El pan del consuelo es un libro clave para comprender las modificaciones que se dieron en el cambio de siglo dentro de la poesía salteña. Conversamos con su autor, Jesús Ferreyra, y nos contó cómo se entrecruzan la vida, el barrio, los amigos y el devenir poético en un libro no muy conocido que ya tuvo su 3º edición. (R.E.)

Casi al final del libro hay un escudo que le da título a esta nota y ese tal vez sea un buen resumen de lo que Jesús Ferreyra es. Además, casi al final de esta entrevista, él reconocerá que su sueño es fumarse un puro con el Diego, que adhiere ideológicamente al comunismo y que lo más grande que hay es Central Norte.

Con vino en la sangre

Jesús nació en Metán -circunstancialmente, dice él- en diciembre del 63 y a los 4 años se vino para Salta, hizo la primaria en el hogar Casita de Belén, de ahí tenía dos opciones: se iba a General Rodríguez (Bs. As.) o se quedaba aquí a laburar. Con 14 años prefirió quedarse en Salta para estudiar y trabajar en una imprenta hasta los 19, abandonó la secundaria y le pintó, esta vez sí, irse a Buenos Aires. Tras unos años retornó y terminó de estudiar en lo que ahora sería el Bachillerato Salteño Para Adultos. Después hizo un intento en la UNSa, estudiando Letras; se casó, tuvo un hijo, abandonó la universidad y un tiempo más tarde se recibió como profesor de Lengua en el Terciario.

Entre todos estos sucesos Jesús fue aprendiendo y aprehendiendo la poesía, agarrándola de la solapa y buscándola en una voz propia que se dice siempre con los otros. Compartió tanto con las generaciones de fines del siglo pasado como con las que ahora están haciendo de las suyas y eso le ha dado un tono distinto a su producción, que es respetada por los escritores que la conocen tanto de este lado como del otro del año 2001. No es exagerado decir que esta nueva edición de El Pan del Consuelo tiene la importancia que merece un libro que es, junto a algunos otros, una bisagra en las formas escriturales salteñas que de a poco van dando paso a una nueva mirada sobre este valle cariado.

En cuanto a este paso intergeneracional, Jesús asegura que “eso de estar con los que terminaban un ciclo y comenzaban otro ha sido fructífero, porque he aprendido de ambos lugares. A partir del cambio de siglo como que se terminó con esto del patriarcado, en el sentido que había alguien importante que manejaba y tenía el control simbólico de esos lugares en los que participaban otros a los que se los incluía o se los fomentaba haciéndoles un prólogo, hablando bien… que era como ir entregándole a esa persona el poder que el patriarca tenía. Eso fue cambiando con las nuevas generaciones, porque los más chicos no tienen un ‘gurú’, por decirlo de alguna manera, y eso me parece bueno”, dice y luego comenta: “Aunque sea algo más individualista es importante, porque esa distensión de los actores de la cultura es distinta, ahora la gente no sólo hace poesía, como antes, ahora los poetas también hacen narrativa, pintan, hacen música”.

Faranduleros

Tras una pausa mientras traen más café, Jesús tira un par de palos: “Acá hay muchos para los que parece que publicar un libro al año es importante; porque sino es como si no estuvieras en la boca de esa cultura, y si vos no estás es como que desaparecés, entonces a muchos les importa eso. Ahí habría que tener un poco más de respeto, no en el sentido solemne, pero sí serio, si vos no tenés nada para decir, es mejor no escribir. Hay mucha gente que se mata por el reconocimiento, que dice a mí no me nombran, no me invitan y se ofenden. Yo los leo en internet, los escucho en las radios, en los lugares de la cultura oficial y parece que la aspiración de todo el mundo es llegar ahí, que te inviten al stand de Salta en la Feria del libro… una boludez, pero bueno, cada uno verá qué es lo que quiere. Acá también hay mucho hijo de entenado, gente que quiere ese reconocimiento e imagino que para que pase eso tendrán que publicar. Voy a utilizar un término que dicen los chicos del colegio: son refarándula. Esto también es parte de esa idea de que en Salta en cada esquina hay un cantor y un poeta, esas cosas que ha metido el conservadurismo local. Cuando vivía en Buenos Aires pensaban que el salteño tenía que saber tocar una zamba, repulgar empanadas, coquear y tomar vino. Yo lo único que hacía era tomar vino… Pero todavía están esos lugares comunes que se siguen sustentando y no los comparto porque considero que la cultura es otra cosa”.

Entrando con los tapones de punta a lo estrictamente escritural, derivamos la charla a cuestiones más relacionadas con la lectura de los nuevos autores locales, ahí Jesús nos dice: “Ahora se tiene otra mirada en el sentido de que se tratan otros temas más allá de lo tradicional: el amor, la muerte, el paisaje. Entonces ya no hay un lugar determinado, y eso también está bueno, hablar de cosas que van más allá de una región. De lo que era como un paisajismo rural se ha pasado a un paisaje más semiurbano y ahí hay un espacio desdibujado, que puede ser cualquier parte de Latinoamérica”.

