Nada peor que ser privado de los hijos. No verlos, no saber nada de ellos. Esto le pasó a Ricardo Gamboa cuando su ex mujer se fue de la provincia llevándose a los chicos. Él ya había presentado denuncia de golpes y maltrato contra los menores. El martes la justicia decide la tenencia en un caso que puede ser ejemplar. (DOM)

Las fotos de sus hijos están plastificadas, para protegerlas del paso de los años. Hace tiempo que Ricardo Gamboa no los ve en persona. Estas son fotos del año pasado, ahora deben estar más grandes, dice. Uno cumplirá 5 en poco tiempo y el otro, que aparece con una remera de Monster’s University, 4 años.

La última vez que estuvo con ellos fue el 30 de noviembre. Era sábado, recuerda. Y alcanza con escuchar el tono con que lo dice para saber que el hombre ha memorizado cada detalle de ese día, del último en que vio a sus hijos: los bañó, les compró ropa nueva, los perfumó y luego los llevó hasta el departamento de la madre. Los dejó ahí y no los volvió a ver. Quedaron en que ella le avisaría para ir al acto de fin de año del pre jardín.  Nunca le avisó del acto, ni que había dejado la provincia. Nada, simplemente desapareció.

Durante toda la entrevista Gamboa se referirá a la madre de sus hijos simplemente como “Ella”. Ella es Julia Bausil Fernández y fue su esposa durante dos años y medios.

Cuando Gamboa y ella rompieron, acordaron que él tendría la tenencia los fines de semanas, algo que ella cumplía a regañadientes.

La situación se puso más tensa cuando él notó que ella siempre entregaba a los chicos sucios, con la ropa rota, con moretones. “Estaban muy descuidados -dice- Yo se los daba como listos para llevarlos al centro, con ropa nuevita”. Gamboa presentó denuncias judiciales por los moretones con los que aparecían sus criaturas. Incluso los golpes fueron constatados por un médico legal de la policía.

Pese a esta tensión, Gamboa nunca pensó que ella haría algo así: esfumarse. Irse sin avisar con sus  hijos. Cuando constató que el departamento estaba vacío, llamó varias veces al celular. Sólo le contestó un mensaje de texto diciéndole que estaban en Orán por razones laborales. El celular de ella fue desactivado.

Él se puso a recopilar algo de lo sucedido en los últimos tiempos: sus hijos habían comentado que mamá tenía un nuevo amigo, pelado (Cristian Fuller). También había notado que sus hijos querían quedarse cada vez menos con ella: no querían volver, entraban al departamento de ella llorando, gritando “yo quiero estar con mi papá”.

Puede que la mujer haya pasado un tiempo en Uruguay, de donde es oriunda. Lo cierto es que en enero una abogada se presentó en la fiscalía donde se había radicado la última denuncia y dijo representar legalmente a Julia Bausil Fernández. Dijo que estaba en Capital Federal. Que no tenía teléfono (algo que Ricardo venía solicitando para tener, al menos, la posibilidad de hablar con  sus hijos).

Al poco tiempo la abogada se presentó una vez más y esta vez dijo que su representada ahora estaba viviendo en Neuquén, de donde es el “pelado” Cristian Fuller. Dio una dirección en el juzgado. Después, con reticencia, entregó un número telefónico. Recién entonces Ricardo Alberto Gamboa pudo hablar con sus hijos. Cuando recuerda esa conversación, su voz está a punto de romperse: atendió ella,  él pidió hablar con sus hijos, los chicos empezaron a preguntar por qué no se veían, que cuándo se iban a poder estar juntos de nuevos y él trataba de tranquilizar la situación, de no agravarla más, porque la respuesta que tenía era aterradora: no sabía -no sabe- si los volvería a ver. Cuando la conversación iba por los 5 minutos, se cortó. Él cree que ella cortó y luego apagó el aparato.

A los pocos días llamó de nuevo. Atendió el famoso Cristian Fuller, de quien Gamboa sabía ya algo: que efectivamente tenía una relación con su ex mujer, que era artesano y que en realidad “Fuller” o es un apellido extranjero o es un apodo de artista, porque no figura en el registro de ciudadanos argentinos. Lo googleó con desesperación: vio un par de fotos en facebook, algunas páginas que lo nombraban como ganador de uno que otro concurso para artesanos.  Pero cuando atendió fue la primera vez que hablaron. Fuller confirmó que estaba en una relación con Ella, le dijo que el número que estaba hablando era de su celular y que no llamara de nuevo.

El caso siguió en el juzgado. Gamboa supo que su esposa al parecer estaba nuevamente trabajando como artesana. Que vendía sus cosas en la calle, por lo general acompañada de sus hijos. Antes, en Salta, había trabajado como mucama de un pastor mormón, credo que ella profesó con fanatismo y al que Gamboa se sumó de manera temporal, sólo para acompañar un tiempo a su esposa.

La justicia salteña avanzó. La citó y ella dijo que  no podía venir. Que estaba enferma, que estaba flaca (40 kilos), que no tenía la plata. La justicia dijo que si no se presentaba por motus propio en el juzgado, junto a los chicos, la haría traer por la fuerza pública.

Entonces Gamboa recibió una llamada de Fuller. No tuvo un gran tono conciliador, pero le dijo que él quería mucho a los chicos, incluso llegó a decir que tienen una relación especial con el más grande de ellos,  y que él quería una conciliación pacífica. Gamboa no entendió lo de “especial”, tomó todo ese discurso como una provocación. Cuando Gamboa le dijo a Fuller que los chicos gritan por teléfono que lo extrañan, que sí quieren volver y que pueden estar con su padre, Fuller directamente cortó.

La audiencia estaba fijada para el pasado 28 de Marzo. Ella no se apareció. Sí fue su abogada y dijo que por razones de salud su clienta quería atrasar por unos días la audiencia.

La nueva fecha fijada es el 15 de abril. Es decir, el próximo martes. Allí se pueden decidir muchas cosas.

Gamboa, ahora aferrado a esas fotos plastificadas, podrá ver de nuevo a sus hijos. Y la justicia deberá decidir qué es lo mejor para los chicos. Gamboa quiere la tenencia total. No quiere que sus chicos vuelvan con una madre que decide desaparecer, que mezquina felicidad a sus hijos. Gamboa no quiere estar lejos de sus chicos, ni un segundo más.