Y pocos son los que van a zafar. La canción de Viejas Locas podría pintar a todos los trabajadores. ¿Usted hace lo que le gusta o lo que puede? ¿No tiene sueños que cumplir? ¿Y si manda todo al diablo y trata de ser feliz? Pequeño repaso de la vida laboral y sus consecuencias entre trabajadores salteños. (F.A.)

En los últimos días se viralizó en Facebook y Twitter un texto publicado en Tumblr. La mayoría de los medios diría que es un artículo que “está haciendo furor en las redes sociales”, por citar una frase en boga de estos tiempos (otra palabra muy usada es “desopilante”: “las desopilantes declaraciones de…”, “los desopilantes momentos vividos por…”, y así). Se trata de “Renuncié y no me he muerto de hambre”, de la escritora colombiana Carolina Chavate. Comienza así: “Renuncié a mi trabajo y no me he convertido en un monstruo como Gregorio Samsa, estoy bien. De hecho, nunca me había sentido con tanta energía creativa y me parece que eso es bueno”.

El texto completo puede leerse en carolinachavate.tumblr.com o en el inicio de su Facebook, aunque ya no tanto. Recuerde que las redes sociales son seres apurados, que cambian rápido de tema. Dispersos que no mantienen una coherencia discursiva. Pero si lo encuentra quizás lo lea y pueda reflexionar acerca de lo que trata éste texto (no aquel, aunque también): la vocación. ¿Es usted de esas personas que trabajan de lo que aman? ¿O simplemente hace lo que puede porque tiene hijos, responsabilidades, desencantos varios, falta de iniciativa y puro deseo de que llegue el sábado para no hacer nada más que pasar la noche con una cerveza, mirando películas o videos de YouTube sin preocuparse por activar la alarma en el celular?

No parece ser el caso de Vera, que lleva casi tres décadas como quiosquera (con q, porque es de revistas. Si vendiera puchos sería con k). Trabaja de lunes a lunes. No descansa. Tiene esa rutina por dos razones: necesidad y placer. Asegura que vender diarios, revistas y libros, incluso este semanario, es una de las mejores cosas que le podrían haber pasado. Dice que le gusta porque ama el contacto con la gente todos los días. Tiene su quiosco en la esquina de Caseros y Zuviría. Lo instaló con su marido. Reconoce que antes jamás se le hubiera cruzado por la cabeza trabajar de algo así, pero que no podría arrepentirse nunca. Cuenta, además, que las ventas han decaído. Ya nadie lee en estos días.

Cuando Vera instaló el quiosco con su marido, Enrique llevaba menos de una década como peluquero. Ahora ya tiene 35 años de oficio. Es propietario de una peluquería a una cuadra de la plaza 9 de Julio, en Zuviría y Belgrano. Con su socio, cortan las cabelleras y afeitan a los que recorren el microcentro. Cuenta que en toda su vida de trabajador ha tenido altos y bajos, que este mes se ha notado mucho el descenso de la clientela, pero que siempre ha podido salir adelante. Eligió el camino de las tijeras casi por herencia familiar y así pudo criar cuatro hijos.

Enrique asegura que siempre supo que iba a elegir un oficio. Incluso antes de decidir ser peluquero. Durante su adolescencia soñaba con tener un taller. Cuenta que a sus hijos siempre les dijo que debían prepararse, saber hacer algo para poder defenderse en la vida. Con orgullo, dice que todos van por ese camino. Una de sus hijas estudia al frente de la peluquería, en la Escuela de Música, y está a punto de recibirse.

La música es el camino que también puede estar por aparecer en la vida de Diego, docente, quien asegura que le gusta su trabajo en las escuelas, pero siente que cada vez hay más cosas del entorno laboral que le molestan. Cuenta que su oficio era parte de lo que quería hacer cuando comenzó a estudiar, y que el paso del tiempo lo está llevando a eso otro que también quería y que en su momento no se animó a desarrollar a fondo. Cree que muchas veces la vocación, o el querer hacer algo, puede resultar una experiencia decepcionante por los ámbitos laborales y las condiciones propias de la tarea.