Chango de barrio

Dentro de esta línea de paisajes semiurbanos desdibujados es donde podemos reconocer algunos de los versos de Jesús, quien en El Pan del Consuelo convierte al barrio en ese lugar indefinible que en este caso es Villa Los Sauces pero bien podría ser cualquier otra villa o barrio de esta ciudad, de este país y de este continente. Como dice Alenjandro Luna en el texto -a manera de prólogo- que acompaña la segunda edición del poemario: “Jesús Ferreyra deja de lado la ingenuidad romántica de pensar que el hombre es bueno por naturaleza. Ha visto con tino que todo su barrio se entrelaza de la violencia y la caricia, que allí coexiste la bala y el beso. En ese barrio nadie se salva, pues es el terreno fiscal de los ángeles perdidos”.

Entonces el barrio se arma como un territorio plagado de seres que pasan desapercibidos salvo para el detenimiento de Jesús, quien comenta: “Tomar algunos personajes del barrio me ha permitido mostrar un poco mi lugar, esos lugares que quedan casi de lado por distintos motivos. Por lo general el que termina ascendiendo socialmente se olvida de su lugar. Entonces esa posibilidad de que queden para siempre, es importante. Hay algunos amigos o familiares que se reconocen en el libro, pero en ese momento yo no pensaba tanto en eso, sino más bien en esa posición más egoísta y solitaria que tiene el poeta. El barrio representa algo más que un simple lugar de pertenencia, yo ya no vivo ahí pero sigue siendo parte de esta cuestión de la amistad con gente que se reconozca. En tantos años algunas cosas han cambiado, hay algunos amigos que ya no están o ya no son; pero el barrio, en algunos aspectos, sigue siendo el mismo, no ha cambiado mucho, entonces hay una cuestión muy presente, hay lugares que aparecen en el texto siguen siendo iguales. Que haya asfalto no ha cambiado en nada al barrio”.

Escribir acerca de un lugar conocido y sobre los amigos puede ser un tanto arriesgado, porque eso implica que hay alguien que puede constatar el recuerdo que se entrecruza con lo literario, en este sentido y entre risas, Jesús agrega: “Hay gente que te pide que corrijas algunas cosas, tal vez porque no entienden que esto, de alguna manera, es ficción y te dicen, por ejemplo mi amigo Loco, que el no era tan borracho”.

El pan en el horno

La primera edición de El Pan del Consuelo estuvo a cargo de la editorial de Ramón Vera, Tunparenda a fines de 2003 con una tirada de 500 ejemplares. Al libro lo presentaron en Salta, Jujuy y Tucumán. La circulación fue prácticamente de mano en mano hasta que se agotaron los ejemplares. “Con Ramón [Vera] nos conocemos en los 90 y veníamos trabajándolo en cuanto a la edición y todo eso. Porque el libro tiene poemas de 15 años atrás [cuando lo editan] y bueno, en ese momento me parecía que ya estaba maduro. Eran textos que nunca había publicado, tampoco participé de ningún concurso”, nos cuenta Jesús.

Pasados algunos años y para el 2010 la editorial Equus Pauper, que publicaba libros artesanales, hace una segunda edición pero con una tirada más reducida. “A Alejandro Luna lo conozco en la UNSa y una noche en su casa me dijo que quería hacer una nueva edición pero artesanal, el ya había sacado varios libros para otra gente. Ahí nos juntamos un tiempo, básicamente es el mismo libro pero con un agregado, una especie de análisis crítico que él hace y me trajo una gran satisfacción saber que alguien lo leyó de esa manera”.

Dentro del mismo grupo generacional derivado de las experiencias de la revista Kamikaze -que congregaba, entre otros, a Alejandro Luna, Juan Díaz Pas y al propio Jesús-, también sale la editorial que ahora publica la tercera y definitiva edición de este poemario. “Cuando Juan comienza con la editorial Alto Yuyo a hacer libros me habla para sacar una nueva edición, entonces empezamos a trabajar como un año con toda la cuestión de la tapa, la edición y corrección, hasta el papel, que es muy importante. Yo le dije que quería que esta sea la última versión del libro, la definitiva; entonces había que hacerla bien”. El resultado de ese trabajo es un libro de tapa dura, cosido a mano y con las ilustraciones de Martín Córdoba, tanto en la tapa como en el interior.

Jesús nos comenta que en Junio se realizará una presentación de El Pan del consuelo, un libro que, retomando lo que escribe Luna, “bien podría llamarse Los ángeles perdidos. Contrariamente al ícono del ángel cristiano, estos sólo conservan la indefensión del caído. Los sostiene una moral de la subsistencia que trae padecimientos vitales y, por ello, imposturas perdonables. Se diferencian estos ángeles, sin embargo, de aquellos que condescienden a la transa”.