La banda porteña de rock pasó por nuestra ciudad y se presentó en el mismo bar que la primera vez, incluso casi en la misma fecha. Registramos el recital en primera persona. Una botella explota en el piso cuando arranca la noche y estamos ahí. (Fernanda Salas)

Sábado helado y toca Bestia. Llegamos por Ameghino y doblamos por Balcarce, a la medianoche. No se ve mucha gente por la calle. Quizás es demasiado temprano. Quizás están todos refugiados. Quizás es la crisis que algunos continúan negando. Quizás con todo eso se nos apaga un poco el entusiasmo o será que esta vez somos menos en la previa.  El año pasado —cuando vimos por primera vez a Bestia Bebe en Salta (y en la vida)— andábamos manija desde que nos enteramos que llegaban a la ciudad.

Tocan en el mismo bar que la primera vez, pero ahora no empezamos con cerveza, sino con vino tranqui a la luz de las velas con amiga. No podría ser de otra manera, Bestia le canta a la amistad. Banda de amigos de barrio, chicos sencillos, que giran destructivamente por el norte, una vez más. Reímos todavía por la fiesta del año pasado. El baile,  los abrazos, el pogo con las chicas y el “noche de minas patrullas terror” que cantamos a los gritos, las fotos tilingas y la tilinga birra que estalla en el piso. Pero también el llanto por el amigo con el que íbamos a los recitales de Él Mató a Un Policía Motorizado y con el que no llegamos a ver Bestia Bebé porque el VIH se lo llevó hace un tiempo ya. En un año pasó mucho, ya no veremos más a Él mató, de eso estamos seguras. Ahora algunas cosas no nos entusiasman tanto y vamos con desconfianza. Hasta ahora a la banda de Boedo no le saltó ningún caso de abuso o violencia de género. Todavía… esperamos que nunca. Con Bestia festejamos la amistad.

El bar se llena y ya vemos a los cuatro para otro partido más. Es evidente la cultura futbolera, en general en el rock, especialmente ahora.

Picadito

A la 1 sube Bort. Esos pibes que conservan el look de adolescentes despreocupados. Bort suena bien, siempre sonó bien. Tocan con el mismo entusiasmo y frescura de otras veces. Debe ser por eso que hace años se lleva el aguante y el agite como equipo de futbol, pero esta vez desde los asientos, porque todavía hay mesas al frente del escenario. Un grupo de chicas los filma desde sus celulares, aunque permaneces algo apáticas mientras que otra llega sola y se sienta al frente, se nota que sabe todas las canciones. Alguien se pregunta por qué el bajista toca con una púa. Así pasa una hora.

Con un poco de impaciencia esperamos a la banda principal que sube a las 2:30. Apenas termina Bort ponen unas luces, corren las mesas que estorban y eso es más que suficiente para empezar. El bar se llena y ya vemos a los cuatro para otro partido más. Es evidente la cultura futbolera, en general en el rock, especialmente ahora. Da la sensación que hay menos personas que el año pasado o que el espacio es más reducido. Vemos que reparten vasos de plástico.

Foto gentileza Martín Azcárate (Rock Salta)

Basta que suenen unas pocas notas para que ya nos atraviese un “Tigre de metal” y empecemos a bailar y a andar en las historias del barrio de Boedo que nos cuenta desde la voz de Tom Q. con una alegría clara que se mantiene hasta el final. Un profesionalismo que sólo puede ser comparado con el amor que cantan a los amigos. El romanticismo y las minitas no parecen estar en las letras, excepto en “Jóvenes y viejos” que nombra a Luci, todas las canciones parecen llevarnos a las aventuras de cualquier grupo de amigos, de cualquier barrio aunque no sé si tanto en el mío que se escuchaba los sábados a la tarde los ensayos de Juveniles Panda y no había ningún “Luchador de Boedo” pero si punguistas menores como Pilín.

Los amigos están primero, se los alienta y quiere como si cada uno fuera un equipo de futbol: se gana, se pierde, decepcionan; pero se los quiere igual. Es interesante ver la narrativa sencilla de esas historias que va tan bien con la estética indie rock: letras sencillas con algún que otro instante poético como cuando dicen “las cosas que recuerdo no son para mí”, ponele. Letras que se ven reducidas al máximo en su último trabajo publicado. La fiesta, entonces, nos lleva por sus tres discos y 22 canciones. Todas son hits y son coreadas, algunas más que otras, como “Omar”, “Patrullas terror”, “Wanger del pueblo”.

Todo el tiempo que duró el recital estuvimos preguntándonos qué era eso que nos identificaba con Bestia. Todas las canciones son muy de chabones de barrio que les gusta el futbol —muy de heterocis, dirían algunes amigues—. Pero Bestia nos gusta por la alegría y esa hermandad con los amigues tan linda.

Dos momentos: “lo quiero mucho a ese muchacho”, que quizás nos hace pensar en esa barrera en que los amigos se defienden y no se cuestionan hasta el fin, de cualquier manera ese “no me importa lo que digan de él” queda opacado con el grito de deseo de “todo va a estar bien” nos envuelve, queremos a Bestia por esos detalles.

Foto gentileza Martín Azcárate (Rock Salta)

Basta escuchar la versión de “El amor ya va a llegar”, de Daniel Johnston, para imaginar a un amigo insistiendo en que mataron la canción, aunque es muy distinto decir que “El amor ya va a llegar” a decir que “True love will find you in the end” (podemos discutirlo) pero fue un muy tierno momento.

Bestias se despide su Gira Destructiva en Salta con “Fin de semana de muerte”,  la gente se va tranquila y no pide más, se la ve satisfecha. Alguien por ahí dice nos les quedó nada. Será hasta la próxima.