Varios ya se prueban el traje de gobernador, la mayoría pertenece a la clase política que se formó bajo los designios del ex gobernador Roberto Romero, de su hijo Juan Carlos y del propio Juan Manuel Urtubey, quien ahora buscará hacer realidad su esperanza personal: la presidencia. 

Aureliano Oliva

Tras la muerte de Roberto Romero en febrero de 1992, heredó el poderío su hijo mayor, Juan Carlos. Éste ganó las elecciones y asumió el gobierno de la provincia en 1995, en pleno auge del “Consenso de Washington” que pregonaba medidas de liberalización y privatización de la economía. En un intento por saltar a la escena nacional, Juan Carlos Romero acompañó a Carlos Menem en una frustrada fórmula en el año 2003. Dos años después, una huelga docente, para la cual no ahorró palos, lo puso en jaque. Se aproximaba la finalización de su mandato y necesitaba impulsar un sucesor. Para dicha tarea pensó en su leal vicegobernador Walter Wayar y su golden boy Javier David, quien completaría la fórmula. Pero el descontento social no paraba de crecer al calor de la protesta docente. Paralelamente, su otrora “niño mimado», Juan Manuel Urtubey, impulsaría su candidatura por fuera del PJ, acompañada del renovador Andrés Zottos y apoyada por el kirchnerismo local, expresado en el Partido de la Victoria y Libres del Sur. Urtubey, bajo el lema “el cambio que vos querés”, tomó distancia del espacio del cual formaba parte. 

Hacer realidad su esperanza

Urtubey está de “de salida” y ajusta su estrategia para lograr su sueño presidencial. En un peronismo corroído por heridas que no sanan e internas que prometen agrandarlas, se posiciona como un peronista “potable” y con chances en medio de un tumulto sin liderazgos visibles. Acentúa su perfil de gobernador “joven-nuevo” y “primer converso” que tomó distancia de Cristina Fernández, así busca erigirse al frente del llamado peronismo de “los gobernadores”. Sin embargo, le resta lidiar con otros mandatarios de mayor peso electoral como el tándem Juan Schiaretti-José De La Sota, el gobernador de la Pampa Carlos Verna (que rompió con el pacto fiscal) o con dirigentes devaluados en las últimas elecciones pero con altos niveles de conocimiento, como Sergio Massa y Florencio Randazzo. Habrá que ver cómo impacta la reciente intervención judicial del PJ nacional que desplazó a José Luis Gioja y puso al frente a Luis Barrionuevo, dirigente cercano al frente renovador.

Por otra parte, el liderazgo de su aliado Miguel Ángel Pichetto se desgasta en el Congreso con senadores que se revelan y con el fracaso de la “contra cumbre” del peronismo “constructivo”, el acuerdo para que el jefe de bloque respalde un armado nacional no estaría dando los resultados esperados. Urtubey apuesta a una hipotética PASO (Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) peronista que lo posicione en un ballotage con Mauricio Macri. Para esto ya inició un camino de diferenciación del macrismo en su último discurso de apertura de las sesiones legislativas, dejando atrás su estrategia de cercanía garante de gobernabilidad. 

Sin embargo, uno de los principales escollos que hoy tiene un gobernador del interior para llegar a Balcarce 50 tiene origen en la reforma constitucional de 1994 que eliminó el Colegio Electoral. Esta modificación aumentó notablemente el peso político de la de Buenos Aires y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que antes reunían el 23% del Colegio Electoral y ahora tienen en sus manos el 49,6% de los votos. El Colegio Electoral era una institución mediante la cual se elegía al presidente y al vice de manera indirecta. La cantidad de “electores” colegiados que se votaba era igual al doble de la suma de diputados y senadores nacionales. Todas las provincias, más allá del número de habitantes, tenían dos senadores y un mínimo de cinco diputados, lo que permitía sobredimensionar a los distritos más pequeños, como La Rioja o Salta. Podemos comprobar dicha hipótesis en el peso que tienen los/las dirigentes metropolitanos/as en las primeras líneas de la Alianza Cambiemos, el PJ o el FPV (Frente para la Victoria).

