Fue liberado Luis Yugra, el jefe de Robos de la Brigada de Investigaciones que estaba denunciado por torturador y que zafó porque en su legajo no tenía tales antecedentes. La causa que podía manchar a uniformados de alto rango quedo desactivada. (M.A.)

Es posible que el jefe de Policía respire tranquilo; por lo menos, un poco más que la semana pasada. Al responsable de Robos y Hurtos de la Brigada de Investigaciones, Luis Yugra, el jueves pasado lo dejaron en libertad. Fue una decisión del juez de Garantías Ignacio Colombo, quien consideró que el pedido de prisión presentado por el fiscal Vilar Rey, a raíz de una denuncia de Chavarría, no acreditaba elementos suficientes para mantenerlo tras las rejas de Infantería.

Dos semanas atrás, en la Fiscalía de Derechos Humanos, ocurrió una escena que bien vale ser recordada: un grupo de efectivos junto con el Jefe de Policía Marcelo Lami se hicieron presentes en las oficinas ubicadas en Santiago del Estero al 600 en clara muestra de presión a Vilar Rey, el fiscal que activo la denuncia por torturas. Fue una puesta en escena institucional de “apoyo” a los detenidos y que al mismo tiempo tuvo el mérito de ser una prueba de la cercanía de Lami a Yugra.

Aquella muestra de protección se combinó con una conferencia de prensa convocada para defender a los policías de los que se dijo que “Son excelentes investigadores”. En esa misma ocasión la cúpula policial desacreditó los dichos del denunciante Chavarría. A esta altura podemos decir que la línea de Lami cumplió su objetivo: desactivar una denuncia con derivaciones de dimensiones explosivas por las características de los involucrados. De un lado Luis Yugra, un uniformado que ocupa un lugar de alta jerarquía en la institución; del otro, Rodrigo Chavarría, un personaje del hampa vinculado al romerismo que se hiso conocido por armar una denuncia al exconcejal Guillermo Capellán.

La relación entre ambos es de larga data y un hecho peculiar ilustra el vínculo: se conocieron años atrás y por medio del delito cuando Chavarría, vestido de policía, se dedicaba a estafar en el mercado San Miguel. Según se comenta en las usinas informales de información éste quehacer delincuencial era realizado con la venia policial al igual que patrullar por Santa Cecilia junto con efectivos de la décima, hasta que cayó en desgracia. Y no por nada lo hizo durante tanto tiempo: todo un sector de la Brigada estaba involucrado.

Sobre la calaña de persona que es Chavarría se puede decir mucho, aunque lo cierto es que su conocimiento sobre los negocios sucios de la policía es profundo. Y a pesar de las características de su prontuario el trámite investigativo descripto en su denuncia por torturas coincide con la metodología policial que aparece en otras acusaciones: en los interrogatorios los uniformados incluyen el uso de picanas eléctricas, hacen desnudar a los detenidos y llegan a  orinar sobre sus cuerpos, además, de propinarles brutales golpizas.

La influencia de la institución azul sobre el joven juez Colombo (hijo del exrector de la Universidad Católica) desactivó la denuncia y los policías recuperaron la libertad. El responsable de la sección Robo de la Brigada por un detalle para nada menor zafó esta vez: en su legajo no tiene escrito antecedente alguno, lo cual llevo a concluir a Colombo que no corre riesgo la investigación.

Es imposible imaginar la cantidad de mentiras y hechos que se ocultan de ambos lados. Las denuncias no son ajenas a las disputas de sectores antagónicos en las fuerzas. Sería un error señalar que la interna policial se cerró, aunque por el momento bastaron algunos movimientos institucionales para que la peligrosidad se mantenga alejada. Más aun, los policías ya se encuentran de nuevo en sus respectivos puestos.