Transcribimos fragmentos de la tesis del escritor Juan Díaz Pas que con el título “La revuelta de los aldeanos” se publicará en formato libro. Prescindiendo de encuadres teóricos y notas al pie de página, seleccionamos pasajes del 1º capítulo que pincela a la literatura de J.C. Dávalos como proyecto estético y político conservador.

Una de las hipótesis más visitadas en los estudios que tienen como objeto a Salta dice que existiría una fuerte impronta de las políticas de los sectores de elite en la configuración de su identidad cultural. Una perspectiva comúnmente aceptada entre los estudiosos orienta las interpretaciones hacia una oposición notoria y (casi naturalizada) entre las prácticas “aristocratizantes” identificadas con el “tradicionalismo” salteño y aquellas prácticas populares cuya legitimidad resulta discutida desde la perspectiva de esas elites. Desde este punto de vista, el complejo social resulta reducido a un problema de carácter binario pero cuya definición debe adjudicarse a los sectores de la elite salteña, las llamadas familias tradicionales de Salta.

(…) Como observa Justiniano a partir de Caro Figueroa (1970), los miembros de las elites salteñas no poseían títulos nobiliarios, con lo cual no eran estrictamente “aristócratas”, pero tampoco podían considerarse burgueses, en cambio prefiere hablar de “clase dominante”, dada la ocupación de espacios de decisión relevantes para el conjunto de la sociedad .

Tradición y tópico

Caro Figueroa reflexiona que la tradición en Salta es un tópico del discurso, una noción apropiada por los sectores de la elite para generar lo que él denomina una distracción: de ese modo, por un lado, la tradición se instala como tema de los discursos pero no como problema; por otro, provoca la falsa certidumbre de una detención temporal y de un límite a las posibilidades de acción de los grupos subalternos. Por lo tanto, hay un uso de la “tradición” como estrategia homogeneizante cuya finalidad no es producir cohesión social sino coaccionar simbólicamente a los  grupos subalternos para producir el argumento falaz de que éstos carecen de tradiciones propias. (…)

En síntesis, desde la conformación del Estado nacional hasta mediados del siglo XX es posible advertir la presencia central, primero, de una “aristocracia” republicana que, luego, se convierte en una oligarquía capitalista cuyo programa político consistió en la producción de ciudadanías restringidas como soporte de su poder. En el plano cultural, específicamente en la literatura, la motorización de estas estrategias aparece con claridad en el discurso de Juan Carlos Dávalos. Su obra activa en la región un discurso que, por lo mismo que genera amplia adhesión entre los sectores conservadores, ha resultado de lectura ineludible al momento de iniciar su crítica.

Poder para representar

En este sentido, hay que señalar que Dávalos participa de un proyecto nacionalista que era hegemónico en la Argentina de principios del siglo XX pero que, sin embargo, mostraba características particulares en el NOA. De esta manera, es posible ubicarlo como uno de los operadores discursivos de una programación cultural diferencial respecto de la metrópoli porteña, en donde la modernización (la aceleración del urbanismo, la fuerte impronta intercultural producto de la inmigración europea, la importación de modelos estéticos vanguardistas y las modelizaciones del intelectual cosmopolita en sentido occidental) parecía atentar contra ‘el ser nacional’.

Planteada, pues, esta resistencia, el programa estético de Dávalos se inscribe exitosamente en una corriente nativista, coetánea de la novela de la tierra en otras latitudes latinoamericanas, en una búsqueda esencialista de la identidad regional. Es, en este sentido, un escritor que impulsa una atención creciente sobre los aspectos materiales de la vida en la periferia de un país imaginado aun entonces como una extensión excesiva (siguiendo la hipótesis sarmientina). Esta orientación es concomitante a la de la clase política salteña, en poder de la elite oligárquica, que refuncionaliza las representaciones identitarias masivas con el fin de consolidar un proyecto político conservador. Es en este punto de la historia literaria salteña, entre la primera década y los ’40 del siglo XX, cuando adquiere relevancia y poder la figuración del discurso de la salteñidad blanca, noble, católica, urbana y ‘tradicional’.

