Otro caso de desnutrición evidenció la situación frágil del norte provincial. El gobierno intenta caer parado cambiando términos en certificados de defunción y la cardióloga María Lapasset asegura que el hambre en Salta podría paliarse y que no hacer llegar alimentos a la boca de los chicos es un crimen. (Federico Anzardi)

La muerte de Marcos, un niño que estaba a punto de cumplir los dos años de edad, volvió a poner a Salta en el mapa nacional. Y no fue por causas de trata o desmontes, sino por el otro highlight de la provincia en materia de situaciones reprobables: el hambre y la desnutrición.

Marcos vivía en una comunidad originaria de Morillo y falleció en el hospital San Vicente de Paul, en Orán, apenas ingresó al lugar. Los médicos no escribieron la palabra “desnutrición” en el certificado de defunción, pero no hizo falta. Tras el fallecimiento, comenzaron las voces cruzadas, las acusaciones de los profesionales y ciudadanos de la zona y la trinchera dialéctica del gobierno salteño, que intentaba disfrazar la situación para caer parado: no fue desnutrición, fue bajo peso. No son muchos chicos, fue uno. El discurso se asemejaba al expresado por el jefe de Gabinete del gobierno nacional, Jorge Capitanich, cuando aseguraba, pocos días atrás, que el fallecimiento de Néstor, un niño chaqueño, había sido por desnutrición, pero no representaba más que un caso aislado.

Cuando los médicos del norte provincial salieron en los medios nacionales a decir que había al menos media docena de pequeños entre 1 y 5 años internados con problemas similares, y cuando confirmaron que desnutrición, distrofia y bajo peso eran, en esencia, la misma cosa, la trinchera de defensa del gobierno se desmoronó como esos pibes que se desmayan porque no tienen para comer. Al conocerse que la cifra podría ser de mayores proporciones debido a que muchos padres de comunidades originarias deciden no llevar a sus hijos a revisarse, la polémica empeoró.

María Lapasset, cardióloga, miembro de Unidad Popular, tomó protagonismo tras el hecho, ya que en un comunicado difundido por las redes sociales acusaba al gobierno provincial de preferir quedar bien antes que solucionar el asunto. Y sentenciaba: “El funcionario (intendente, gobernador, presidente) que no sea capaz de terminar con el hambre en el ámbito que le toque gobernar en un plazo de 6 meses, debe renunciar a su cargo”.

Los ditraídos

En diálogo con Cuarto Poder, Lapasset asegura que el gobierno provincial no difunde cifras oficiales de desnutrición en Salta desde 2012. Sin embargo, considera que la falta de publicación no es sinónimo de desconocimiento. “Tienen (datos) pero no los dan a conocer, que es peor, porque no quieren que la gente se entere. Los agentes sanitarios siguen haciendo su ronda: los datos, el Ministerio los recibe”, expresa, explicando que los chicos de la provincia siguen siendo pesados, controlados y guardados en números de estadísticas internas que nunca trascienden.

A pesar de la falta de cifras, Lapasset se las arregla para aproximarse a una realidad más cercana que a la de los discursos de “caso aislado” que intentan justificar los hechos. “En el año 2012 fuimos al norte de la provincia y en la Misión San Francisco, de Pichanal, vimos los registros de la iglesia, del cura, que nos hablaba de que en el año anterior hubo 31 chicos muertos por desnutrición en esa misión. Imaginate lo que puede ser en el resto de la provincia”, advierte.

La cardióloga no duda: “La desnutrición existe. Las cifras oficiales hablan de un diez por ciento en los chicos de uno a cinco años. Pero en la capital de la provincia solamente son controlados por agentes sanitarios el 43 por ciento de los chicos. Si en la capital no alcanzamos a medir a todos los chicos…”, expresa, y deja la reflexión en el aire, casi sin necesidad de completarla. Luego retoma y se pregunta qué se puede esperar en otras localidades con menos recursos, si en la ciudad más completa de la provincia no hay un chequeo completo.

Lapasset considera que hablar de muerte por desnutrición “pega fuerte” en la opinión pública, y por eso el gobierno provincial busca disimularlo con artilugios que incluso suenan más a burla que a manotazo de ahogado o a justificación valedera. “Hace poco hablaban de bajo peso y ahora hablan de distrofia, que es lo mismo. Duele que los funcionarios se preocupen más porque no se desprestigie su gobierno que solucionar el problema”, agrega.

Un lugar común pero no por eso menos cierto es decir que Argentina es un país imposible para la hambruna. Acá, sencillamente, nadie debería pasar hambre. Y Salta, para Lapasset, no está exenta: “No estamos en un lugar donde no se producen alimentos, estamos en una provincia que produce. Si no se hace llegar alimento a la boca de los chicos con hambre es un crimen, no mala gestión”, opina, con firmeza.

“Se calcula que con el dos por ciento del PBI de Salta se terminaría con la indigencia en la provincia”, arriesga la profesional, basándose en un estudio realizado por sus compañeros de Unidad Popular a nivel nacional. Con ese porcentaje alcanzaría para que todos los salteños pudieran gozar al menos de la canasta básica. “Si el estado distribuyera ese dos por ciento se acabaría con los problemas. Es un monto mínimo, si te pones a ver”, argumenta.

Zafando

Después de la muerte de Marcos, los funcionarios del gobierno provincial aseguraron que “técnicamente el chico no murió por desnutrición”. Lo dijo la propia secretaria de Alimentación y Nutrición Saludable de la provincia, Cristina Lobo. Lapasset aclara: “Lo cierto es que siempre hay algo agregado a la desnutrición que mata al chico: una neumonía, diarrea, una causa que termina de destruirlo. Pero sobre un cuerpo desnutrido esa enfermedad pulula, en un chico sano esa enfermedad no avanza”.

La buena alimentación es fundamental en los primeros dos años de vida. Ningún chico mal nutrido en sus comienzos podrá tener las mismas capacidades que los que sí gocen de una correcta nutrición. Es la primera forma de discriminación, la más temprana. “La maduración neurológica del chico no se recupera con una mala nutrición: tendrá bajo coeficiente intelectual, no va a incorporar los conocimientos de la misma manera. En el primer año no hay tantos casos (de desnutrición) por la lactancia materna. Empieza después del año, cuando la madre no da más la teta y el reemplazo a esa alimentación no es suficiente”, dice Lapasset, que precisa que “ninguna madre está conforme si no le puede dar a su hijo lo que necesita. Cualquier madre se preocupa por dar lo mejor”.

El problema es de raíz. “Puede haber criterios que ayudarían a una mejor nutrición, un mejor conocimiento de la alimentación, pero lo fundamental es que no hay con qué llenar la olla. Los chicos pasan a mate cocido y nada más. No es falta de criterio alimenticio si la madre no tiene con qué. Una buena alimentación tiene que ser variada, los chicos no conocen la fruta o las verduras, se alimentan a harina, que es lo más barato, y no en base a vegetales o frutas y menos que menos, carne”.