Con motivo del festejo en honor a la Virgen de Urkupiña, entrevistamos a autoridades de la iglesia y a gente en general para que nos den su opinión respecto a las controversias que giran en torno a esta celebración. (Stephanie Tiemersma)

“Ya está en el cerro” es el significado de la expresión en quechua “Urkupiña”. Esto fue lo que a fines del siglo XVII en la comarca de Cota, Bolivia, dijo la niña que contactaba con la virgen. El sacerdote y los vecinos del lugar, anoticiados del acontecimiento decidieron cerciorarse de su veracidad. La historia empezó cuando la muchacha se dirigía, como todos los días, hacia las bajas colinas del frente de Cota, pasando el río de Sapinku, donde había agua y pasto en abundancia para su rebaño.

Ese día de agosto apareció una Señora con un niño en sus brazos y a partir de ese momento la pastorcita se dedicó a tener largas conversaciones con ella. Los padres preocupados por la hora de vuelta de su hija le preguntaron qué era lo que estaba pasando y  la niña contó su encuentro con la virgen. El párroco convocó a los pobladores, y junto a otras autoridades acudieron al lugar del prodigio frente a la ranchería de Cota. Allí se encontraba una imagen que fue trasladada a la capilla de Quillacollo y desde entonces la fiesta de la Virgen de Urkupiña es celebrada todos los 15 de agosto.

En la Parroquia Nuestra Señora del Pilar, en Salta, se encuentra la primera imagen de la Virgen de Urkupiña que vino desde Quillacollo para exposición pública. Hace 17 años aproximadamente, el párroco Emilio Lamas junto al diácono Justo Siares y un grupo de creyentes se acercaron al padre de la parroquia con la propuesta de traer desde Bolivia una imagen de la Virgen de Urkupiña para venerarla en Salta. El padre accedió a la petición y una vez en Bolivia estos religiosos entraron en contacto con el diácono José Delok quien hace cuarenta años se encargaba de custodiar la imagen de la virgen y quien hacía imágenes de ella para vender. Este hombre llevó a los religiosos argentinos a su taller y les vendió una imagen. Una vez trasladada a Salta empezó el culto.

“En un principio, cuando uno no conoce algo, tiene prejuicios. Además porque el culto de la Virgen de Urkupiña es muy particular y totalmente diferente a nuestras prácticas. Tiene una relación entre lo religioso y lo que es la cultura de su pueblo, de sus ancestros. Dentro del seno de la iglesia a causa de mucho desconocimiento hubo mucho rechazo. Yo también tenía mis prejuicios hasta que fui al corazón del asunto y uno empieza a entender ya no desde la vereda del frente sino desde adentro” nos relata Javier Mamaní, párroco de Nuestra Señora del Pilar.

También nos comenta que en Bolivia hay una especie de padrinazgos: uno es padrino, es decir,  encargado de la torta, otro de los fuegos artificiales, otro de la comida, entre otras cuestiones. Sin embargo, en Salta lo tradujeron como una especie de imposición, es decir, la gente sentía la obligación de hacer la fiesta, de comprar la torta porque temía ser castigada: “Para nosotros eso es un desafío a purificar porque si no entramos en una relación con la virgen de ‘yo te doy para recibir’. Creo que eso es lo más rechazado, no lo esencial del culto sino esto que se fue sumando” nos explica Mamaní.

En relación a este tema Marcelo Pomar, superior y párroco de la comunidad redentorista de la Iglesia San Alfonso y de la Del Perpetuo Socorro nos comenta que “yo percibo aquí en Salta que hay muchas personas que tienen una devoción de buena fe con la Virgen de Urkupiña, con que es la madre de Dios que viene a ayudar al pueblo. Pero también hay otras expresiones que no necesariamente son totalmente  religiosas asociadas al tipo de fiestas y a la relación de padrinazgo. Desde la iglesia lo que estamos llamados a hacer es acompañar estos procesos y descubrir que si hay una llamada en torno a esta virgen que tiene una dimensión verdaderamente religiosa, nuestra tarea es fortalecer esta dimensión” afirma Pomar.

