Martes 24 de mayo 10:30 horas. Sonó el teléfono y el número indicaba que la persona que discaba lo hacía desde Capital Federal. Era Beatriz Goyoaga, la española encargada de prensa de la Fundación “El Arte de Vivir” en Argentina. (Daniel Avalos)

Ni bien se identificó, el motivo de la comunicación ya podía adivinarse: la nota “Espiritualidad PRO apta para todo público”, publicada por Cuarto Poder el sábado pasado en la que se daba cuenta del convenio entre el ministerio de Educación de Salta y la organización del gurú Sri Sri Ravi Shankar, molestó a los seguidores del hindú. Es raro. Sobre todo porque a esos fieles solemos imaginar cómo dueños de una plácida e infinita felicidad, seres que nos enternecen con su bondad, sus ademanes pausados, sus espíritus solidarios que a veces nos inclinan -admitámoslo- a impacientarnos ante los sermones que proviniendo de la milenaria claridad oriental, se empecinan en prometernos la salvación presente y futura tal como lo hacen los místicos de todas las épocas y todas las tradiciones.

La española no era así. Ni bien corroboró que quien escuchaba era el autor de la nota, desplegó un reclamo en el que las palabras se empujaban unas a otras de manera vertiginosa y apasionada. La estrategia discursiva parecía combinar un doble objetivo: aniquilar los argumentos de la nota periodística y llegar al corazón del autor que debía entender que lo escrito podía no haber sido mal intencionado, pero que era una canallada al fin.

Si es verdad que el rasgo fundamental de la sabiduría es el silencio, Beatriz Goyoaga no es sabia. Lo que no podremos negar es que su verborragia la mostró como alguien provista de varias ideas sobre la nota y que en lo central rondaba los siguientes puntos: el artículo en cuestión no respondía a los cánones del periodismo de investigación que ella había estudiado en España y seguramente practicó en el Daily News de Londres (donde los medios informan que trabajó); las acusaciones sobre evasión impositiva reseñadas por la nota eran una mentira; el Arte de Vivir no es macrista sino que contiene a políticos de varios signos, incluidos peronistas; la conducta del autor de la nota era desalmada por desconocer el esfuerzo que despliegan los voluntarios de la Fundación que suelen hacerlo todo gratis; y cómo una Fundación puede ser tratada como lo fue si cuenta con millones de seguidores. Todo ello atravesado por una acusación que sin ser del todo explicitada, envolvía como una atmósfera densa la comunicación: hay periodismos cuyo rasgo más terrible es el de ejercitar la crueldad gratuita por su inclinación a infligir sufrimiento a otros sin causa ni finalidad alguna.

La publicación del artículo de la discordia, en definitiva, había cumplido la misión de toda nota: nombrar lo innombrable, identificar lo que puede ser un engaño, generar discusiones, evitar que algunos se duerman, tomar partido,  pedir que otros tomen partido. Allí estaba la española asumiendo el suyo. Allí estuvieron durante la semana las radios, los portales locales y hasta El Tribuno pidiendo explicaciones a los funcionarios de educación sobre ese convenio que había pasado desapercibido hasta que Cuarto Poder lo puso sobre la mesa. Pero como el chaparrón de palabras de Goyoaga no se agotaba, fue necesario recordarle a la mujer que siendo ella vocera de una fundación internacional que promueve el control de las emociones mediante técnicas de respiración que se dictarán en las escuelas de Salta, convendría que su actitud se correspondiera un poco más con la infinita paciencia oriental.

Y entonces pudimos intercambiar opiniones. No valía la pena debatir sobre los fundamentos del periodismo de investigación que evitando valerse de la catarata de gacetillas oficiales que yendo en busca de los periodistas para resaltar los aspectos convenientes de ciertos actores, prefiere ir en búsqueda de los rasgos pocos convenientes los mismos con el sólo objeto de alumbrar aquellos aspectos que otros prefieren mantener en la oscuridad. Y allí entonces empezaron las respuestas del cronista: la denuncia de evasión impositiva contra la fundación se realizó en septiembre del 2012 en el Juzgado Nº 2 en lo Penal y Tributario a cargo de Diego García Berro; si la fundación es macrista o no, es algo que desconocemos aunque sí sabemos que fue el propio Macri quien firmó un convenio con la Fundación el 13 de mayo de 2008 y aportaba dinero para actividades  realizadas por la institución en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; el rol de los voluntarios es loable aunque lo loable no inhabilitó a algunos arrepentidos del Arte de Vivir a denunciar como irregular su situación laboral; y que un organismo o una personalidad cuente con millones de seguidores no lo inmuniza ante las críticas y mucho menos  a la posibilidad de ser objeto de miradas periodísticas.

Y lo más importante: el interés fundamental de la nota era denunciar  el potencial empacho de espiritualidad en las escuelas públicas de una provincia en donde, además, la enseñanza de la religión es obligatoria. Y aunque nada tenemos en contra de las religiones y las apuestas espirituales y tampoco a explicitar nuestra tensiones ideológicas a la hora de escribir, sí creemos que la espiritualidad como dimensión de lo social corresponden al ámbito de lo privado. La educación pública, en cambio, debería estar atravesada por otras discusiones. Por ejemplo si la escuela en Salta debe educar para el mundo industrial o para aquello que los modernos pedagogos llaman el “trabajo inmaterial”, ese capaz de crear bienes intangibles como el conocimiento, la información, la comunicación y hasta las formas de modificar las relaciones sociales.

No hubo caso. Beatriz Goyoaga volvía a lo mismo con la voz fuerte, apasionada y a veces vehemente. Fue entonces cuando apelamos a la razón instrumental occidental. Esa que recomienda renunciar a las pretensiones que no se pueden obtener para concentrarnos en aquello que sí se puede conseguir. Ello nos inclinó a proponerle a Beatriz que hiciera uso de su derecho a responder la nota que nosotros publicaríamos como ya lo hiciéramos otras veces. Beatriz recogió el guante. Apuntó la casilla de correo electrónico a donde debía remitir la réplica, agradeció la posibilidad de que la Fundación pueda dar su visión de las cosas y se despidió explicitando su deseo de que alguna vez un pocillo de café reúna a los contendientes telefónicos. Y acá estamos. Desespiritualizados y con el ansia propia de los occidentales, esperando esa réplica que debía ocupar el espacio que estas líneas vienen a llenar.