Apareció en el firmamento político en 2009 accediendo a una banca nacional tras una campaña donde rifaba autos y repartía remeras. Alcanzo su pico en 2011 con el 25% de los votos para gobernador. En 2013 se quedó sin banca y tras la derrota del 12 abril pasado, Alfredo Olmedo, parte al ostracismo. (Daniel Avalos)

Puede que la frase que mejor pinte a Alfredo Olmedo en su corta carrera política sea la siguiente: “Que Dios ilumine a los senadores para que no la aprueben…”. Esa era la plegaria que el beato Alfredo Olmedo dirigía a dios cuando la ley de Matrimonio Igualitario había sido aprobada en la Cámara de Diputados de la nación de la que formaba parte y precisaba luego que el Senado la aprobara definitivamente.

Había saltado al ruedo en el año 2007 en Anta. Algunos medios locales narraban sorprendidos la aventura política de un millonario que obsequiaba masivamente remeras y gorras amarillas en donde estampaba sus iniciales “AHO” o leyendas que luego se hicieron conocidas: “Olmedo Senador”; “Anta somos todos”. La sorpresa de los cronistas no era menor al detallar el reparto de miles de frascos de aceitunas, el sorteo de casas prefabricadas y hasta viajes para presenciar el clásico River – Boca entre los participantes de sus actos. Y al final de todo, el infaltable recital gratuito destinado a la población juvenil.

Durante la primera mitad del 2009, ese proselitismo de generosidad ostentosa se proyectó a nivel provincial. No importaba que los pobres siguieran siendo pobres. Importaba que estos recordaran al benefactor que había resuelto un deseo o una necesidad inmediata. Allí empezó a popularizarse la figura del millonario Alfredo Olmedo que no tenía la apariencia de un hombre poderoso porque era dueño de una pose tensa y encogida, un discurso monocorde y ojitos rasgados que por entonces exploraban con cierta incomodidad al entrevistador de turno. Entrevistador que ya sabía que estaba ante el hijo del llamado “Rey de la soja”, tal como los productores de commodities calificaban al padre del candidato que explotaba las tierras de Salta Forestal.

Digresión histórica

La historia de Salta Forestal se remonta a 1974. Un decreto de ese año dejó constituida la sociedad entre el Estado salteño y Fabricaciones Militares para lograr un “Aprovechamiento integral del bosque…” a fin de generar “una base de operaciones de incalculables efectos multiplicadores para la economía de la provincia y [que] hará un significativo aporte a un objetivo fundamental de la Reconstrucción y Liberación Nacional, cual es el del autoabastecimiento siderúrgico”. En 1982, la totalidad del capital accionario quedó en manos del estado provincial.

La historia posterior la podemos resumir así: con el menemismo provinieron dos de las herramientas jurídicas fundamentales para desmontar Salta Forestal: la Ley de Emergencia Económica y la Ley de Reforma del Estado. La primera, en nombre de la crisis económica, disponía la suspensión de subsidios y transferencias estatales a las empresas y sociedades del Estado; la segunda autorizaba la intervención de las mismas a fin de elaborar criterios y cronogramas para la posterior transferencia de lo público a lo privado. Roberto Augusto Ulloa empleó ambos instrumentos. En 1993, declaró sujetas a privatización diversas empresas, incluida Salta Forestal (Decreto 60 del 23/01/93); un año después dispuso su privatización (Decreto 754 del 25/04/94).

La hora de los privados había llegado y lo que haría Juan Carlos Romero sería seleccionarlos. Allí aparece el padre de Olmedo: en 1997 conforma la firma ECODSARROLLO S.A.; en 1998, presenta un proyecto de licitación por Salta Forestal que el gobierno provincial declara de interés público (Decreto 1140/98); en 1999 el gobierno le otorga la licitación (Resolución 188/99 del Ministerio de la Producción y el Empleo); y finalmente los Olmedos toman la posesión del predio en julio del 2000.