En la fiesta se realizan una serie de ritos: Sacan  pedazos de piedra en señal de préstamo de bienes espirituales y materiales, con la promesa de regresar al año siguiente para devolver los correspondientes intereses: “Yo tengo una virgen y le tengo mucha fe, en el sentido de que yo le pido salud, trabajo y ella me cumple. Yo no la veo como virgen material sino algo más personal” nos dice Carina Sánchez, creyente de la virgen boliviana. “La Virgen de Urkupiña tiene mucho que ver con la dimensión de la tierra, la piedra como fundamento de una bendición de Dios y eso tiene que ver más con cuestiones culturales que religiosas. En este sentido hay que decir que tienen mucha reminiscencia de todo lo que ha sido su historia cultural: los incas, las culturas precolombinas que el cristianismo a lo largo de la historia ha acompañado sin dejar que determinadas cosas antiguas permanezcan” reflexiona el superior de la comunidad redentorista.

También, en esta celebración, los creyentes compran pequeños lotes de terreno y otros objetos en miniatura (casas, movilidades, títulos profesionales, etc.), denominados alasitas, con la esperanza de adquirir uno real hasta el próximo año: “Las alasitas son casitas, autitos, objetos pequeños que es lo que a veces piden, es un souvenir. La Virgen no es una especie de hada madrina que saca de su vestido objetos materiales. Ella concede pero también es fruto del esfuerzo y el sacrificio del creyente, que lucha para lograr lo que está pidiendo. No es algo automático o mágico. Ahí es cuando se hace supersticioso y nosotros obviamente rechazamos esta visión” aclara el párroco del Pilar.

Al finalizar la fiesta de la Virgen se realiza la ch’alla u ofrenda a la Pachamama pidiendo las bendiciones y favores a la mamita de Urkupiña, algo que no está bien visto por la iglesia católica: “También en el calvario, que es donde está la primera imagen de esta virgen, hay chamanes, que van a challar la ofrenda, son rituales muy propios de la cultura boliviana. Pero creo que más que todo esto, lo que genera más rechazo es lo que no está vinculado con lo cultural sino con cosas actuales como la suma de bombas de estruendo, fuegos artificiales, luces en la entrada folklórica” afirma Javier en relación a la ordenanza municipal 11.666 que considera que “resulta necesario adoptar medidas tendientes a reglamentar el uso de pirotecnia para evitar las consecuencias que ésta produce (…) Que, a su vez se fije el control y ordenamiento con relación a los artificios pirotécnicos de gran festejo y/o fuegos artificiales”.

Un guardia de la catedral que también participó cortando las calles en el momento de la procesión fue consultado por la cuestión de los disturbios y la gente que termina en estado de ebriedad luego de la fiesta. Nos dijo que “es una virgen en la que muchos creen y muchos hacen sus ofrendas. Eso me parece bien. Los disturbios son aparte de la celebración, no van de la mano. Si después se ponen a tomar y generan violencia no tiene que ver con el festejo sino con ellos como personas”, concluye.

Hay un elemento que llama mucho la atención en estas celebraciones y son los atuendos típicos con los que bailan quienes honran la imagen de la virgen y el cual generó muchas controversias. En relación a esto Mamaní nos explica que “tenemos distintos vestidos típicos. Yo creo que la intención de aquel que se viste con la pollera corta no es la de un exhibicionismo, sino rendir su homenaje que se hace canto, baile, danza. Tenemos que aprender a vivir en una sociedad plural. En el devoto, el católico, tiene que haber un espíritu de apertura. Por otro lado, tampoco hay que quedarse en el cotillón, en la fiesta, sino en el espíritu cristiano. Ese es el gran desafío” afirma como conclusión final el párroco de Nuestra Señora del Pilar.