De todas maneras, Diego reconoce que, al menos en su caso, la docencia sigue teniendo un espacio de magia, aunque muchas cosas atenten contra lo disfrutable. Dice que le gustaría dedicarse a la música y a varias actividades aledañas a eso, pero aún no sabe si dejar del todo su profesión actual. En todo caso, desearía lograr el objetivo de no depender económicamente de ese ingreso y, quizás, poder tener esas horas de docencia como hobby.

“Estuve caminando por el centro y curiosamente en diferentes momentos, me encontré con tres amigos. Todos de escalas socioeconómicas diferentes (así nos miden ¿no?). Uno es vendedor ambulante de películas (tiene las mejores siempre), otro es profesional, talentoso y empleado. El tercero, un gerente de un importante lugar de la ciudad.  Eran las 5:30 pm y los tres estaban devastados, ojos rojos, lentos, torpes. No eran lo que yo he conocido de ellos. Por supuesto me hicieron espejo, me vi a mí misma hace meses, secándome. Cuando estamos ocupados nos volvemos estúpidos, estoy convencida de que las mejores ideas, proyectos y la mejor versión de nosotros mismos surge cuando nos regalamos tiempo… y esto es raro porque nacemos con tiempo pero malvendemos las horas de nuestra vida a empresas y a proyectos en los que no creemos y cuyos valores no compartimos”, dice Chavate en su texto.

Es que el tiempo pasa rápido y muchas veces se cree que no hay posibilidad de desarrollar ideas que se vienen acumulando desde hace tiempo en las noches, antes de dormir para ir a desempeñarse a lugares que no se eligen, más bien se aceptan. Algo así le sucede a Marcos, que trabaja en un local de productos regionales. Es empleado del lugar desde hace tres años. Cuenta que su puesto no es algo que lo fascine, pero que se siente bien, principalmente porque tiene trabajo y cree que éstos no son momentos para andar desaprovechando oportunidades. Dice que lo que menos le gusta es estar encerrado. A Marcos le gustaría estar recorriendo la ciudad, vendiendo, hablando con la gente. Moviéndose. Aprendió a disfrutar del nomadismo rutinario cuando fue preventista durante algunas temporadas. Reconoce con un poco de nostalgia que le encantaría volver a formar parte de una empresa que lo contrate para esa labor, pero por ahora está difícil arriesgarse.

Quizás haya que hacer como Homero Simpson cuando puso un muñeco impresentable en su puesto del Sector 7G, armado con un balde y otros artefactos precarios. Tenía un grabador con un casete que repetía todo el tiempo “trabajo duro, como un esclavo”. El Señor Burns pasó por el lugar, escuchó ese mantra maravilloso para todo patrón y lo ascendió. Mientras tanto, el verdadero Homero estaba en otro lado, haciendo lo que quería.

“Homero” también era el nombre de una vieja canción de Pity Álvarez. La grabó con Viejas Locas, en pleno menemismo. Decía que la vida del obrero era así, de poco disfrute. Y que pocos iban a ser los que pudieran zafar de esa rueda interminable de laburos mal pagados.

Chavate finaliza su texto con una reflexión sobre los riesgos de abandonar lo seguro e ir por lo impredecible: “El dinero llegará como consecuencia, como valor o señal de que le estamos aportando algo al mundo o a la sociedad a la que elijamos pertenecer. Esto hasta el más racional lo sabe, el dinero fluye y como se va, vuelve. Después de todo el dinero es, lo que hagamos con él. Algunos aún sueñan con acumularlo… yo creo que en ese sentido, es más importante la creatividad que el dinero. Me quedo con esa frase que le escuché a Pepe Mujica, uno va haciendo suyas algunas frases: ‘Cuando tú compras con plata, no compras con plata, compras con el tiempo de tu vida que tuviste que gastar para ganar esa plata’… hay que escuchar a los sabios”.

Está bien, el discurso de la colombiana es un poco ABC1: el que tiene la vida comprada de alguna u otra manera puede tomarse ciertas licencias. Pero también es verdad que las cosas no llegan solas. Hay que trabajar para obtenerlas.