La sucesión

Gustavo Sáenz se presenta como uno de los candidatos con más chances de arribar al Grand Bourg. Ganó en capital las últimas elecciones legislativas en todas las categorías. Más audaz que Urtubey en su cercanía con Mauricio Macri, se presenta como parte de su espacio pero sin sacar los pies del plato “pejotista”. Esto le significó jugosos aportes del Estado nacional para obra pública. Pero también puede convertirse en un “salvavidas de plomo” teniendo en cuenta la caída de la imagen del presidente en nuestra provincia. Más proclive a un acuerdo con el romerismo, resta ver el futuro y los términos de dicha alianza. Carece de una estructura provincial que exceda los límites de la capital que gobierna.

Sergio Leavy, actual diputado nacional, rompió con el oficialismo, apostó fuerte en los últimos comicios por el voto “cristinista” y le fue bien (22,55%). Frente a las dudas sobre el futuro del kirchnerismo, el Oso demostró su envergadura electoral, lo que lo posicionó como acreedor y conductor de un espacio caracterizado hasta ahora por la dispersión. Cauto en su salida del frente oficialista no dinamitó puentes con la estrategia presidencialista U, a quien critica por no conducir a todos los sectores del peronismo. Se muestra dispuesto a establecer acuerdos de unidad para enfrentar a Sáenz, a quien definió como su “límite”. De llegar al sillón del Grand Bourg, sería el primer gobernador democrático que provenga del interior, cuenta con experiencia ejecutiva y peso territorial en el norte tropical.

Miguel Isa, tras su arribo a una desdibujada vicegobernación, apostó por una estrategia silenciosa y subterránea de recorrer el interior y contener a la tropa propia tras la promesa del 2019. Político de buen olfato, identifica el romance entre el peronismo y las clases medias y se muestra abierto a políticas socioculturales de corte progresista que no alteren los acuerdos con el poder económico. Puede que intente abrochar de vice al Oso o en un juego de lealtades aceptar un vice de confianza de Urtubey que lo entrone como fórmula oficial.

Javier David, quien tras saltar del romerismo al oficialismo se convirtió en diputado nacional, no oculta sus intenciones de ser de la partida. Su voto “no positivo” a la reforma previsional le generó tensiones con el gobernador y hoy se muestra en un audaz juego propio y de abierta campaña. Aspira a negociar una vicegobernación, sus números no le permiten fantasear con una candidatura a gobernador en soledad. En una estrategia similar, pero más “leal”, podemos ubicar a Pablo Kosiner, que tras adquirir visibilidad nacional por presidir el interbloque “Argentina Federal” en Diputados, ya anunció sus intenciones de suceder a Urtubey.

La crisis de representación política es asumida por todos los sectores de la política local que atinan a candidatear outsider’s como David Leiva, Adrián Valenzuela o Guillermo Durand Cornejo. Producto de ella es el triunfo el año pasado de Martin Grande (30,83%), periodista tributario del sentido común conservador y enrolado en Cambiemos, que, si bien no blanqueó sus intenciones, nadie se anima descartarlo para las próximas elecciones ejecutivas. Sobre la base del buen resultado legislativo, Grande tiene chances de llegar a la gobernación desde fuera de la política tradicional aunque apoyado por los aparatos de adentro. A punto tal que no se descarta la posibilidad de que pueda ser un candidato de consenso de una parte importante de la clase política de la que reniega.

Una clase política que se reinventa en un pragmatismo previsible, dispuesta a dar discursos de corte liberal o populista según corran los vientos y dicten los tiempos nacionales. Hábil para construir “males mayores” de los cuales diferenciarse y así encolumnar apoyos. Con una certeza: el poder político siempre los cobijará o los encontrará en las primeras líneas de batalla por mantener el status de elite política. La ciudadanía, se anticipa, deberá optar por el “mal menor” o por un/a outsider que prometa remediar los males de la política para terminar como parte de la casta.