Barcos con más de 300 años, naufragios épicos y objetos que revelan las costumbres y culturas de sociedades de siglos pasados. Enterate cómo se formó y qué estudia el equipo interdisciplinario del INAPL, en esta nota

Dolores Elkin es arqueóloga y desde sus días de estudiante trabajó como voluntaria en el Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (INAPL). Le interesaba participar e involucrarse en espacios y proyectos que le permitieran “aprender y profundizar la formación”. “Y, como la inmensa mayoría de los arqueólogos de este país, –dice– cuando me recibí me dediqué a la arqueología prehispánica, de grupos cazadores, recolectores de la provincia de Catamarca”.

Elkin había ganado una beca de CONICET y aproximadamente durante una década estudió, para el INAPL, “los restos faunísticos que aparecían en las excavaciones”, a cuatro mil metros de altura, en la puna catamarqueña. Hasta que se enteró de la existencia de la “HMS Swift”, una corbeta de guerra británica que naufragó en 1770 en una ría Deseado –una entrada del mar que hoy se conoce como Puerto Deseado, en Santa Cruz–. El naufragio había sido descubierto en 1982, y a principios de los 90 un grupo de arquitectos buzos –entre los que estaba Cristian Murray– que investigaban desde 1987 el barco sumergido, advirtió la necesidad de incorporar arqueólogos que bucearan para sumarse al equipo de estudio.

“Que yo supiera, no había en el país arqueólogos que bucearan. Me pareció tan interesante y valiosa la actitud de convocar arqueólogos que decidí intentarlo: aprender a bucear. Y propuse en el INAPL que se creara un área de Arqueología Subacuática. La directora era Diana Rolandi (que se jubiló no hace mucho), ella lo apoyó de entrada. Me preguntó si sabía bucear, le dije que no pero que iba a hacer un curso y ver si me gustaba. Y, muy sintéticamente, así fue cómo pasé de la provincia de Catamarca, muy árida, y de un tema prehispánio, a naufragios históricos. De esto ya hace poco más de 20 años”, cuenta Elkin.

En 1995 se formalizó la propuesta: se creó, en el INAPL, el Área de Arqueología Subacuática, y Elkin se convirtió en la primera arqueóloga submarina del país.

Cristian Murray es arquitecto y el único que no es arqueólogo del equipo que finalmente se puso al hombro la investigación de la Swift.

“Me puse en relación con el tema estando todavía en la facultad de Arquitectura, hace ya varios años, cuando un profesor de Historia dijo que quería formar un equipo en el Comité argentino del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS). Quería integrar un equipo de patrimonio cultural subacuático. Ahí yo ya había empezado a bucear, o sea que me interesó desde el primer momento. Y armamos un grupo en el que éramos todos estudiantes de arquitectura. Después de que empezamos a hacer prácticas de relevamientos y de trabajo subacuático, apareció esta posibilidad de trabajar en el naufragio de Puerto Deseado, que era el de la Corbeta Swift. Y cuando llevábamos un par de años de investigar, nos dimos cuenta de que era necesario incorporar arqueólogos para que trabajaran con nosotros. Entonces fue que vine al Instituto y conocí a Dolores”, recuerda Murray.

“El primer trabajo como arquitectos –agrega– fue tratar de entender los restos bajo el mar, porque realmente es un lugar en el que el agua es turbia y hay solo un metro de visibilidad, entonces es difícil. Lo que se ve no parece un barco armado, es una especie de rompecabezas de maderas dispersas, sueltas, caídas, en algunas partes más formadas. Lo primero que hicimos fue armar un plano del naufragio. Por ahí empezamos. Y después avanzamos con la incorporación de los arqueólogos”.

