Políticamente hablando, este verano no fue farandulezco ni liviano. Las muertes ocurridas y los amoríos políticos salteños imprimieron a este enero debates decisivos. No porque de ellos dependan profundos cambios políticos en Salta, sino porque tales debates determinarán quiénes gobernarán la misma. (Daniel Avalos)

 1.- De allí la naturaleza de los amoríos políticos salteños de este verano que, muchos saben, comenzaron en diciembre del 2014. Fueron varios los coqueteos, pero también numerosos los romances concretados. Conviene aclarar que no es lo mismo un coqueteo que un romance. Lo primero es algo así como una promesa de sexo sin garantías de realización; mientras lo segundo es la consumación de la relación carnal. Como ocurre en todos los veranos, los coqueteos y los romances fueron muchos, aunque a diferencia de otros veranos salteños, los romances de ahora durarán por lo menos hasta otoño. Más precisamente hasta mayo, cuando se concrete la contienda electoral que definirá al gobernador de la provincia hasta el año 2019.

Estamos, en definitiva, ante amoríos duraderos que no incubaran un modelo de provincia distinta al de los últimos 20 años, pero que sí pueden determinar resultados electorales y, sobre todo, la supervivencia política de aquellos que protagonizaron los romances de verano. Amantes interesados que apuestan a que esos romances le ayuden a conservar su vida política que, por definición, es lo opuesto a la muerte política que podemos definir así: una personalidad o una fuerza política muere cuando deja de ser un canal de representación ciudadana y por ello va sucumbiendo ante su peor enemigo que es el ostracismo político, esa condición capaz de aniquilar al político y a la fuerza política porque la aleja permanente del Poder.

Como es eso lo que está en juego y como es ese el peligro que acercó a muchos de los promiscuos amantes políticos , resulta inútil hacerse las preguntas periodísticas tipo revista Paparazzi: ¿Durará el amor entre Javier David y Urtubey hasta hace poco distanciados?; ¿Lo de Urtubey y Morello es coqueteo o noviazgo liviano de verano?; ¿Romperá Gustavo Sáenz con Guillermo Durand Cornejo por que el primero se muestra de la mano de Sergio Massa y el segundo camina abrazado con Mauricio Macri?; ¿Lo de Juan Carlos Romero y Alfredo Olmedo es para siempre?; ¿Será sincera la sorpresiva relación que el oranense Antonio Hucena entabló con el ex gobernador Romero?; ¿Por qué se lo ve tan solo y triste a Claudio del Pla? Preguntas inútiles porque ninguno de las promiscuos/as amantes protagonizan enganches de verano. Por el contrario, protagonizan amoríos sólidos, al menos, lo dijimos, hasta las elecciones de mayo que, como ya sabemos, es un mes que trascurre en otoño. Amoríos sólidos que no están sellados por profundas coincidencias ideológicas, sino por estrictos cálculos de conveniencias con lo cual una conclusión se impone: los involucrados en tales romances no garantizan la emergencia de fuerzas vitales para la renovación; sino la fuerza conservadora de dirigencias estrechas siempre inclinadas a defender intereses más bien  mezquinos.

 2.- Mientras todo ello ocurre, hay niños salteños que siguen pasando hambre y algunos de ellos siguen muriendo. No importa que con Romero hayan sido más y con Urtubey sean supuestamente menos. Lo que indigna es que en una provincia donde un centenar de finqueros embolsan millones de pesos produciendo alimentos que podrían abastecer a millones de seres humanos, haya salteños que se mueren por no comer. Si la imagen que esa realidad produce es aterradora, lo aterrador se multiplica cuando los involucrados son niños. Niños que mueren con la piel pegada a los huesos; niños que seguramente no reconocen el estado de hambre porque nunca conocieron lo que es estar saciado; niños que carecen de la energía que en los niños bien comidos rebosa; niños que mueren con la panza hundida como si fuera un plato y con los ojos grandes también como platos aunque eso ojos carezcan de chispa porque sus dueños son muertos en vida.

 La muerte de Marcos Solís por desnutrición, de dos años y oriundo de la localidad de Morillo, volvió a sacudir las conciencias. Caso que por dramático y traumático provocó lo que suele ocurrir en estos casos: que todos se sintieran obligados a emitir una opinión al respecto. Sin embargo, esa cachetada a la conciencia no provocó que la indignación salteña se transformara en el reclamo activo que otras causas también indignantes sí generan, como marchar por las calles, cual fuera la reacción de muchos por lo ocurrido en Paris con el atentado a la revista Charlie Hebdo, el asesinato de estudiantes mexicanos, la muerte del fiscal Nisman, el reclamo por las peatonales que supuestamente dejan de ser coloniales, o por la dictadura K en la que curiosamente, para una dictadura que se precie de tal, cualquiera dice lo que se le viene en gana.

