“El 76% de los trabajos domésticos no remunerados en Argentina son realizados por mujeres. Incluso las mujeres que trabajan full time le dedican más tiempo de su vida a estas actividades que los hombres que están desempleados”, dice Mercedes D’Alessandro, economista.

“El trabajo doméstico no remunerado lo hacemos todas las mujeres. Según datos del INDEC, nueve de cada diez mujeres dedica gran parte de su día a estas tareas que incluyen cocinar, limpiar, cuidar niños y adultos mayores”, explica Mercedes D’Alessandro, una de las economistas cofundadoras y coeditoras del portal en el que divulgan los análisis de Economía con perspectiva feminista. Y añade: “Entre los varones, la participación es menor, solo seis de cada diez realizan estas tareas y también en menor tiempo promedio”.

Según un estudio sobre Uso del Tiempo del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), las mujeres invierten tres horas más de su tiempo que los hombres en las tareas domésticas. Y estas diferencias se verifican, prácticamente, en cada provincia del país.

“El 76% de los trabajos domésticos no remunerados en Argentina son realizados por mujeres. Incluso las mujeres que trabajan full time le dedican más tiempo de su vida a estas actividades que los hombres que están desempleados”, remarca D’Alessandro en diálogo con Notas.

Esta división del trabajo entre hombres y mujeres se asienta sobre concepciones acerca del rol y la sensibilidad de hombres y mujeres: “El trabajo doméstico no remunerado aparece como algo que las mujeres hacen porque les corresponde, o algo que se hace por amor. La mujer tiende a sacrificar aspectos de su vida personal y laboral para poder cumplir con las demandas del hogar y la familia”, fundamenta la economista feminista.

D’Alessandro sostiene que si los varones colaboraran más en las tareas hogareñas y si el Estado generara sistemas de cuidados y políticas públicas pensadas con perspectiva de género “no sería necesario que las mujeres tuvieran que hacer equilibrio con dobles jornadas agotadoras (trabajo fuera del hogar y dentro de él) o abandonaran sus inquietudes políticas, educativas o simplemente su derecho a disfrutar del ocio”.

 

Otro aspecto a tener en cuenta es que el trabajo doméstico no remunerado no aparece en la contabilidad pública. Sin embargo, ninguna tarea laboral podría llevarse a cabo sin que este existiera. “Al asimilar este tipo de tareas a la naturaleza de la mujer se lo invisibiliza para la sociedad y para la contabilidad nacional”, afirma D’Alessandro. “No verlo nos quita la posibilidad de combatir una de las principales causas de la desigualdad”.

 

Duplicación del trabajo y techos de cristal

“En los años 60, dos de cada diez mujeres trabajaba fuera del hogar. Hoy son seis de cada diez las que participan en actividades del mercado”, cuantifica la economista. Sin embargo, la inserción de las mujeres en el mercado de trabajo de forma masiva no se realizó en simultáneo al crecimiento de la participación de los varones en el cuidado del hogar. Esto genera que en la mayoría de los casos, las mujeres deban realizar una doble jornada laboral, una remunerada y otra que no.

“Esta asimetría se refuerza por una cultura que desvaloriza el trabajo de las mujeres en múltiples formas”, refuerza D’Alessandro. Las mujeres condicionan su carrera profesional en pos de compatibilizar tareas del hogar, estudios, carrera profesional y vida laboral. Esto se verifica en las estadísticas que indican que los trabajos precarios son en su mayoría asumidos por mujeres.

 

Las mujeres ganan en promedio un 27% menos que los varones, brecha que aumenta a un 40% entre varones y mujeres con trabajos informales, y entre varones y mujeres con cargos gerenciales, señalan en el Blog de Economía Femini(s)ta.

Esto muestra que aún cuando las mujeres hayan llegado lejos en términos educativos se enfrentan con “techos de cristal”: obstáculos para ascender en estructuras jerárquicas. Es un fenómeno que explica por qué las mujeres que cuentan con cierto nivel de educación y experiencia no crecen en sus ámbitos de trabajo a la par que los varones con igual -y en muchos casos menos- calificación.

Este fenómeno se explica, en parte, por la cuestión de la maternidad. La naturalización de que la mujer entrará en conflicto en caso de tener hijos o hijas con sus responsabilidades laborales se ve reforzado por el diferencial en las licencias de maternidad y paternidad (en nuestro país los hombres cuentan con dos días de licencia al ser padres).

 

Pero también existen una serie de valores culturales y subjetivos que funcionan como barreras internas para el crecimiento en la carrera profesional de las mujeres. Aparecen los micromachismos, que se expresan en los prejuicios y estereotipos de género, a través de adjetivos que asocian el trabajo de las mujeres a cuestiones vinculadas a lo emocional, que colisionan con las funciones de liderazgo.

Fuente: Notas