Las investigaciones recientes sobre hechos y delitos complejos demostraron que, cuando no se puede echar luz sobre un caso, más vale tener algún detenido. El pasado latente y el recuerdo inesquivable del caso Cassandre y Houria. (Nicolás Bignante)

Mathieu Pierre Martin debía encontrarse con sus padres en Brasil el 10 de noviembre pasado para concretar el último tramo de un largo viaje que lo llevaría a China. Concluiría así un recorrido de 12 años que decidió emprender luego de que un tumor en la mandíbula, y su posterior cura, lo llevaran a reflexionar sobre lo efímero de la vida. Con una gran experiencia como mochilero alrededor del mundo y esquivando las grandes ciudades para adentrarse en lo auténtico de los pueblos, Martin incluyó al norte argentino como parte de su hoja de ruta.

Su desaparición a mediados de agosto en inmediaciones de Iruya motivó la movilización de unas 800 personas en Toulouse, Francia. Familiares y amigos del viajero interpelaron a Emmanuel Macron para que interceda ante el gobierno argentino en el marco del G-20. “Todo mi apoyo a la familia y a los allegados, es mi deseo colaborar para la continuación de las investigaciones”, expresó el presidente francés a la familia luego de la movilización.

 

La detención y posterior imputación de los hermanos Juan y Froilán Cuevas, lejos de aplacar las suspicacias sobre el desarrollo de la investigación, terminaron por incrementarlas. Máxime cuando las explicaciones vertidas por el fiscal Ramiro Ramos Ossorio, se asemejan más a las de un vocero auspicioso del gobierno, que a las de un fiscal penal.

Los detenidos llegaron a Salta bajo la premisa de que “estarían relacionados con la desaparición de la persona buscada”. En cuestión de horas, las sospechas de los investigadores se materializaron en el decreto de imputación por homicidio simple que hoy recae sobre los hermanos Cuevas. No hace falta mucha perspicacia para imaginar lo que pudo haber ocurrido en el medio. Esto es, en el lapso entre la detención de los “sospechosos” y su conversión a “imputados”. Lo menos que podemos imaginar es a los tenaces agentes de la Brigada de Investigaciones aplicando sus rudimentarias técnicas de extracción de información sobre los hermanos jujeños.

Las sospechas no son injustificadas si se toman en consideración los componentes en común que esta causa tiene con otros hechos no esclarecidos. La reminiscencia casi obligatoria en el ideario colectivo salteño es la muerte de Cassandre Bouvier y Houria Moumni en el año 2012. Sin ánimos de establecer una ligazón directa entre la funesta instrucción llevada a cabo, en aquel entonces, por el juez Martín Pérez y lo actuado hasta ahora en el caso de la desaparición de Mathieu Martin; vale la pena establecer ciertos paralelismos entre las irregularidades de ayer y de hoy.

La premura por esclarecer el hecho ante la presión internacional juega siempre un rol devastador en lo que refiere a la rigurosidad de una investigación. Las detenciones y torturas compulsivas realizadas luego de la muerte de las francesas fueron una consecuencia directa de este factor. La salvedad que corresponde hacer en este aspecto, es que el impacto mediático derivado del caso Cassandre y Houria no es comparable con la atención concitada –hasta el momento– por la desaparición de Mathieu. El hecho obedece sencillamente a que aún no hay conclusiones válidas sobre el destino y paradero del joven francés, pese a la hipótesis manejada por el fiscal.

Poco se conoce de Juan y Froilán Cuevas, salvo lo comunicado por el propio fiscal Ramos Ossorio. Según el titular de la Unidad de Graves Atentados Contra las Personas, se trata de “personas de características étnicas y culturales muy rústicas”, que vivieron toda su vida en esa región cercana a la localidad de Iruya. Ninguno de ellos tiene antecedentes penales. Las “inconsistencias” de sus relatos ante los investigadores fueron motivo suficiente para hacerlos comparecer ante la ley, imputados por un delito del que casi no existen indicios.

El fiscal abona prematuramente la teoría del homicidio en base a dos circunstancias: el cese de las comunicaciones que el ciudadano francés mantenía periódicamente con su familia y al hecho de que nunca llegó a su destino —la ciudad de Orán—. Relatos “inconsistentes” sumados a la extracción humilde de los investigados, parecen ser los elementos perfectos para la configuración de los homicidas ideales.

Sólo uno de los hermanos declaró en la audiencia de imputación. Según consta en el comunicado del Ministerio Público iscal, el imputado Juan Cuevas reconoce haber visto y tomado contacto con el ciudadano francés, pero aseguró que luego se marchó y perdieron contacto. La versión oficial contrasta fuertemente con las primeras versiones conocidas luego de la detención. Las mismas apuntaban a que las “inconsistencias” en el relato de ambos imputados, tenían que ver con que los hermanos se inculpaban mutuamente. Ninguna de estas contradicciones fue esclarecida por la fiscalía.

El decreto de imputación alega que la hermana de los imputados vinculó la desaparición de Martin con Juan y Froilán Cuevas. Pero no aclara el grado concreto de vinculación entre los hermanos y la desaparición de Mathieu, mucho menos de su muerte.

Cuando Gustavo Lasi —único condenado en el juicio por la muerte de las francesas— prestaba declaración ante el tribunal presidido por Ángel Longarte, sólo un tramo de su relato parecía tener credibilidad: la policía lo había molido a golpes. La narración coincidía perfectamente con la que habían expuesto el resto de los imputados.

 

Cuesta creer que la policía salteña haya evolucionado en sus prácticas de obtención de datos al día de hoy. Cuesta creer que hayan quedado atrás los mecanismos tortuosos para instigar a la confesión de los detenidos. En resumidas cuentas, cuesta creer que los hermanos Cuevas no hayan corrido la misma suerte que los detenidos durante la instrucción de Pérez. Así y todo, la única declaración válida hasta el momento, niega las versiones referentes a un ataque violento producto de la ingesta alcohólica o un robo seguido de homicidio, tal como sugirió Ramos Ossorio.

A menos que buena parte de los detalles de la investigación se encuentren protegidos y, por lo tanto, mantenidos en secreto; resta echar luz sobre varias circunstancias consideradas precozmente como “pruebas”.

A cuatro meses de la última interacción entre Mathieu Pierre Martin y los hermanos Cuevas, no hay elementos serios para inferir que estos últimos hayan terminado con la vida del turista francés; y si los hay, no están puestos a disposición de la opinión pública. En una provincia donde las heridas de la impunidad no terminan de cicatrizar en el sentir colectivo, la posible muerte violenta de un ciudadano extranjero no sólo causa estupor; sino también recelo, sospecha y desconfianza en el accionar investigativo de los buscadores de la “verdad real”. Quizás valga la pena traer al presente las palabras que Jean Michel Bouvier nos dejara como enseñanza durante el juicio por la muerte de su hija Cassandre: “Preferimos culpables libres, que inocentes presos”.