Con estas condiciones, la literatura se erige en una fuente importante de prestigio social, es decir que genera tanto capital simbólico como la posibilidad de participar del campo del poder en calidad de notable. Es así como Dávalos ostenta un lugar central tanto como escritor prestigioso cuanto como sujeto portador de una voz legitimadora de otros escritores. Habrá, después, dos reacciones frente a su obra particularmente resonantes, la Carpa y la denominada generación del ‘60, aunque, a la vista de la persistencia con que este literato fue y es frecuentado tanto por escritores como por críticos, ya sea para robustecer su gravitación, ya sea para menguar su importancia, podría plantearse que muchas ‘novedades’ todavía constituyen reacciones frente a aquel programa estético.

Así pues, desde aquél impulso nacionalista y conservador, la literatura salteña (en sus versiones más oficiales) ha quedado religada a lo folklorizante, telúrico y paisajístico sin que el esfuerzo de los escritores y los críticos haya podido torcer esa representación ni mucho menos plantear, con igual o mayor poder que Dávalos, una alternativa a esos parámetros de canonización. La culminación de lo antedicho se resume en una frase del “Prólogo” a Cuatro siglos de literatura salteña de Walter Adet: “Recién en pleno siglo XX la literatura en Salta deja de ser patrimonio casi exclusivo o privilegio de una determinada clase social, por gravitación de factores socio – económicos”. (…)

La identidad

La identidad salteña, desde la posición del intelectual tradicional, aparece nítida y sin cuestionamientos como un proyecto de integración excluyente en relación con diferentes alteridades que dinamizan la historia reciente de nuestra región. Esto significa un posicionamiento sobre la diferencia que no admite su respeto ni su inclusión más que en carácter de elemento subordinado, es decir desde la perspectiva de la mayoría.

En virtud de esta hipótesis, se analizan las ciudadanías representadas en un ensayo del escritor salteño Santiago Sylvester  con el propósito de establecer un estado actual de aquél discurso hegemónico a la par que referir sus características y, luego, tramar el distanciamiento hacia un pensamiento plebeyo que, en principio, tendría un carácter opositor pero, después, ingresaría en lo que podría llamarse una discontinuidad simultánea  que le permite adquirir una relativa autonomía.

(…) Ahora bien, el discurso ensayístico de Sylvester, de carácter argumentativo, tiene pretensiones de arrojar conclusiones objetivas y válidas para amplias comunidades lectoras. Sin embargo, integra excluyendo a los otros de acuerdo con estrategias discursivas tales como la atenuación de la participación femenina en la historia cultural reciente; la apelación recursiva a nombres propios masculinos en calidad de protagonistas de las acciones culturales más relevantes; la verticalidad de los vínculos sociales y la consecuente jerarquización de actores, prácticas y discursos en sentidos unidireccionales de arriba hacia abajo; la profusión de argumentos asertivos y generalizadores como inductores de autoridad; la limitación de la literatura a una “esfera” autónoma, abstracta y objetiva desvinculada de las prácticas sociales y políticas, sobre todo pero no únicamente, de las de las comunidades minoritarias.

El Patriarca y su linaje

(…) Sylvester recupera una denominación masculina para referirse al, según él, fundador de la tradición literaria salteña desde mediados del siglo XX. Así pues, nombra ‘patriarca’ a Dávalos. Instaura, de esa manera, un linaje cuyas leyes son la verticalidad y las relaciones de subordinación. El principio de autoridad es tal que, como ya se dijo, es Dávalos quien convierte a los más jóvenes en escritores merced a una taumaturgia más que simbólica. Sin embargo, dicha práctica de consagrar a otros escritores se verá luego convertida, en sus sucesores (o descendientes), en inclusiones y exclusiones de antologías.