 Nada de esto provoco el caso de Marcos Solís. Por eso podemos prever que nada importante cambiara al respecto Ni siquiera que los gobiernos que siempre reclaman la necesidad de modernizar los Estado empiecen a contar con aquello que los estados modernos deben tener: estadísticas. Estadísticas que, curiosamente, en nuestro país empezaron a sistematizarse desde la década del 20 del siglo XX con una justificación científicamente loable: la necesidad de información precisa sobre las condiciones en las que se desenvuelve la población a fin de diagnosticar las problemáticas y diseñar las políticas públicas capaces de resolverlas con igual precisión. Misión que requiere de todo lo que hoy existe pero evidentemente no funciona: organismos y aparatos burocráticos encargados de recabar información. Esas falencias explican por qué Marcos Solís era invisible y recuperó visibilidad sólo cuando dejó de existir. Esas falencias y la pasividad de los propios gobernados salteños que movilizándose por consignas supuestamente serias y propias de los países serios, ante casos como los de Marcos, parecen preferir desviar la mirada para así librarse de una realidad incómoda que atenta contra la creencia de que formamos parte de un tipo de progreso que nunca llega a miles y miles de salteños; o que cuando les llega es para vomitarlos del progreso mismo.

 Marquitos, en definitiva, era invisible como lo son miles de salteños. Marquitos era Garabombo. Ese personaje del peruano Manuel Scorza que en los 60 partió como periodista a las sierras peruanas para cubrir los levantamientos indígenas de entonces y terminó convertido en símbolo de la literatura de ese país. En un pasaje de la obra que lo hizo famoso –“Garabombo, el invisible”– éste le relata a un grupo de comuneros su frustrado viaje a Lima a donde había partido para exponer ante las autoridades los padecimientos de su comunidad. “Al comienzo no me di cuenta…”, dice Garabombo, “…Creía que no era mi turno. Ustedes saben cómo viven las autoridades: siempre distraídas. Pasaban sin mirarme. Yo me decía ‘siguen ocupados’, pero a la segunda semana comencé a sospechar, y un día que el Subprefecto Valerio estaba solo me presenté ¡Pero no me vio! Hablé largo rato. Ni siquiera alzó los ojos. Comencé a maliciar. Al fin de la semana, mi cuñado Melecio me aconsejó consultar a Victoria de Macre”; “¿Y qué dijo doña Victoria?”, inquirió alguien de la ronda para saber el diagnóstico de la curandera; a lo que Garabombo respondió: “Que me había vuelto invisible.”

Muchos salteños también lo son. Y la naturaleza de su invisibilidad radica, simple y poderosamente, en que el Estado y no pocos salteños no los quieren ver.

 

3.- Y si nuestra mirada se desliza a la escena nacional, indefectiblemente se topara con otra muerte: la del fiscal Alberto Nisman. También notará el observador atento que los grandes actores en pugna a raíz de ese caso -medios concentrados y oposición política versus gobierno nacional- ya parecen poco preocupados por encontrar la Verdad del caso; que ya nadie parece querer que lo que se diga del caso coincida con lo que realmente ocurrió. Y es que a horas de que el cuerpo sin vida del fiscal fuera encontrado, los contendientes declarados se preocuparon por otra cosa: que el “relato” propio salde las disputas políticas que ambos bandos protagonizan desde hace mucho. Cada bando quiere otra cosa menos noble: que el “relato” propio produzca el mayor daño posible al adversario o, al menos, que el “relato” del otro dañe lo menos posible la condición del que se defiende.

 Admitamos rápido que el uso de las comillas sobre la palabra relato es interesado. También que estas líneas piensan usar ese término para señalar la conducta de aquellos que lo inventaron – la oposición K – para desprestigiar el discurso del gobierno nacional. Y es que esa oposición también se esfuerza por deformar la realidad; también busca que las masas tomen por real lo que en realidad son alucinaciones interesadas; también emplea a intelectuales, periodistas y políticos para que instrumenten el discurso propio. La única diferencia en esto último entre el gobierno nacional y la oposición, es que la oposición cuenta con más recursos para pertrechar a esos batallones de lo simbólico.

 

No se trata aquí de negar esa práctica a los gobiernos. Se trata de repudiar abiertamente a esa oposición poco casta en términos republicanos pero que busca erigirse como fiscal moral de la nación. Oposición que apela a las clásicas operaciones de inteligencia que se esfuerza por saber cosas del enemigo – gobierno para utilizarlas en contra de ese gobierno sin que éste sepa que sus secretos fueron descubiertos. Pero oposición que no desconoce operaciones más sofisticadas como aquellas que las novelas policiales denominan “de intoxicación”: saturar a la sociedad de abundante información; bombardearla de indicios interesados, opiniones direccionadas o chismes disfrazados de infidencias importantes, con el objetivo de influir en la opinión de los bombardeados para así predisponer a estos a salidas providenciales que los fiscales de la moral ya tienen preparadas. Siempre persiguiendo objetivos pocos republicanos: asestar al gobierno elegido por el pueblo un golpe letal que lo doblegue para así imponerle una voluntad que sólo algunos cómo el intelectual Jorge Asís se atreven a confesar: “La forma de ayudar a la presidente consiste en adelantarle al línea de llegada como en 1.989 se le adelantó a Raúl Alfonsín, a quien la historia registra como modelo de demócrata”.

Cerremos estas líneas sin complejos: eso que personas como Jorge Asís piden y muchos otros en nombre del periodismo independiente tratan de instrumentar, es poco republicano y abiertamente facho.