202 personas trans que respondieron la encuesta, 55 son las que se definen como trabajadoras sexuales. Ese poco más del 25% es la mayoría, ya que la segunda principal ocupación es la peluquería y la ejercen 33 de los/las que respondieron. En tercer lugar, 24 personas trans, se declaran sin empleo.

Ese cuadro de situación se alinea con una respuesta de otro apartado del dispositivo de recolección de datos que se utilizó. La pregunta trigésimo quinta fue “¿cuál pensás que es la principal cuestión pendiente o reclamo del colectivo trans?”, ante lo cual un 57% de quienes contestaron se volcaron por la cuestión laboral, específicamente por la falta de oportunidades en el mundo del trabajo.

Un 28% de las personas trans de la ciudad capitalina, las abarcadas por el trabajo estadístico, indicaron que no trabajaron en el último mes. El 68% asevera que fue empleada/o para una tarea remunerada, aunque la mayor parte de esa alícuota se encuadra en la prostitución. El 69% dice no recibir actualmente un ingreso corriente y fijo por fuera de su actividad -planes, pensiones o contribuciones-, solo el 32% niega haber ejercido el trabajo sexual alguna vez, y el 63% se encuentra en plena búsqueda de una alternativa a ese “oficio”, del que algunos dicen que es el más antiguo del mundo.

Los caudales que atesoran las personas trans por sus trabajos son diáfano testimonio de su situación de vulnerabilidad social. Una gran mayoría de los/las trans que respondieron, específicamente el 61% declararon que perciben emolumentos mensuales por un total menor a ocho mil pesos, es decir, por debajo del Salario Mínimo Vital y Móvil.

Vituperaciones

El 18% se sintió muy discriminado a lo largo de su vida, mientras que otro puñado del 16% prefirió graduar en “bastante” la marginación sufrida por su condición. Para completar, otro 48% moderó su sensación al respecto y dijo haberse visto “un poco” discriminado/a.

En los últimos años se visibilizaron muchos hechos de discriminación en los boliches y recintos para el esparcimiento nocturno, en los que se vieron envueltas distintas personas, que por cualquier rasgo físico o por su apariencia sufrieron el leonino “derecho de admisión”. De las/los 202, 131 respondieron que alguna vez se les impidió ingresar en un bar, boliche o espacio de recreación noctámbula por ser personas trans.

Esa misma cantidad, 131, indican que alguna vez en sus vidas se les negó donar sangre, al tiempo que 127 denuncian haber sido maltratadas por la policía. Del total, 79 aseguran que padecieron humillaciones o malos tratos por parte de personal de seguridad privada, mientras que 83 recuerdan haber experimentado situaciones de vejación a manos de instituciones públicas.