“Desde la arqueología –explica Elikin–, lo que tratamos fue, justamente, de empezar a trabajar en un tipo de resto en el que en el país no había experiencia, con las técnicas científicas con las que somos formados. Por ejemplo: decimos: ‘No vamos a sacar objetos así nomás, por más que los saquemos con cuidado y los llevemos a un museo, sino que primero dejamos claro qué preguntas queremos responder y, según eso, dónde voy a excavar y cómo’. Una de las preguntas era: ‘¿Qué tipo de objetos usaban los oficiales?’, porque en esa época, en el siglo XVIII, ser un oficial de la Armada británica era algo de estatus alto. No cualquiera llegaba a ese rango. Hay que pensar que este era un barco británico y Gran Bretaña era la dueña de los mares en ese momento. Entonces nuestra pregunta era: ‘¿Cómo eran los platos, las cosas cotidianas que utilizaban los oficiales de esta corbeta?’. Si querés excavar en el lugar donde estaban los oficiales para responder esa pregunta, decís: ‘Bueno, ¿dónde estaban los camarotes de los oficiales?, ¿dónde estaba la cabina?’, entonces vamos a buscar en la zona de popa. Y así fue como empezamos por excavar la parte de los oficiales y por focalizarnos en los objetos que usaban. Esa era una de las preguntas. Otra era: ‘¿Cómo fue construido este barco?, ¿es un barco típico o atípico para la época? ¿Había sido reformado?’. Entonces Cristian, como arquitecto, coordinaba y lideraba esa línea de investigación vinculada a la construcción naval.

Con un minucioso trabajo los investigadores subacuáticos lograron reconstruir la historia del naufragio. En Inglaterra hallaron registros que les permitieron saber que el barco llevaba 91 tripulantes a bordo, que solo tres murieron en su hundimiento, y algunos datos duros referidos a la corbeta y a las rutas que navegaba, pero otros tantos aportes valiosos los descubrieron gracias a la excavación realizada bajo el mar.

“Creo que uno de los descubrimientos más interesantes tiene que ver con la alimentación de la tripulación –dice Elikin–. (…) Gracias al agua fría de la Patagonia, gracias a las condiciones de enterramiento de los materiales –porque estaban no solo bajo el agua sino bajo sedimento, o sea enterrados y bajo el agua–, y quisiera decir gracias a la calidad de nuestro trabajo que nos llevó años, recuperamos semillas y frutos, restos de uva, de nuez moscada, de pimienta, de mostaza. Elementos que muestran que tenían una dieta quizás un poquito más variada de lo que uno pensaría. También restos de cáscara de huevo de pingüino (…). Posiblemente también pescarían, nosotros no encontramos restos de anzuelos o elementos de pesca. Toda esa información no está en los documentos históricos. (…) Entonces desde la arqueología estamos aportando información que creo que es interesante. También encontramos un cajoncito de madera compartimentado que estaba lleno de frascos de uso medicinal, con el contenido adentro. Se hicieron estudios de lo que había y encontramos que uno tenía mercurio puro, que para esa época se consideraba que curaba enfermedades venéreas como la sífilis (que en realidad no la curaba, al contrario, a lo sumo te producía una alteración neurológica seria porque el mercurio es muy tóxico). A partir de eso también pudimos obtener información sobre cómo era la farmacología a bordo de un barco de 1770. Y después, el cuerpo humano. Encontramos el cuerpo de un tripulante”.

“Sabíamos por los registros históricos que se habían ahogado tres y que se había encontrado el cuerpo de uno a los pocos días del naufragio, así que había dos que probablemente estaban dentro del barco. Entonces siempre decíamos: “A ver si excavando en un momento encontramos alguno”, cuenta Murray.

El cuerpo del soldado inglés estaba completo. Tenía los zapatos de cuero puestos, botones, parte de la chaqueta roja de su uniforme militar pegada a los huesos, hebillas.

