Cuarto Poder viajó a la vigilia feminista en el Congreso de la Nación, donde las calles volvieron a dar su propio veredicto, esta vez, contrario al de los legisladores: cientos de miles se manifestaron a favor de la ampliación de derechos. (A.M.)

Llegamos a las seis de la tarde del martes y una vez instaladas en el departamento de Lula González, una compañera salteña que vive y trabaja como periodista en Buenos Aires, armamos los fanzines que imprimimos con relatos de abortos acompañados en Salta. La idea es repartirlos en la calle, durante la vigilia del día más importante para la Argentina en los últimos años. Después de haber logrado la media sanción en Diputados, feministas nos preparamos para una nueva jornada de lucha, en la calle, el lugar que hemos conquistado para siempre, a la espera de que el Senado de la Nación legisle el proyecto de la Ley IVE.

A las nueve de la noche vamos a la plaza. Las Socorristas en Red acomodan una bandera rosa que dice «Feministas que abortamos». Mientras lo hacen, la gente que pasa se detiene a leer. Parece una consigna atrevida. Ya hay mucha gente en la Plaza del Congreso, que por supuesto se encuentra vallada, como es un clásico del gobierno macrista. Una mujer que está acomodando unos folletos en una carpa nos comenta que la sesión se adelanta, que nos cuidemos, que va a estar complicado. Nos pide que hagamos correr la voz, así nos cuidamos entre todxs. Hay una presunción de represión: nadie se olvida de Rafael, de Nahuel, de diciembre. Graciela, desde su carrito de empanadas, confiesa que entre lxs puesterxs han decidido cerrar sus cocinas antes del último voto: temen que la policía reprima y que los gases lacrimógenos los alcancen.

En la calle y en los grupos de WhatsApp hay un clima extraño de incertidumbre: ya se sabe que la sesión se adelanta pero no mucho más. En el fondo, tampoco importa. Al resultado, sin ser fatalistas, lo sabemos desde hace más de una semana. Lxs senadorxs de Salta habían anticipado de una forma u otra su voto. No nos sorprendía, ya habíamos escuchado argumentos insultantes el día que logramos la media sanción y estábamos preparadxs para escucharlos ahora. Después de colgar la bandera, volvemos a dormir porque, a pesar de la ansiedad y la euforia, el cuerpo nos pasa factura de un viaje corto pero turbulento.

Foto: Mauro Ema Sáenz

A las ocho de la mañana del miércoles partimos de nuevo para la plaza. Desde que llegamos, nos sorprende la cantidad de pañuelos verdes que vemos en la calle, colgando de las mochilas, atados a cuellos de todo el mundo. Nos sentimos compañerxs.

Mientras tanto, nuestras compañeras de Salta nos mandan abrazos, fuerzas, afecto sincero. Con algunas nos conocemos desde siempre, de haber pertenecido a organizaciones y vernos en marchas. Hoy la mayoría de nosotras solo militamos en el feminismo, estamos organizadas fuera de la lógica partidaria. El mismo afecto encontramos en los mensajes de compañeras que están viviendo en Buenos Aires y nos ofrecen su casa para hospedarnos, otras para descansar el día de la vigilia.

A las diez de la mañana comienza sesión. Las calles están transitadas, los escenarios y las carpas se asientan lentamente. Del otro lado de la plaza hay gente, creemos, lo sospechamos pero no lxs escuchamos: más allá de todo lo que nos separa, esta vez tenemos un vallado que ni siquiera nos deja verlxs. A pesar de la lluvia y el frío, cada vez llega más gente a la plaza y las calles son cortadas de a poco.

Nuestro mediodía es más o menos a las tres de la tarde, cuando por fin nos vamos a comer. En el bodegón, una periodista de Chubut se acerca y nos cuenta de la entrevista que le hicieron a Claudia Korol un par de cuadras más allá: “¿Qué pasa si no sale?”, “Nada, no pasa nada. Lo presentamos de nuevo”. Y es que las batallas feministas, en este mundo injusto, nunca se ganan en las instituciones primero. Se conquistan en las calles, en las casas, en las camas.

Ruth Zurbbrigen, activista e investigadora parte de la Colectiva Feminista La Revuelta, sostiene un megáfono en la calle y baila al ritmo de las canciones junto a sus compañeras Socorristas, una red de feministas que acompañan a personas que deciden abortar con información segura sobre el uso del misoprostol. “Estamos bajo la lluvia expectantes y rabiosas escuchando las declaraciones de senadores como Rodolfo Urtubey, que representa una vuelta al pasado. Dichos como los de él, dan cuenta de la clase política que está en el Senado. Tendrán que hacerse cargo de que votar en contra del aborto legal es mantener el aborto clandestino y eso significa un voto de muerte selectiva: es un voto de muerte para las personas con capacidad de gestar que ya tienen vulnerados muchísimos derechos”, dice.

“Tenemos que estar orgullosas como movimiento porque estamos enfrentando a un poder religioso, conservador, financiero, oscurantista que en otros países ha derrocado a una presidenta”, comenta Ruth y en cuanto termina el diálogo, vuelve a cantar con sus compañeras de todo el país. Un rato antes, a cuatro cuadras del Senado, mientras Esteban Bullrich hablaba en el recinto, las socorristas dieron tres talleres informativos para mujeres que querían abortar, en el hall del Hotel Bauen.

Foto: Mauro Ema Sáenz

Feministas de todo el país ocupan las calles que desde las cinco de la tarde ya son intransitables. Hace frío y llueve pero la alegría de saberse acompañadxs en la lucha parece calentar los cuerpos que cantan, bailan y agitan pañuelos verdes esperando una votación que ya está resuelta. Dentro del recinto están decidiendo sobre el futuro jurídico de todas las personas con capacidad de gestar de un país. Valiéndose de encuestas que realizan en las redes sociales y de opiniones que dicen escuchar en sus provincias, desvarían entre discursos religiosos y pseudo científicos que resultan absurdos e insultantes para quienes luchan por la libertad.

Entre las últimas personas que toman la palabra, habla la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner y pide, por fin, un peronismo feminista. El pedido, sin embargo, resulta obsoleto. En estas calles atestadas está demostrado que el feminismo es justicia social por sí mismo, sin ninguna doctrina que lo autorice.

Finalmente cierra la votación que esperábamos. Despacio, las calles se desconcentran. En las redes, algunxs festejan el rechazo de la ley. Pero no ganan los pañuelos celestes, ni las dos vidas, ni el bebito de yeso. Los abortos existían antes de esta votación y seguirán existiendo después, más allá de los votos que nos han dado la espalda. Pero no han ganado nada, pues en nombre de un dios, se han aferrado a normas que ya están establecidas, a ¨tradiciones¨ que nada tienen que ver con lo que somos en realidad. Porque no han podido parar la organización de miles en las calles. Nosotrxs, en cambio, hemos logrado la visibilidad del aborto, hemos conseguido definitivamente sacarlo de abajo de la alfombra y ponerlo sobre las mesas en los almuerzos, en las instituciones educativas que se niegan a hablar de lo que lxs estudiantes quieren saber, en las redes, en los medios, en las paredes que rezan nuestras consignas en aerosol. Quienes se creen victoriosxs no saben que en sus propias casas, hay alguien sopesando el absurdo de no poder decidir sobre sus cuerpos. Y cuando menos se den cuenta, esa persona va a estar en la calle, blandiendo un pañuelo verde, pidiendo nuevamente QUE SEA LEY.