No es la película de Disney, sino la historia de un perro ecuatoriano que se pasó de fiesta. Adicto a las drogas, luego halló la salvación en cristo, pero tuvo una recaída y se desató la locura.

Lo tuvieron que frenar de cuatro corchazos, sino la cosa podría haber terminado mucho peor. Ese fue el fin de los días de Nerón, el perro oriundo de la zona sur ecuatoriana, de la ciudad de Loja, para ser más precisos, que terminó en un frenesí de cocaína, mordiscos y descontrol.

Los vecinos aseguran que la madre de Nerón era una perra antinarcóticos, por lo que la inclinación al perico ya le venía, como quien dice, desde la cuna. Los corresponsales de El Polichombi en la patria de Correa no lograron corroborar esta historia porque simple y llanamente no les dio la puta gana, pero aseguraron que era verdad.

Resulta que Nerón ya había zafado de un linchamiento luego de comerle la cara a un niño de 9 años. Esta conducta febril se debía a un coctel en el que mezcló la ingesta de sales de baño con el alimento para perro.

Tras ese episodio al can lo pusieron en rehabilitación y encierro penitente en un hogar cristiano. Pudo zafar tras unos meses de tratamiento, luego lo reubicaron en otro hogar y todo parecía ir bien, hasta la tarde del pasado miércoles, cuando en una recaída tras una festichola con merca, dogui, mucho perreo y descontrol, Nerón se puso de los pelos y le comió el brazo a uno de los participantes, masticó tres nalgas, se meo en todas partes y hasta dejó un sorete importante decorando la puerta de entrada.

Cuando llegó la policía al lugar -tras las denuncias de los vecinos por el barullo- se dieron con el animal fuera de control, y ante la falta de tranquilizantes en el equipamiento policial, optaron por darle plomo: 14 balazos de arma reglamentaria terminaron con la vida de este can que tuvo más fiesta de la que pudo soportar.