Durante la dictadura la patria castrense torturó, mató, pedía auxilio a la prensa y planificó un país para pocos. Pero también quemaba libros, perseguía artistas y trataba de involucrar a los docentes en la “misión” que se había impuesto. (D.A.)
En ese marco, el 27 de octubre de 1977, el Ministro de Cultura y Educación emitió la Resolución Nº 538 que disponía que el folleto “Subversión en el ámbito educativo (Conozcamos a nuestro enemigo)” se distribuyera en las escuelas a fin de que los directivos difundieran el mismo entre el personal.
Al folleto lo localicé hace un tiempo en la biblioteca del Colegio Belgrano de nuestra ciudad. Posee 75 páginas que ilustran a los docentes sobre la naturaleza vil de las «Bandas de Delincuentes Subversivos Marxistas» (sic) que trabajan sobre la consciencia de estudiantes preescolares, primarios, secundarios y universitarios.
Un “marxismo apátrida” que usaba un “circuito cerrado de autoalimentación en el cual las ideas inculcadas en el ciclo primario son profundizadas en el secundario y complementadas en el terciario, para luego, como docentes y ya en un rol decididamente activo, continuar la tarea de formación ideológica marxista en las nuevas generaciones…”
Así de estrafalarios son los razonamientos que aseguran que en los niños de preescolar y primaria la ofensiva marxista emitía “un tipo de mensaje que parta del niño y que le permita ‘autoeducarse’ sobre la base de la libertad y la alternativa”; también que se buscaba enseñar a los niños a “no tener miedo a la libertad, que los ayuden a querer, a pelear, a afirmar su ser”, lo que posibilita que durante el secundario y la universidad los jóvenes desarrollaran conductas hostiles contra la sociedad y subviertan instituciones y valores “espirituales, religiosos, morales, políticos, Fuerzas Armadas, organización de la vida económica, familiar, etc.”.
En fin, dice el folleto, se estaba ante ideas cancerígenas que carcomían el ser nacional y eran transmitidas por marxistas infiltrados en los tres niveles educativos. Para el ciclo secundario, los sabuesos castrenses pedían particular atención sobre los preceptores “que aprovechan las horas libres para realizar adoctrinamiento”.
Sobre las herramientas empleadas supuestamente por la subversión, los militares no identificaban ni bombas ni armamentos, sino “libros útiles (…) que acompañen al niño en su lucha por penetrar en el mundo de las cosas”; o bibliografía secundaria que “constituye el medio fundamental de difusión de la ideología marxista”; mientras en el ámbito universitario la herramienta era “un sistema de apuntes (manejados por organizaciones estudiantiles), que constituyen el vehículo prioritario para la difusión de la ideología marxista”.
El delirio sigue y sigue, pero esos delirios tienen un horizonte claro: presentar a la dictadura como una fuerza que libra una guerra santa contra un enemigo malvado y poderoso que justificaba todos los horrores cometidos por la misma: desde centros clandestinos de detención y tortura o la desaparición de personas, hasta la incorporación de docentes en la cruzada para premiarlos con el pomposo calificativo de “custodios de nuestra soberanía ideológica”.