Lo que interesa, además de la impronta patriarcal, es la posición legitimadora que ocupa este escritor: “Dávalos fue quien llamó la atención sobre la tierra propia como asunto, y lo hizo poderosamente: con la contundencia necesaria para construir una región”. Adviértase el modo en que el énfasis recae sobre el adverbio ‘poderosamente’, no es casual: consolida para la escritura literaria de Salta un discurso conservador nativista cuyas notas particulares esencializan la adscripción de los sujetos a la naturaleza, produce las condiciones para una apropiación letrada de la cultura popular y homogeneíza las diferencias. Desde la perspectiva de esta tesis, se trata de una paisajización que responde a un programa político de desarticulación del conflicto, puesto que encubre la dimensión política de la producción del espacio y lo hace figurar como si éste fuera un dato objetivo y verificable mediante los sentidos, en particular el de la vista.

La irrupción de la política debe ser controlada porque altera la tradición dominante, la somete a la contingencia histórica, en comparación con la cual resulta rígida, arbitraria y desfasada. El argumento que aporta Sylvester para la paisajización en este caso resulta discreto, cuando no rebatible: “la proximidad rural”. Afirmación que, una vez más, neutraliza la explicitación del proyecto de poder implicado en la producción vigilada del paisaje. En efecto, no existe un solo paisaje. En el caso de las elites, este resulta de una construcción instrumental a los fines de controlar la movilización social: el otro es parte de la tierra, del suelo, un accesorio pintoresco que sonríe para la foto (…)

El paisaje y el territorio

(…) En el caso de la literatura de Salta durante el siglo XX, tanto para la propia escritura como para la crítica, ha persistido el mito de la separación entre arte y naturaleza, discontinuidad que en realidad no es tal puesto que ambos son dimensiones de un mismo objeto. En un movimiento circular el artista señala un estado de su mirada como perteneciente a una exterioridad supuesta denominada naturaleza en donde los sujetos son distribuidos y calificados; a su vez, el objeto representado pareciera ser un sustituto de aquella naturaleza. Asimismo, el dispositivo técnico, la descripción, promueve un efecto de distanciamiento del observador de modo tal que éste no aparece representado. Su aparente ausencia elabora una autorrepresentación del poder pues él dirige la mirada y con ello arrastra los sentidos restantes y a los demás por recorridos que él ha diseñado como relevantes.

Es así como la consolidación del paisaje, en cuanto  tópico de la literatura salteña durante gran parte del siglo XX, constituye una elaboración política neutralizante: la hipótesis de la proximidad rural remite a una continuidad y una naturalización del espacio social y la representación literaria. Sylvester sostiene, ingenuamente, que Dávalos escribía como lo hacía porque vivía en San Lorenzo, rodeado de “naturaleza”, como si la escritura fuera el correlato prístino de la percepción y no un acto político de interpretación del mundo social, como si no implicara el avance de unas pocas palabras de alguien sobre las de cualquiera. En realidad, no existió tal proximidad, sino todo lo contrario, una distancia desde la que el observador se regodea ante la vista de las tierras que le ‘pertenecen’, siendo la apropiación simbólica un correlato de la apropiación efectiva de la tierra, sus recursos y quienes vivían y, fundamentalmente, trabajaban en ella. La producción del paisaje no puede representar la relación conflictiva encarnada en el trabajo porque quien observa manipula los sentidos hacia una dirección opuesta: la percepción de la naturaleza es un deleite del que no ha sudado ni se ha roto las manos para construir ese espacio. En consecuencia, perpetúa el orden de las cosas: el amo que supervisa el resultado de las labores, tanto da si se refiere a la ciudad o al campo.

En el discurso literario, esto sucede con particular énfasis en la genealogía de patriarcas: Juan Carlos Dávalos, en relación con el paisaje rural; Raúl Aráoz Anzoátegui y Santiago Sylvester, en relación con el paisaje urbano. La producción del espacio como paisaje practicada desde una perspectiva elitista supone la contemplación abstracta de la realidad, casi al borde de lo fantasmagórico; admite, fundamentalmente, la formación de un punto de vista que, más que mirar, enseña a mirar, que es una pedagogía de la percepción (…).