De vuelta al hijo

Salta Forestal dejaba sumas millonarias a los Olmedos. Tantas que alcanzaba para muchas cosas. Por ejemplo para reinvertir en “más campos, tecnificando y comprando máquinas de nivel internacional” (Olmedo padre al diario La Nación del 18/11/06); pero también para que el hijo haga campaña electoral cuyas características ya mencionamos.

Pero mientras repartía y rifaba cosas, Alfredo Olmedo también se presentaba como un ser ajeno a las definiciones políticas para reivindicar una vuelta al sentido común. Algunos memoriosos, amantes de la lectura sobre los procesos políticos latinoamericanos, lo comparaban con el presidente peruano Fujimori que, dos meses antes de las elecciones presidenciales de 1990, era un desconocido que paseaba su humanidad colgado de un tractor gritando “Honradez, Tecnología y Trabajo”.

Olmedo quería ser diputado nacional pero hacía algo parecido: montado a una camioneta amarilla gritaba “Dios, Verdad, Familia y Servicio Militar Obligatorio”. Y así alcanzó el 18% de los votos en junio del 2009 y accedió a una banca en el Congreso de la nación en donde sus prejuicios fueron disfrazados de ideas y se hicieron nacionalmente famosos. El de mayor impacto fue su propuesta de exorcizar a los hombres de los vicios del siglo para convertirlos en soldados de cabezas en alto y cuerpos erguidos que esperan la orden de la voz de mando.

“En el servicio militar los hombres se hacen hombres”, decía el sojero que hizo de la virilidad una virtud y de la homosexualidad un pecado antinatura que además de llevarlo a oponerse a la ley de Matrimonio Igualitario, lo inclinó también a esa plegaria dirigida a dios para que iluminase a los senadores nacionales para que no dieran la media sanción que los diputados ya habían dado a la iniciativa.

Techo y final

Y así llegó a postularse para la gobernación de la provincia. Era el adversario perfecto para un Urtubey que iba por su primera reelección y que con Olmedo de adversario se aseguraba un seguro y arrollador triunfo. Independientemente de ello, en esas elecciones a gobernador en abril de 2011, Olmedo llegó al punto máximo: logró que “decorosos” dirigentes de partidos como el PPS se colgaran de sus camionetas pintadas de amarillo chillón y alcanzó a nivel provincial el 25,10% de los votos producto de los 137.068 sufragios; de los cuales 64.226 provinieron de la capital provincial.

Nunca más volvería a alcanzar esos porcentajes. En las legislativas nacionales de 2013 -donde iba en busca de una senaduría nacional ante el final de su mandato en la Cámara de Diputados de la nación- consiguió 140.329 votos que representaban el 22,78% del padrón provincial, mientras en la Capital el porcentaje y el número de votos era inferior a los del 2011: un 20,20% producto de 56.661 voluntades. Hasta el propio departamento de Anta del que había surgido y al que alguna vez calificó de modelo de desarrollo para la nación, le daba la espalda: sólo un 15,30% que lo dejaba muy por detrás de Rodolfo Urtubey (50,60%) y Juan Carlos Romero que había llegado al 22,09%.

Y así llego al 12 de abril de este año. Sin cargo que lo mantuviera en el firmamento de la política y formando parte de una fórmula que había optado por esconderlo de la capital provincial como si fuera el hijo bobo de la familia. Táctica que no impidió una derrota aplastante que hirió de muerte la soberbia propia de quien hablaba como si encarnara la suma de todas las verdades.

Convengamos… la política provincial no pierde con Olmedo a ningún cuadro político de primera línea. Ni el oficialismo ni el romerismo veían en él a alguien crucial en la construcción y conducción de un espacio político con vocación de poder. A lo sumo, veían un empresario rodeado de algunas cabezas que lo pertrechaban de algunas iniciativas que en una sociedad desintegrada y precarizada tenían alto impacto. Veían eso y una riqueza siempre dispuesta a lograr algún armado electoral que más que aportar al desarrollo de un bloque de poder, servía para dañar los intereses del bloque adversario.