La revolución “U” concluye. Hablamos de revolución en su acepción mecánica, esa que supone un giro de las cosas sobre el propio eje y por ello culmina en el punto donde había empezado: con Romero y Urtubey decididamente juntos. (Daniel Avalos)

El largo giro empezó hace 21 años con la gobernación del primero y tuvo un punto de inflexión con la elección de Urtubey gobernador en el año 2007. Es cierto que entre esos puntos y hoy pasaron cosas. También que algunas de esas cosas amenazaban con revolverlo todo, aunque todo, finalmente, concluirá como empezó: un matrimonio político que ahora escandaliza o decepciona a muchos que creyéndolos irreversiblemente enfrentados, saben ya que las discusiones que los enfrentaban provocaron algunos portazos violentos que sin embargo nunca amenazaron la comunión de intereses original

La reconciliación comenzó en marzo pasado, cuando con una reunión en el Grand Bourg se exhumaron las causas judiciales que incomodaban al exgobernador; siguió con un evidente cambio en la línea editorial del diario de la familia Romero en donde los escribas que antes denunciaban rimando los engaños de Urtubey devinieron en poetas al servicio del mandatario; y continua ahora con designaciones en el Estado provincial de hombres del entorno directo de Romero, quien “honra” el acuerdo asegurando que el actual gobernador es el candidato presidencial perfecto.

En definitiva, asumamos riesgos y adelantemos que el matrimonio Urtubey – Romero será un buen matrimonio hasta 2019 porque ambos estarán dispuestos a ser indulgentes con las potenciales extravagancias del otro. Es cierto que esa relación está lejos de reproducir las modalidades patriarcales en donde alguien hace de esposo benigno a condición de que la esposa asuma su condición de subordinada, pero tampoco estamos  acá ante una relación horizontal. Urtubey, después de todo, podrá admitir que fue el discípulo que de joven profesó su admiración por Romero escribiendo libros que ensalzaban al gobernador de entonces, pero no deja de sentir que tuvo el coraje de lanzarse a caminar solo, quedarse luego con la gobernación y 20 años después de asumir como funcionario del propio Romero asestarle una paliza electoral que le permite presentarse como la parte del acuerdo que le otorga dirección política al mismo.

Y ese acuerdo seguirá su curso aunque ahora desplegándose hacia los objetivos más estratégicos: en términos electorales a diseñar formulas electorales de cara a las legislativas nacionales de 2017 que contemplen candidatos familiares o muy próximos a los protagonistas; en términos de estructuras a consolidar en el tiempo sus respectivos liderazgos aun cuando ambos estén despidiéndose de la política local; y de cara al futuro a imaginar escenarios que barajen nombres sobre quien será el gobernador que los suceda tras sus 24 años de gobierno compartido. Gustavo Sáenz seguramente aparece en esa lista, aunque fuentes muy confiables aseguran a este medio de que el gobernador y el exgobernador creen estar ante el curioso caso de una especie de puntero barrial que llegó a ser candidato a vicepresidente de la nación y del que sospechan que ha llegado al tope de su creatividad.

Romero y Urtubey, en definitiva, han concluido que son Poder, que nadie de cara a 2019 puede agujerear ese Poder y que nada por fuera de ese Poder es posible. He allí el rasgo conservador de un proceso de más de 20 años: tuvo como protagonista a dos personas que siempre aseguraron que sus gestiones eran un fluir hacia el futuro aunque en lo central fueron eficaces en lograr que la historia se congelara en un determinado orden. Si Romero se siente el fundador del mismo, Urtubey está seguro de ser el dueño de la inteligencia y la habilidad que posibilitó que tal orden se mantuviera en medio de los accidentes políticos de una década en donde todos, los honestos y los oportunistas, aseguraban que la misión del momento era combatir a ese orden.

Urtubey, en definitiva, recuerda mucho a esos personajes que en los 60 eran clasificados como “Gatopardos”. Término surgido de la novela El Gatopardo del italiano Giuseppe Tomasi de Lampedusa quien narra la  historia del príncipe Fabricio Salina y el de una aristocracia que convencida de que su mundo desaparecería ante el avance de la modernidad,  prefirieron adoptar los cambios que fuesen necesarios para no poner en peligro lo central. “Si queremos que toda siga como está, es preciso que todo cambie”, le advirtió el personaje Tancredi al príncipe Fabricio antes de correr a enrolarse en la fuerza política que invadió Sicilia prometiendo arrasar con lo viejo para instaurar lo nuevo.

Algo de esto atraviesa la historia política protagonizada por Urtubey. Recordemos para ello su eslogan de campaña en el 2007: “Nada ni nadie podrá detener este cambio”. Eslogan que contenía mensajes nítidos en un contexto político particular. El contexto era el de un país y un continente que renegaba del neoliberalismo que el romerismo simbolizaba y del que Urtubey provenía; mientras los mensajes del eslogan eran básicamente dos: Urtubey se había desempolvado de romerismo explícito y representaba el cambio cuyo triunfo era inevitable porque la historia avanza necesariamente hacia un horizonte de redención, tal como lo creen las izquierdas y los progresismos de todos los signos.

Luego ocurrió lo conocido: variaron las maneras y algunas modas, los enunciados se diversificaron según las coyunturas políticas, algunos empresarios perdieron algún negociado que fue a parar a las manos de los nuevos amigos, los modales empeoraron o mejoraron según los casos, hubo algunos cambios de nombres y rituales, emergieron nuevos jefes territoriales como los intendentes que carecían del refinamiento de otros tiempos; aunque lo esencial se mantenía intacto: la ingeniería legal montada por Romero en los 90 siguió funcionando tras una década de Urtubey, los sectores sociales que se beneficiaron con el primero siguieron beneficiándose con el segundo, y el control de los lugares estratégicos del Estado fueron ocupados por quienes ya eran funcionarios de segunda línea en la época de Romero. El resultado obvio es lo que hoy vivimos: la vigencia de la inmemorial división entre ricos y pobres, fuertes y débiles, incluidos y excluidos, amos y siervos sólo se ha modificado para que los sectores subalternos mencionados vivan un poco peor.

Y ahora que ese ciclo va llegando a su fin, los que forjaron y mantuvieron ese orden se disponen a unir fuerzas para pensar qué cosas deberán cambiar para que nada cambie en la provincia. En eso están. Seguramente convencidos de que podrán hacerlo, repasando juntos o por su lado los muchos pliegues de una historia reciente en donde los puntos de inflexión dependieron casi siempre de la voluntad de las cúpulas gobernantes y no de las energías liberadas del llamado pueblo o de las organizaciones política que dicen representar al mismo y al que figuras como Urtubey y Romero suelen asociar siempre con una inclinación incorregible a la modorra onírica, o a un estéril juegos de ideas que sólo sirven para distraerlos de las tareas inmediatas. Habría que hacer algo…