“Habíamos encontrado ya muchos zapatos de cuero sueltos –agrega el arquitecto– en diferentes lugares. Apareció otro, empezamos a manipularlo abajo del agua y vimos que tenía adentro unas cosas blancas que al principio no sabíamos qué era y enseguida nos dimos cuenta de que eran huesos. Entonces dijimos: ‘Este zapato no está suelto, viene con algo’. Y lo interesante fue que esta zona del barco, la popa, fue la primera que empezó a sumergirse. El barco quedó encallado en una roca y, cuando empezó a bajar la marea, quedó como colgado con la proa en la roca y la popa se inundó. Entonces los documentos históricos dicen que había muchos tripulantes ayudando a sacar el agua con baldes y que se habían sacado los zapatos. Y este apareció dentro de la cabina del capitán, bajo una cubierta. Probablemente haya quedado atrapado ahí cuando el barco se deslizó de golpe y se hundió. Además había tres o cuatro baldes en la zona donde estaba él, así que probablemente era uno de los que estaba ayudando a sacar el agua”.

Según los documentos históricos, el barco había partido de la base inglesa en Malvinas con el objetivo de realizar un relevamiento geográfico, y tuvo la mala suerte de que hubo días continuos de mal tiempo, con fuertes vientos, y fue impulsado alejándose del archipiélago y acercándose a la costa continental. Algunos marineros sugirieron ingresar a la ría Deseado para buscar reparo pero chocaron contra una roca primero y luego contra otra y la travesía terminó en naufragio. Por fortuna, los 88 tripulantes que sobrevivieron fueron rescatados unas tres semanas después gracias a que cinco voluntarios acondicionaron un bote salvavidas y fueron a remo hasta Malvinas a pedir auxilio.

La investigación del naufragio de la Swift llevó más de dos décadas. En la excavación subacuática el tiempo que una persona puede estar sumergida depende de la profundidad, y la corbeta británica hundida a 18 metros permitía a los buzos solo dos inmersiones por día, por persona. La primera de 45 minutos y la segunda de 35, aproximadamente. Exceder ese límite es perjudicial para la salud.

A eso se le suma el trabajo detallado que realizan: “Nosotros registramos cada cosa y decimos: ‘Bueno, este plato estaba cerca de esta taza y esta taza estaba en un estante de un mueble que estaba en la cabina del capitán’. O sea para nosotros el contexto es fundamental, y una vez que sacás las cosas del agua ya lo destruiste”, explica Elkin.

En 2011, los ocho profesionales que se abocaron a este proyecto cerraron la investigación con la presentación de un libro que escribieron en conjunto narrando el caso y sus hallazgos. Aún así, aclaran Elkin y Murray, muchas otras personas participaron y colaboraron en diferentes momentos: investigadores de otros países, estudiantes, personal de las áreas de Química, Medicina, Odontología, cuando descubrieron el cuerpo del tripulante, línea de la investigación que finalizó con el entierro del soldado en el sector británico del cementerio de Chacarita y una ceremonia con representantes de la Armada argentina y la Marina inglesa.

Todos los objetos que rescataron del barco, junto a la historia de la Swift, se encuentran expuestos en el Museo Municipal Mario Brozoski, en Puerto Deseado, el único dedicado a la arqueología subacuática en Argentina.

En la actualidad, el equipo que conforma el Programa de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural Subacuático está formado por: Dolores Elkin, que es investigadora del CONICET con lugar de trabajo en el INAPL y además integra la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos de la Secretaría de Cultura; el arquitecto Cristian Murray; la doctora Mónica Grosso, también arqueóloga; y Christopher Underwood, investigador honorario. Además, una camada de jóvenes recién graduadas, arqueólogas y buzas -tal como se designan entre ellas-, que hicieron sus tesis bajo la dirección de los investigadores se han sumado a algunos proyectos del programa.

“Creo, sobre todo ahora mirando en perspectiva, que pudimos demostrar que en nuestro país se puede hacer arqueología subacuática de calidad, como cualquier arqueología; que estamos haciendo ciencia y que estamos ampliando el panorama de lo que es el conocimiento del pasado gracias a que accedemos a restos que estaban ocultos por el agua”, finalizó Elkin.